La naturaleza sigue sus propios protocolos; en consecuencia, la temprana nevisca sorprende por descortés, en tanto que se presenta sin la gentileza del anuncio. Y, sin embargo, estos coágulos de agua no son sino el prefacio de un final que este hemisferio espera desde enero, en el marco de una perpetua cuenta regresiva hacia un desenlace que nunca acaba de llegar. Criaturas simbólicas, abrazamos la ficción de los rituales; y si septiembre prologa de ocres al otoño de octubre como parte de una eterna ceremonia climática, octubre acostumbra barrer a bostezos la crujiente hojarasca como proemio a la glaciación efectista de diciembre.
El Día de Difuntos está por arribar a nuestra tierra. Mientras tanto, en esta jungla de concreto los comercios rebosan festivamente de esqueletos, calabazas, camposantos, hechiceras y demás utilería de lo tétrico: en este avatar reencarna una tradición de la antigua espiritualidad de los celtas, mira por dónde, para uso exclusivo de nuestra muy posmoderna vida consumista. Es ineluctable: precisamos de cálculos, medidas, pausas, festejos, planes, sueños, mascaradas y calendas, y todo para dar constancia de nuestro paso por el tiempo. Esto somos: seres de mitos y de fórmulas. Por eso creemos en la pamplina del amor y en su sencillez conjetural. Pero el caso es que nada hay de simple en esta idea: ni en su definición, ni en su premisa, ni en su semblanza, ni en su historia, ni en su imagen, ni en su génesis, ni en su apropiación por teologías perversas.
Desde luego: constreñir el amor a una mera reacción química en el sistema límbico no es más que una ofuscación reduccionista. No obstante, el amor tampoco es caridad. O beneficencia. O asistencialismo. O filantropía. O paternalismo. O martirologio. O magisterio anónimo. El amor es y no es todo lo anterior. El amor es eso y es el “amor oscuro” de García Lorca, tanto como el deseo de morir por no morir de Teresa de Ávila. El amor es aquello y mucho más, tal vez; pero lo que no es el amor es ciertamente, digamos por ejemplo, el delirio dogmático de Agustín de Hipona contra arrianistas, pelagianistas, donatistas, maniqueos, académicos y todo aquel que no comulgase con su represión metafísica y su metafísica de la represión.
¿Existe una naturaleza “verdadera” del amor? Si así fuese, ¿en qué podría consistir su enigma, que la Grecia clásica no consiguiera más que intuirlo en cuatro avenidas de entendimiento, a saber: ???? (eros), f???a (filía), ???p? (agape)y st????(storgué)? Si veinticinco siglos de intentar aprehender la esencia de esta quimera no han logrado construir una respuesta convincente, Carmen, yo tampoco lo logro. En todo caso, me parece absurdo el mandato de amar por obligación; si amo porque me obligan, entonces no amo en absoluto: me limito a seguir una orden, que es el germen de la lógica vitanda del señor y del esclavo. Con todo, creo con firmeza en el respeto por los otros. Y creo en la solidaridad humana. Y creo en la empatía. Y creo en la dignidad intrínseca de cada persona por el avasallador hecho de serlo. Con ese horizonte en la mira, me es lícito indignarme ante las injusticias, y pedir cuentas a los infractores, y ayudar a quienes lo necesitan y deprimirme por deficiencia de endorfinas. Ninguna miseria es entelequia, ni en sentido irónico ni en la teleología aristotélica.
Y, aun en la miseria, Haití cuenta con héroes y heroínas, como la incombustible Eliane de tu carta. En Manhattan, por su lado, el parque Zuccotti se ha convertido en teatro de operaciones de un movimiento que tiene antecedentes inmediatos en la Primavera Árabe y el 15-M madrileño. No existe una consigna única o unívoca, lo que de algún modo exhibe a los ocupantes de la plaza como un reflejo de la idiosincrasia de esta isla: cohesión en la pluralidad y la diferencia. No me aventuro a llamar a esta corriente una “revolución ética”; al menos, no todavía. Lo que sí diviso es esperanza, con todo y lo manido que resulta esta semántica en bocas demagogas. Hay un rescoldo luminoso, una chispa de convicción vigorosa y dorada en que ningún sistema es monolítico y en que una mayor equidad es posible. Elijo creerlo, así se me tome por iluso… Es octubre, Carmen, y nieva.
Un abrazo de profundis,
Ramón
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