Lo anterior produce categorías importantes que explican esta situación.
Una de ellas ha sido autoría de Sheldon Wolin, importante politólogo estadounidense, quizá el teórico más importante sobre la democracia en ese país. A pesar de su tono pesimista, ha sido precisamente el profesor emérito de Princeton quien acuñó la expresión a la que quiero referirme en este artículo: el tipo de democracias en que hoy vivimos, democracias sin demos. Es decir, democracias donde el pueblo no entra en escena ni aparece sino solamente como un actor pasivo. Pasamos de ciudadanos a espectadores. Hay otros autores importantes en la ciencia política que han teorizado por esta misma línea. Incluso antes que Wolin, E. E. Schattschneider usaba hace medio siglo la expresión «semisovereign people» para señalar cómo el control sobre la toma de decisiones estaba fuera del alcance del ciudadano común y corriente. Y si se trata de autores contemporáneos a Wolin, no podemos dejar de mencionar a Jacques Rancière, quien plantea que el actual contexto se abre hacia una sociedad posdemocrática e incluso pospolítica.
Para los contextos democráticos jóvenes —al igual que para los contextos viejos—, el desencanto que se produce ante las estructuras formales —concretamente los partidos— es una realidad compartida. Pero no significan lo mismo. En los contextos menos institucionalizados respecto a la democracia, la siguiente es siempre una pregunta recurrente: sin partidos, ¿quiénes serán los protagonistas de las democracias en el futuro? De hecho, la pregunta no la hace un bochinchero común. Es autoría del famoso politólogo irlandés Peter Mair, quien fuera profesor del Instituto Universitario Europeo en Florencia. Y, dicho sea de paso, a Mair no se le conoció nunca un pasado de activismo político.
El afamado retorno a los populismos que por cierto inmortalizara a Laclau me parece, en parte, que tiene que ver con las situaciones apuntadas arriba. La historia parece mostrar que en determinados momentos concretos el demos se manifiesta. Hemos atendido en Occidente a momentos en que el demos vuelve a oxigenar la democracia. El 25 de abril se han cumplido 41 años de la Revolución de los Claveles, momento olvidado ya en la historia incluso por las izquierdas. En ese entonces, en el Portugal de 1974-75, esta revolución se presentaba como una opción de democracia popular entre el Occidente capitalista y el modelo soviético autoritario. ¿Qué distingue los movimientos populares exitosos? ¿La claridad de objetivos? ¿La heterogeneidad de sus miembros? ¿La profundidad del alcance? ¿El deseo de reformar? ¿Lo escandaloso del berrinche? Veamos casos. El YoSoy132 se disolvió tan rápido como llegó, pero las marchas panistas en México fueron inteligentes para permitir que su partido hiciera alianzas partidistas y ganara así gubernaturas (y luego la Presidencia). Los indignados en España generan hoy un reto al sistema, mientras que las marchas de más de 400 000 personas en Tel Aviv no lograron revertir la política neoliberal de su Gobierno y los indignados en Manhattan —con todo y Žižek— le hicieron apenas cosquillas a Wall Street. No así, por ejemplo, el Mayo francés, pero resulta que su líder visible, el anarquista alemán Daniel Cohn-Bendit, fue suficientemente pragmático para entregar un pliego petitorio que permitió darle a la ocupación de la Sorbona una meta política concreta. Por cierto, hoy Cohn-Bendit ya no es anarquista.
En ciertos contextos se le abre espacio a la experiencia fundamental de construir frentes amplios, y en otros contextos la territorialidad de los movimientos sociales los debilita. En efecto, no es lo mismo la expresión ciudadana cuando esta sucede en un marco que incluye las categorías básicas apuntadas por Bobbio: tolerancia, la no violencia y la fundamental creencia en la renovación gradual de la sociedad por medio del debate libre de ideas. Parte del reconocimiento pragmático en este contexto requiere aceptar el alcance de la expresión ciudadana. En un contexto de democracia institucionalizada, la experiencia de crisis temporal genera la obligada y necesaria institucionalización de la expresión colectiva (véase allí el caso de Podemos). Sin embargo, me parece que en los contextos denominados semidemocráticos la opción de comprensión nos remite más a otro italiano, en este caso Negri, quien apunta que la lógica de lo político no es sino mostrar que el poder constituyente se nutre de la oposición permanente hacia estructuras que deben ser desbaratadas.
Creo que situaciones como lo que acontece en Guatemala están más cerca del anterior escenario. Ante su complejidad, es vital recordar otra llamada de atención que hace Wolin en cuanto al alcance de la acción transformativa del demos. La acción democrática es totalmente fugaz porque surge en el momento preciso en que el demos supone tomar en sus manos los asuntos públicos. Y remarco lo de supone.
Pero esa suposición, ¿cuánto puede durar?
A ver. Veamos lo que pasa en Guatemala. El descontento ciudadano ha sido clave para romper los estigmas y unir en la plaza pública a colectivos de distinta procedencia. Pero la experiencia en Guatemala también muestra que los movimientos sociales y colectivos demarcan su territorialidad ideológico-programática con demasiada fuerza e imposibilitan así la construcción de puentes de diálogo. El demos (y en este caso debemos entender que los colectivos urbanos clasemedieros no son el demos) se expresa de manera muy breve. O se institucionaliza o se deja recoger por una propuesta existente o asume la estancia permanente. Una cuestión difícil en tanto y cuanto lo anterior solo sucede por parte de los actores denominados guerreros por los enfoques de cultura política.
¿La presión debe seguir dirigiéndose solo al Ejecutivo o también al Legislativo? ¿Es este el momento propicio para que los manifestantes hagan el esfuerzo de conocer la lista de diputados y alcaldes tránsfugas a la siguiente elección? ¿Se puede informar ahora mismo a los manifestantes cuáles son las reformas que por vía tradicional se pueden hacer a la Ley Electoral y de Partidos Políticos y así presionar al Congreso? ¿O es el momento para realizar convocatorias ciudadanas abiertas —al estilo de Podemos— para debatir en asamblea pública los contenidos de las posibles reformas?
Hay mil y una preguntas por responder. Y se deben responder ya mismo, pues el demos es fugaz.
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