Robo esta frase a fray Luis de León, aquel humanista del siglo XVI a quien la cordial Inquisición mantuvo confinado en sus muy amenos calabozos, entre otras fechorías, por haber cometido la traducción del Cantar de los cantares del hebreo al romance del feriante. Absuelto —cinco años más tarde—, reanudó su cátedra en Salamanca como si aquel hiato carcelario hubiera comenzado apenas anteayer, y de aquí el ayer de su decíamos.
Y es así que ayer decíamos, lo digo en plural de modestia, que en Nueva York era ya primavera. La hormonal primavera, esa de los cielos vivificantes y las flores alergénicas; ese violín de Vivaldi que en el norte profetiza caites chulos, melenas redimidas y variedades infinitas de esas prendas a las que los lingüistas vaticanos han echado las aguas del bautismo con el nombre de tuniculae minimae (refiérase al diccionario electrónico del latín puesto a gogó, cortesía lexical de los subalternos de san Pedro).
Hoy tocan suelo neoyorquino las nieves pérfidas, y no me toca ser su relator: tal es mi circunstancia recurrente con cada finiquito de docena gregoriana, qué le vamos a hacer. La ciudad de Guatemala y la familia me convocan cuando ambas están por desgajar el almanaque, así que por ahora se me puede perturbar en esta capital inoperante pero nuestra, y de Álvaro Arzú.
Desde esta mancha topográfica escribo mi primera contribución en solitario para Plaza Pública, mi refugio virtual en tiempos en que quise arrancarme las tripas para presentarlas en sociedad. Y abrirme las venas. Y dejémonos de vainas. Sean ustedes bienvenidos al alumbramiento de «La prepostería», el nombre de este escondrijo quincenal y patafísico en los vastísimos barrancos del ciberespacio.
No investiguen sus mercedes la palabra prepostería en ninguna Wikipedia: es invención de este comentarista. La siembro en la base del adjetivo ‘prepóstero’, con el cual deseo remitir al trastrocamiento, a la hechura enrevesada y sin orden ni concierto. Es sinónimo anglicado de lo absurdo, que, como sabemos, significa todo aquello contrario a la lógica o desprovisto de sentido. El imperio de las leyes de Murphy, vamos; el que rige en este cuerpo celeste.
Prepostería no solo busca designar en colectivo al mercado de todo lo prepóstero, aunque también. Fonéticamente, quizás apunte a repostería, y no sin provecho: las reposterías son algunos de los pocos sitios sacarinos que nos van quedando como consagración a un oficio artesanal. Y a mí me encantan los merengues. Prepostería, por lo tanto, viene a concretarse en el cinismo de una tartaleta ponzoñosa. O en una mezcla ácida de atol con ironía, edulcorada con toxinas, pero apta para los faltos de insulina que ya viven entre trauma y sobredosis con eso vomitivo que se llama realidad.
Dicho esto, me violentan tres preguntas: ¿escribiré para quién, para qué y sobre qué? Me parece que quepo de cuerpo entero en el intervalo de estos signos de interrogación, y dentro de sus límites me propongo responder: escribiré para ustedes, la razón de Estado de todo ajedrecista de palabras. Sin ustedes, lectoras y lectores, ninguno de estos pujos valdría la pena.
Al mismo tiempo, con toda franqueza, también escribiré para mis afueras (mis adentros se escriben ellos mismos con neuronas que me aborrecen). Así, pretendo oficiar como exorcista de las importancias que se me arraciman en los sesos, perdonen ustedes. Y también lo seré de mis idioteces, vuelvan ustedes a perdonar. Verbalizar es un proceder de conexión y de empatía con nuestro entorno, que es todo lo existente extramuros del espejo. Sin tal proceder, me temo, la comunicación de las ideas sería un monólogo de mudos.
Presupongo que quienes ejercerán el inmenso estoicismo de leerme tendrán acceso a la red de redes. Con ello también presupongo que lo harán mayoritariamente desde núcleos urbanos, donde la navegación por esos cibermares es menos extravagante que en el resto de nuestros puntos cardinales. También presupongo que estarán interesados en el acontecer nacional y en la opinión razonada de los más informados compatriotas, que en Plaza Pública fulguran con gran pericia. En este sentido, no esperen ustedes hallar en mi rincón los sensatos análisis de mis camaradas columnistas o blogueros: ellos lo harán mucho mejor de lo que podría yo aspirar a producir con mis quijotes y mis ilíadas.
En trueque por su paciencia, ustedes excavarán en mis escritos una visión esperpéntica del plano existencial que compartimos, pero no por ello transpirará frivolidad —o eso espero—. Sarcasmo, risotada y náusea: aún no decido la dosis. Pero téngase la certeza de que estaré siempre ya inclinado hacia la proa del Otro, el sujeto oprimido, el sujeto diferente, la víctima histórica del agravio.
Solidaridad, pero no demagogia: es la mínima decencia a que está obligado quien tiene el privilegio de decir que estudia fuera, y lo digo con un poco de vergüenza en un país tan carente de lo básico como es el nuestro. «La prepostería» tomará el rumbo que ustedes decidan, pero, a pesar de su manifiesta imperfección, en ella no habrá nunca sobornos, ni dádivas, ni ofertas, ni delitos, ni haya esclavos que laman el yugo ni tiranos que escupan tu faz. Pues eso.
* http://www.plazapublica.com.gt/content/un-epilogo-de-polen
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