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Demagogia e irresponsabilidad en el discurso político

De paso, es importante señalar que estas cifras desmienten la idea que la legitimidad de los gobiernos se debe al número de votos que obtienen los candidatos en las elecciones.
Hace poco circuló una broma en Internet que mostraba el nevado paisaje de San Marcos en la pasada helada y aparecía Baldizón prometiendo que los próximos juegos olímpicos de invierno se llevarían a cabo en Guatemala. La broma no tendría efecto si las promesas de este personaje no se percibieran tan estrafalarias.
Ilustración: Dénnys Mejía
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Demagogia e irresponsabilidad en el discurso político

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Un indicador muy claro del deterioro político que existe es la demagogia e irresponsabilidad con la que habla un número importante de funcionarios y candidatos. Hacer una crítica de ello, a partir de un ejemplo en particular, significa una pequeña protesta contra este abuso extendido.

Lo que se hace en el campo político con el lenguaje tiene consecuencias negativas en la forma en que apreciamos y valoramos la política, por tanto, aunque resulten absurdas las declaraciones y las promesas hechas, no son inocuas las cosas que dicen muchos políticos. Quedarse callados frente a este uso irresponsable de las palabras es permitir que se siga realizando. ¿No nos debería causar indignación que nos traten como infantes y que no repliquemos?

Hay una extensa colección de expresiones lamentables hechas por los políticos de turno que evidencian falta de respeto hacia los ciudadanos. Por mencionar sólo algunos casos, desde aquella observación terriblemente cínica del vicepresidente Francisco Reyes cuando vio a un niño desnutrido de Camotán y dijo que “estaba gordito”, hasta las más o menos recientes declaraciones del canciller Harold Caballeros después de ocurrida la masacre de Totonicapán, la sentimental “tristeza” de Otto Pérez Molina por los médicos que “no hacían nada” en los hospitales (obviando los pequeños detalles del desabastecimiento de medicinas y la extensa jornada laboral de los médicos) y la declaración de horario de trabajadora de la construcción de Roxana Baldetti, en ese momento, presidenta en funciones.

Si se hiciera un concurso de “metidas de pata” (eso sí, expresivas de la ideología de los emisores), el premio estaría bastante reñido. Estas declaraciones, así como las promesas de campaña muestran un problema serio: la irresponsabilidad de lo que se dice en el ámbito político.

¿Por qué lo que se dice en el ámbito político no es intrascendente? Porque la degradación del lenguaje y los absurdos de las declaraciones públicas son parte de lo que contribuye a erosionar la confianza ciudadana en los políticos y, más grave aún, en lo político, es decir, en la determinación de reglas de convivencia y construcción de proyectos comunes.

Uno de los ejemplos más claros de este ejercicio irresponsable de la comunicación son algunas de las declaraciones de Manuel Baldizón, quien bien podría ser el próximo presidente del país.

Unas cifras

Si el pasado fuera ley, en las elecciones de 2015 le “toca” ganar a Manuel Baldizón: el segundo lugar en las elecciones anteriores se convierte en el próximo gobernante. Así ha sido en las últimas elecciones (Portillo, Berger, Colom y Pérez Molina).

En las presentes condiciones políticas, no existe una figura que sea tan conocida y que, dadas las reglas del juego que actualmente nos gobiernan, pueda optar a ser candidato presidencial con la fuerza que tiene este personaje. De los demás candidatos (o posibles candidatos) que ya se perfilan, ni a Alejandro Sinibaldi, ni Roberto Alejos, ni Roberto González, son tan reconocidos o tan populares como Manuel Baldizón. En el caso de Sandra Torres, se puede dudar de que tenga el apoyo que tuvo cuando disponía del aparato gubernamental y realizaba una actividad proselitista tan intensa y respaldada por los programas de desarrollo del gobierno de su ex esposo.

De hecho, en las pasadas elecciones, Baldizón, por las razones que sean, logró convocar a 1,980,819 votantes en la segunda vuelta para que apoyaran su aspiración política. Si se compara con el 1,038,287 votos que obtuvo en la primera, se puede apreciar que en apenas un par de meses, aumentó su caudal electoral en casi ¡un millón de votos![1]

Este incremento de 90.78% respecto a la primera vuelta, representa el doble del crecimiento de votos de Pérez Molina (42.77%). Es posible pensar que si el tiempo entre la primera y segunda vuelta hubiera sido mayor, Baldizón habría reducido aún más la distancia con el actual presidente.  

Aunque el padrón electoral ha crecido de forma realmente importante desde el “retorno a la democracia” (un aumento de 166% en 25 años), el total de votos que obtuvo Baldizón en esa segunda vuelta electoral es superior al total de votos que obtuvieron Cerezo, Serrano, Arzú, Portillo, Berger y Colom cuando fueron electos como presidentes.

De paso, es importante señalar que estas cifras desmienten la idea que la legitimidad de los gobiernos se debe al número de votos que obtienen los candidatos en las elecciones. El mejor ejemplo es el del presidente Alvaro Arzú, que logró firmar los Acuerdos de Paz y concluir formalmente el enfrentamiento armado, privatizó y disminuyó significativamente al Estado guatemalteco, pudo sortear la crisis debida al asesinato de monseñor Juan Gerardi por elementos vinculados a la propia institucionalidad estatal, etc., con un apoyo electoral bastante pequeño. La legitimidad que se expresa en la capacidad de acción de los gobiernos y la aceptación ciudadana (que bien puede ser resignación) está, entonces, en otra parte.

Una breve revisión de las cifras y porcentajes de elecciones pasadas pueden ayudar apreciar la importancia del respaldo obtenido por Baldizón.

Tabla 1. Padrón y participación electoral período 1985-2011

Elecciones

Ganador

Total de votos en 2ª. vuelta

% sobre padrón electoral

1985

Vinicio Cerezo

1,133,617

41.17%

1990

Jorge Serrano

936,385

29.22%

1995

Alvaro Arzú

671,354

18.09%

1999

Alfonso Portillo

1,185,160

27.29%

2003

Óscar Berger

1,235,219

24.35%

2007

Álvaro Colom

1,449,533

24.20%

2011

Otto Pérez

2,300,874

31.34%

Fuente: elaboración propia con información del TSE.

De hecho, Baldizón obtuvo un 26.98% de votos respecto al padrón electoral, lo que representa un porcentaje más elevado que lo obtenido por Arzú, Berger y Colom cuando ganaron la presidencia y es, apenas inferior, a lo que obtuvo Portillo y no demasiado lejano de lo obtenido por Serrano.

Por si esto fuera poco, la bancada de Lider, que inicialmente era de unos cuantos diputados, es en estos momentos, una bancada de 40. Lo cual es una muestra de la decidida voluntad de alcanzar el poder del dueño del partido (y de las veleidades e inconsistencias de los diputados).

Mucho se ha criticado la forma de actuar y lo que promete Baldizón, tildándolo de bufón (lo que no sin cierto humor reivindicó en alguna ocasión). Pero si los números tienen algún significado, Manuel Baldizón es, en nuestro actual panorama, el político de la oposición más “serio” que se tiene. Observar qué dice y cómo lo dice es un ejercicio necesario sobre la calidad de la “oferta” política.

Cuando los políticos hablan

La política guatemalteca está cruzada, además de por prácticas corruptas, por discursos que evidencian la pobreza y la miopía de muchos políticos.

A poco de pensarlo resulta escandaloso, pero existe una actitud bastante extendida de desconfianza frente a los políticos debido a una larga experiencia de promesas fallidas y actuaciones corruptas. En otras palabras, usualmente se deja de creer en lo que los políticos dicen y se desconfía de lo que hacen. La última encuesta de LAPOP-Asies muestra esta tendencia: de las instituciones evaluadas, las que menor confianza presentan son la policía, con un 34.9%, y los partidos políticos, con un 36.1% (con todo, la participación electoral ha crecido, como lo demuestran las cifras disponibles).

En otras palabras, dos de cada tres guatemaltecos no confían ni en la policía ni en los partidos políticos. Esto se puede derivar de las acciones y escándalos que protagonizan los políticos y también de lo que declaran y prometen. Por tanto, es necesario examinar algunos aspectos sobre la comunicación.

Una comunicación es real (realiza su propósito) si entre el emisor y el receptor se logra una comprensión del significado de lo dicho. Esta observación que parece bastante trivial abre las puertas a considerar dificultades elementales y persistentes en los actos comunicativos.

Un ejemplo sencillo puede ayudar a comprender algunas de estas dificultades: dos hermanos hablan sobre su papá. Sin embargo, al mencionar la palabra “papá” el primero puede estar asociándolo a un significado que surge de experiencias positivas de cariño y cuidado. El otro hermano al escuchar la palabra “papá” lo asocia a ausencias y regaños (surgidos de su experiencia particular). Aunque ambos utilicen la misma palabra y se refieran a la misma persona, el significado puede ser resueltamente contrario y surjan, por tanto, malentendidos y discusiones por su uso.[2]

¿Qué derivaciones tienen estas observaciones elementales sobre comunicación respecto a lo que dicen y prometen los políticos? Que entre lo que los políticos dicen y lo que los electores escuchan puede existir un abismo debido a las condiciones de producción de los actos comunicacionales emitidos desde el ámbito político.

Tanto en las declaraciones de funcionarios como en las promesas de campaña se asiste a una fuente importante de malentendidos. Dada su naturaleza, las declaraciones políticas y las promesas políticas tienen una función apelativa básica que se puede traducir en “crean en mí” o “voten por mí”. Aunque esto no aparezca de forma declarada y se intente ocultar, está siempre en la base de sus expresiones.

De acuerdo con la experiencia previa, cuando los políticos prometen algo en la campaña electoral (que ahora es permanente), se debe estar alerta a la doble significación existente en la comunicación. Por un lado está el mensaje literal (que puede ser ilógico, confuso o vacío, verbigracia, “los buenos somos más”) y  por otro la intención subyacente de la comunicación: el apelativo “¡voten por mí!”.

La comunicación de Baldizón

Hace poco circuló una broma en Internet que mostraba el nevado paisaje de San Marcos en la pasada helada y aparecía Baldizón prometiendo que los próximos juegos olímpicos de invierno se llevarían a cabo en Guatemala. La broma no tendría efecto si las promesas de este personaje no se percibieran tan estrafalarias.

Sin embargo, debe insistirse que no es el único político que hace méritos en este sentido. Si se reflexiona seriamente, la política guatemalteca es un ejemplo de irresponsabilidad política.        

Las promesas que hacen los políticos a la hora de seducir a los votantes son uno de los ejemplos más evidentes del circo político del que “disfrutamos”. Si se hiciera una lista, seguramente podrían llenarse unas cuantas cuartillas con los absurdos que hemos tenido que soportar antes, durante y después de los torneos electorales. Todavía es broma el anuncio de aquél candidato del PAN que ofrecía mejorar el país y mayor seguridad “el 14 a las 14”.

Lo que no debe desconocerse es el oportuno sentido político de Baldizón. Al mismo tiempo que se produce un enfrentamiento en el Congreso entre la bancada del PP y Lider, acompañada de declaraciones (y uno imagina que otro tipo de zancadillas menos públicas) se lanza una campaña que busca posicionar a Baldizón como político serio, recordando dos de sus promesas.

Uno de los mensajes dice: “Ahora sí no era mala idea un Bono 15 propuesto por Baldizón”. ¿Qué es lo que se quiere transmitir con esta campaña? Es evidente que busca aprovechar las insatisfacciones que producen el deterioro económico y el malestar de la reforma tributaria. En el primer caso, si se piensa por un momento, ¿qué trabajador no se siente seducido por la idea de un bono 15 para el difícil inicio del ciclo escolar? Que sea factible o no, es lo de menos.

El otro mensaje de la campaña aprovecha el descontento que genera el aumento a los impuestos (tema sensible en la Inglaterra del siglo XIX y en nuestro país). Además, aquí se observa otro texto (estilo telenovela mexicana) atribuido a un motorista que indica que tendrá que vender su motocicleta por no tener para pagar el impuesto, pues subió al doble.

Pero además, desde hace ya cierto tiempo, Baldizón recurre a ciertas frases que tienen un arraigo fuerte en el imaginario popular. “Solo el pueblo salva al pueblo” es una de ellas. Sin embargo, esta es una de las mejores expresiones que evidencian el problema en la comunicación de este político. En esta declaración de Baldizón hay una contradicción evidente. No hay congruencia entre el emisor, un político que, aunque populista no es del pueblo, y el llamado a la acción popular que está en el origen de la expresión, lo que de paso, “gasta” la expresión y la vacía de sentido.

Es precisamente la no preocupación por la factibilidad de las promesas hechas, la incongruencia de ciertas expresiones y lo exagerado de ciertas promesas lo que hace que estas declaraciones sean tan preocupantes.

Nosotros, ciudadanos.

Ahora bien, más que indignarnos fácilmente por el comportamiento de la mayoría de políticos, deberíamos preguntarnos qué papel tenemos nosotros al respecto. Casi cualquier respuesta, a excepción de una totalmente inconsciente, nos dejaría mal parados. Una de las mejores expresiones que he leído al respecto es la de Andrés Zepeda al indicar que no tenemos el gobierno que merecemos. Tenemos el gobierno que somos y, por extensión, tenemos a los políticos que somos. Para saber por qué estamos tan mal, no sólo se debiera levantar el dedo y acusar a los políticos (que también hay que hacerlo). Probablemente algunas razones igual o más importantes encontraríamos si viéramos más honestamente la imagen que nos devuelve el espejo.

Indudablemente un conjunto de factores complicados inciden en la calidad del juego político que encontramos en el país. Somos producto de un pasado que nos ha traído al presente. No hay que descartar que hace apenas un par de generaciones, los mejores intelectuales y políticos de este país eran asesinados en las calles: que miles de personas fueran asesinadas por cualquier tipo de militancia política no es algo que deje intacta la posibilidad de desarrollar una actividad política seria.

Tampoco es fácil descartar que, a nivel mundial y no solo a nivel local, exista un retroceso de lo político debido a la “economización” de todo, incluyendo el “mundo de la vida” y que ese clima posmoderno ha llegado a permear a ciertos sectores poblacionales, especialmente los sectores urbanos, ya desligados de lo público.

Pero de nuevo tenemos que considerar que, aún cuando las razones sean tan variadas e importantes, la apatía política que mostramos en la mayor parte del tiempo, es un problema que no nos permite salir de donde estamos.[3] Recientemente un estudiante me preguntaba indignado por qué las universidades (que teóricamente son parte de la conciencia crítica de la nación) no lograban impulsar una alternativa política que incluyera un verdadero proyecto de nación. Su pregunta todavía me deja perplejo y francamente aún no puedo contestarle.

Sin embargo, aún cuando se tengan responsabilidades diferenciadas debido a ciertas condiciones, hay que pensar sobre lo que los ciudadanos hacemos o no, para permitir que la oferta política y el juego político sean tan pobres y tan malos. Las declaraciones de algunos políticos son elocuentes de los niveles a los que hemos permitido llegar.




[1] Este acelerado crecimiento puede originarse también en cierta base electoral de Sandra Torres que se oponía a la candidatura de Otto Pérez.

[2] En términos técnicos, un signo es una entidad generada por la interconexión de significante y significado. El significante es la parte material del signo (en el ejemplo, la palabra “papá”) y el significado es el concepto que se le asocia (“padre bueno” para un hermano y “padre malo” para el otro). El ejemplo presentado hace abstracción de muchos aspectos posibles del contexto y la relación entre hermanos, pero llama la atención sobre una base muy extendida de malentedidos: la significación múltiple (polisemia) de las palabras (signos).

[3] Es cierto que uno advierte que hay muchos esfuerzos locales y parciales por participar, de una u otra forma, en el mejoramiento de la política. Pero uno de los indicadores más claros de nuestra situación es que lleguemos a las votaciones del 2011 con una oferta política de tan mala calidad y que, después de un año, se advierta que el estilo político no haya variado demasiado. ¿No dice que el problema es estatal y no sólo gubernamental? 

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