El contexto fue el “dos más uno”, evento organizado por Maurice Echeverría, artista de las letras que una vez al mes hace de entrevistador y lanza el anzuelo con preguntas bien contextualizadas e incitadoras. El escenario, una librería de las pocas (lamentablemente) donde se puede convivir con obras, autores, lectores y trozos de arte empastado y viviente. El protagonista, “un músico… sólo así” que es como el mismo Paulo dice que le gustaría que lo describieran en un epitafio “y si no pudiera decir músico diría loco, pero eso ya sería muy petulante de mi parte”.
Dicharachero, gesticulador y con su amalgamado sentido de humor y erudición, Paulo resumió una historia de vida enteramente dedicada al arte. Con padres, abuelos y demás familia de músicos, dijo sin dudar que la mejor herencia que se puede recibir del arte es la formación en libertad.
El arte lo llevó de la mano desde una infancia llena de curiosidad y experimentación, hasta una juventud con disciplina, expresión de creatividad y autodescubrimiento. Paulo reconoce los aportes de haber escuchado tanto música “bien construida” de uno de los compositores favoritos de su madre, el vienés Johannes Brahms, como la creatividad exploradora de su padre y sus constantes “a ver qué sale” musicales. En su juventud recuerda haber vivido intensamente tanto el surgimiento de Peter Gabriel, como su experiencia como parte de la Sinfónica Juvenil y la rigurosidad de los ensayos, viajes y presentaciones.
De su participación con la banda Alux Nahual y el Cuarteto Contemporáneo, Paulo comentó la experiencia constructiva de desarrollar proyectos artísticos en equipo, del trabajo con horizontalidad y aprender a privilegiar la búsqueda artística sobre la búsqueda de dinero.
Pero, desde el testimonio de un viandante de los caminos del arte, ¿cuál es el aporte del arte en un contexto como el guatemalteco? Y aquí vienen las ideas que marqué como favoritas del conversatorio: El arte nos enseña a ser valientes, a derribar la cobardía creativa, tarea compleja en Guatemala, donde el sistema nos oprime y nos hace pequeños y cobardes. Nos da opciones. Nos enseña a disfrutar. Nos da razones para vivir. Más allá de comprar, consumir o preocuparnos de salir con un arma. Nos muestra que la única razón para estar vivos es celebrar la vida. Es trabajar para tener acceso a la lúdica y el esparcimiento. Y que sea accesible para todos.
Nuestro sistema educativo no contempla adecuadamente la educación musical, ni artística ni de creatividad, de vital importancia para el desarrollo humano, como lo han vislumbrado ya otros países de nuestra misma región Latinoamericana. La educación artística es formativa y no normativa. Es educación en libertad. Libertad para identificar nuestros deseos y libertad para poder lograrlos. El arte nos da libertad y eso, en el contexto guatemalteco, nos asusta.
Y es aquí donde las ideas de don Paulo comenzaron a no dejarme en paz. ¿Cómo hacer para reivindicar el rol liberalizador del arte en nuestra sociedad? ¿Cómo hacer para que no sea un privilegio de algunos sino un derecho de todos? ¿Cómo hacer para pasar de la cultura del miedo a la de la libertad?
Y mientras esas preguntas seguían dándome vueltas en la cabeza, hoy, la realidad me alcanza y me apisona. Me erizo cuando leo en las noticias la cita del texto de una de las pancartas utilizadas por la Asociación de Familiares y Amigos de Militares Accionando Solidariamente en su marcha del pasado domingo: “Gracias a los soldados y no a los poetas podemos hablar en público”. Disculpas (ajenas) a los poetas, músicos y a todos los valientes artistas de este país que han trabajado por la verdadera libertad. La que nos da valentía y no miedo. La que nos da razones para vivir, no para morir.
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