El ERP controló el norte de Morazán, desde Perquín a la frontera hondureña, y el Ejército nunca lo pudo recuperar en todos los años que duró la guerra. Este orgullo sigue presente en el pueblo y sus habitantes, a pesar de que algunas cosas han cambiado desde que el pueblo era la sede de la comandancia del ERP. Por ejemplo ahora, junto al rostro de Romero también está pintado en los muros de la iglesia el del papa Juan Pablo II.
Hasta Perquín llegan algunos extranjeros en busca de turis...
El ERP controló el norte de Morazán, desde Perquín a la frontera hondureña, y el Ejército nunca lo pudo recuperar en todos los años que duró la guerra. Este orgullo sigue presente en el pueblo y sus habitantes, a pesar de que algunas cosas han cambiado desde que el pueblo era la sede de la comandancia del ERP. Por ejemplo ahora, junto al rostro de Romero también está pintado en los muros de la iglesia el del papa Juan Pablo II.
Hasta Perquín llegan algunos extranjeros en busca de turismo revolucionario. También familias salvadoreñas que viven en Estados Unidos. Es fácil distinguirlas. Los padres utilizan artilugios como tabletas o cámaras de fotos caras, y a los niños todo lo que ven les parece “awesome”.
El museo de la revolución en Perquín es poco más que un almacén de objetos personales de los combatientes, armas, y antigua propaganda. No hay ni mucho orden, ni mucho contexto histórico. A los visitantes lo que más les gustan son las armas. Los M16 y los lanzagranadas RPG. Pero lo más interesante son las fotografías de los hombres y las mujeres que tomaron las armas. En las paredes cuelgan las biografías de algunos de ellos. Todas terminan con la fecha en la que el compañero o la compañera “cayó”. La revolución fue en realidad una guerra de la que no volvieron los que mejor la conocieron. Por eso, este museo sabe a tan poco.
Durante todo el tiempo que estuvimos en el museo se escuchaba un sonido inquietante, el quejido, constante y repetido, de alguien. Primero pensamos que en el patio exterior debía de haber algún tipo de vídeo o proyección con el testimonio de algún herido. Pero al salir descubrimos que era un señor mudo que vendía helados y que, para llamar la atención de los clientes, gritaba ahhhhhhahhh constantemente
En el patio del museo están colocados los pedazos casi irreconocibles de un helicóptero Huey caído. Es la prueba que la guerrilla conservó de una las piezas de caza más valiosas que se cobraron. En él, en 1984, murió el teniente coronel José Domingo Monterrosa, uno de los estrategas principales del ejército salvadoreño y el autor intelectual de la masacre de El Mozote, en la que fueron asesinadas al menos 700 personas en 1982. La guerrilla lo engañó, se encargaron de que el Ejército se hiciese con un aparato de radio supuestamente abandonado que contenía explosivos en su interior. Monterrosa se enteró y lo subió a su helicóptero. Mientras volaba, estalló. Esa es al menos la versión que el museo ofrece.
A la salida, como complemento al museo, se invita a los turistas a visitar un supuesto campamento guerrillero. Hay canopy, churrasqueras, y la posibilidad de que los visitantes se tomen fotografías vestidos de verde olivo con viejas armas.
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