Las razones que determinaron su final, así como si en realidad lo que aconteció fue anarquía o mecanismos comunales no formales de gobierno (restándoles prioridad a las formas políticas tradicionales), no me interesan en este momento. No quiere decir que no sean importantes. Pero me interesa en este momento la afirmación de la autora respecto a que esta experiencia nutre el Mayo francés. Los intereses concretos de los communards apuntaban a terminar con tres fenómenos concretos de la vida política francesa: a) la burocratización del Estado, b) la dinámica militarista y c) el viejo republicanismo. En tal sentido, los communards logran lo que Tocqueville llamaría en su momento la «igualación de las condiciones» o lo que hoy Chantal Mouffe tipifica como una participación ciudadana pospolítica en total condición de horizontalidad. Ahora bien, la contribución de los communards fue fundamental para el arte parisino y el empoderamiento de la educación politécnica. Esta forma semianárquica (si simpatizamos con Bakunin), también, por cierto, reivindicada por el marxismo (si preferimos a Marx en lugar de Bakunin), vio sus días contados y dio paso eventualmente a formas concretas de gobierno sin necesariamente cumplir con sus tres objetivos originales de corte claramente político.
Aquí la pregunta es: ¿qué tanto podemos regresar al paraíso original, al punto de partida o punto cero, y cuán posible es desde allí concretar hacia la estructura del sistema?
Apuntaba yo en mi columna anterior que Daniel Cohn-Bendit, la cara visible del Mayo francés de 1968, tuvo el sano juicio de coordinar la entrega de peticiones concretas una vez que su movimiento fue capaz de ocupar la Sorbona y ganar la atención mediática. El espíritu de ocupar el espacio público para construir un ágora nueva es la esencia de la Comuna, pero el pragmatismo político en Cohn-Bendit lo aleja —precisamente— de la experiencia de la Comuna.
En el contexto actual, la disfuncionalidad de la democracia moderna tiene muchos nombres. Hemos hablado en anteriores entregas de la democracia sin demos y de las elecciones sin democracia. Ahora mencionaremos la cuestión más básica de los regímenes híbridos y algunas de sus tipologías, puntualmente semidemocracia, democracia virtual, democracia electoral, pseudodemocracia, democracia iliberal, semiautoritarismo, autoritarismo blando, autoritarismo electoral y parcialmente libre.
En primera instancia, estamos hablando de regímenes en los cuales hay formas parciales o moderadas de democracia. Yo prefiero quedarme con la expresión de transiciones prolongadas hacia la democracia de alto nivel. Transición larga y lenta que no siempre sucede o es exitosa. Lo han apuntado así Jeffrey Herbst y Thomas Carothers respecto a ciertos contextos denominados híbridos —por la transición inconclusa—, como México, Senegal o Taiwán.
Como apuntan los clásicos de la literatura sobre los regímenes híbridos, aunque cada uno de estos casos puede ser catalogado como híbrido, semidemocrático o parcialmente libre, «estos términos ocultan diferencias cruciales que pueden tener implicaciones causales importantes […] Las diversas mezclas de características democráticas y autoritarias tienen distintas raíces históricas y pueden tener diferentes implicaciones para el desempeño económico, los derechos humanos y las perspectivas para la democracia…».
En esa transición larga y lenta hacia la democracia de alta intensidad hay una variable que permanece en varios contextos de la región. La clase política se desconectó de la necesidad de construir ejes programáticos con base en la fidelidad a sus distritos, y la ciudadanía olvidó la necesidad de involucrarse y fiscalizar. Para el tango se necesitan dos. De ese modo, se produjeron partidos sin candidatos y candidatos sin partidos. Y en razón de que las fuentes de financiamiento no han sido modificadas, pues el actual sistema no tiene voluntad para hacerlo y la ciudadanía tampoco ha empujado desde siempre esta agenda, se ha construido un pacto perfecto de complicidad que ha debilitado las formas democráticas. Se vivió muy bien y cómodamente sin interés en lo político, excepto cuando fuese para extraer rentas concretas (al menos en los marcos clasemedieros urbanos).
Destruir el sistema y empezar de cero es una cuestión implícita en el espíritu de la Comuna, pero también lo es en el espíritu de Ayn Rand, en el del kibbutz y también en el de Nozick (solo hay que empujarlo tantito). En los casos que cito se busca arribar a un paraíso donde no hay olor a mecanismos políticos formales de intermediación, pero la diferencia estaría dada en términos de si el mecanismo vinculador serán los derechos de propiedad individual o los de propiedad comunal, democracia comunal sin intermediarios o relaciones contractuales privadas, como lo plantea Nozick (sin intermediarios políticos de igual forma). En todos los casos, independientemente del viraje ideológico que tome la propuesta de utopía, lo que vemos es que la vida en sociedad requiere de mecanismos asignadores de roles, estatus y tareas. El problema es que no siempre hay interés en los mecanismos de representación y en su necesaria pero muy lenta reforma.
La situación es compleja porque, ante la cuestión ya planteada de un demos fragmentado y de canales de intermediación debilitados, se podría pensar que el problema de la doble legitimidad propio de algunos sistemas presidenciales daría pie a canalizar el esfuerzo ciudadano no solo en el voto nulo (que el sistema no recoge y terminaría siendo vencido por la redes clientelares), en un voto de castigo hacia —por ejemplo— los diputados tránsfugas de la actual legislatura. Sin embargo, por la misma lógica del diseño cerrado de sistema, el impacto es prácticamente insensible. Repito. La estructura del sistema fue construida a espaldas de una ciudadanía que voluntariamente dio la espalda desentendida de lo político.
Entonces, la cuestión no es ni refundar el sistema (término que no es académico, sino periodístico) ni destruir el sistema, sino reformarlo. El descontento ciudadano debe canalizarse en acción política institucional. Los mecanismos oxigenadores siempre se aglutinan en frentes amplios que ingresan al sistema como un actor político nuevo, pero a final de cuentas uno más que deberá negociar con los actores políticos ya existentes. De hecho, Podemos y Morena (Movimiento Regeneración Nacional) confirman lo anterior: la necesaria institucionalización del sentimiento antisistema con una agenda clara que pueda impactar al nivel de las entradas del sistema. La Comuna duró poco.
Escenarios complejos, entonces, para reflexionar en los días de Comuna.
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