Esta cita proviene del libro de Tim Reiterman y John Jacobs titulado Raven: The Untold Story of Rev. Jim Jones and His People. El texto es una narración a base de fuentes de primera mano que ayudan a interpretar el grave caso del predicador estadounidense pentecostal Jim Jones. Como todos sabemos, Jones y 900 de sus seguidores se suicidaron en Jonestown, Guyana.
En un artículo anterior argumenté con relación al grave problema de las lecturas literalistas en la práctica religiosa. Las tres ramas religiosas que emanan de la experiencia monoteísta han tenido un transitar complejo. En la teología cristiana (tanto católica como protestante), todo es cuestión de hermenéutica y de cuánto haya avanzado el pensamiento religioso en su propio proceso de civilización. Si uno quisiera, podría justificar acciones violentas y criminales con interpretaciones de la Biblia que van desde estrellar a los niños contra las piedras hasta quienes quieren que descienda fuego del cielo. Desde una posición eurocéntrica, diríamos, el cristianismo ha tenido que civilizarse hasta lograr un aggiornamento que limite —cada vez más— la experiencia religiosa al ámbito de las experiencias denominadas límite o existenciales.
Hay algunos que pretenden que este mismo devenir de aggiornamento sea experiencia personal del islam: un islam amable a los valores occidentales de tolerancia y libertad. Por un lado, esto es un tanto arrogante cuando, por ejemplo, notamos que los avatares reformistas en el universo católico-romano-apostólico son lentos. Pero también es cierto que, a raíz de los lamentables hechos acontecidos en París y posteriormente en California, muchas voces demandan que el universo musulmán moderado condene de forma pública y homogénea el terrorismo emitiendo un tipo de fetua (un pronunciamiento legal en el islam). De nuevo esto es injusto, puesto que la prohibición de matar se encuentra en el Corán. De hecho hay suras que promueven la hospitalidad, la misericordia, la honradez y el respeto a la vida, como también hay suras que claman por violencia. Pero, en aras de la honestidad, lo mismo sucede en el cristianismo. Es cuestión, entonces, del énfasis en la lectura.
Sin embargo, aunque hubiese dicha fetua, sería de todas formas inútil por el carácter fragmentado del universo musulmán. No hay un centro de poder teológico que siente doctrina, similar al que tiene el catolicismo romano. Aquí la cuestión de cómo sentar doctrina es más parecida al complejo problema del universo protestante, que tiene más de 33 000 expresiones denominacionales. Que los episcopales estadounidenses ordenen mujeres ministras o sacerdotes homosexuales no significa nada para los bautistas del sur: no sienta precedente ni genera punto teológico. Algo de eso sucedería en el islam. Aunque públicamente imanes salafistas parisinos han condenado los atentados, las mezquitas wahabíes en España y Francia no tienen por qué sumarse a esto. Que en Estados Unidos buena parte de las 1 200 mezquitas existentes condenen recurrente y públicamente los hechos de terror no significa nada para los colectivos minoritarios que se adhieren al wahabismo o al takfirismo (una rama del salafismo comprometida con la interpretación literal y sin vacilaciones del Corán). Esta petición de fetua no tendría impacto doctrinario. ¿Cuántos clérigos tienen que ponerse de acuerdo? Hagamos un ejercicio para ejemplificar. Los clérigos de la Universidad de El Cairo emiten una fetua. ¿A los wahabíes sauditas les importa? Supongamos que el ulema libanés Huséin Fadlalá hubiese emitido una fetua antes de morir. Ningún ulema suní estaría obligado a obedecer. En Afganistán y Pakistán los imanes juegan el rol de ulemas, y dudo que lo anterior tuviese impacto alguno. Nos faltaría suponer que un mulá chií persa se hiciera eco de ella. Muy difícil. Supongamos un escenario más europeo. El rector de la gran mezquita de París emite una fetua. Entre las 2 300 mezquitas de París hay 200 que son wahabíes y que no tienen por qué aceptarla. Esto parece un problema, pero en realidad es parte de leer el islam con ojos occidentales.
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Intentar producir entonces un islam occidentalizado, o un islam republicano (como Sarkozy pretendió luego de crear el Consejo Francés del Culto Musulmán), es una tarea compleja y quizá arrogante. Pero de nada sirve si el problema de la integración no se resuelve primero. Porque, vamos, las lecturas más radicales, mágicas y violentas de cualquier religión son propias de aquellos con menor acceso a la riqueza y a la educación.
Pero, a ver, vamos al punto gordo de este artículo.
Lo que aconteció el miércoles pasado en California presenta un panorama nuevo y peligroso.
El responsable del tiroteo masivo no es un inmigrante sirio o un inmigrante ilegal mexicano (gracias a Dios), sino un joven estadounidense musulmán. ¿Qué lo llevó a radicalizarse? No podemos hablar de cuestiones socioeconómicas como en el caso de los jóvenes parisinos de las banlieues. Esta es la pregunta de fondo porque siempre se había dicho que los colectivos musulmanes en Estados Unidos no sufrían el problema europeo. De hecho, la historia del islam en Estados Unidos es una amable. La presencia de musulmanes en ese país es anterior a la de los mismos mexicanos, pues la inmigración de aquellos a Estados Unidos data de 1840. De hecho, el primer país que reconoció la independencia de ese país fue el sultanato de Marruecos, y en 1797 el presidente Adams menciona el islam en sus escritos por la libertad religiosa. Literalmente, hasta el miércoles pasado no había estadísticas de actos de terror cometidos por musulmanes de nacionalidad estadounidense.
¿Es posible suponer que hay un proceso activo de radicalización entre los jóvenes musulmanes estadounidenses? ¿Es válido afirmar que la retórica islamofóbica en Estados Unidos comienza a generar un vacío existencial entre los jóvenes y que el refugio a esta situación sea la lectura literal y apocalíptica del Corán? Yo creo que sí.
¿Qué pasa por la mente de un sujeto para transformarse en yihadista? Es precisamente la pregunta que Mubin Shaikh (un exyihadista canadiense, ahora asesor del Gobierno de Canadá) intenta responder en su libro Undercover Jihadi. El texto de Shaikh es una lectura obligada para entender el proceso de radicalización y cómo monitorearlo. Pero hay algo esencial, fundamental y estructural que el islam comparte en el momento de la radicalización con expresiones cristianas también fanáticas. El caso de Jim Jones lo demuestra. La lectura literalista, radical y apocalíptica solo tiene sentido cuando la vida mortal mundana es ya considerada banal e innecesaria. En una sola palabra, odiar este mundo y sus placeres. Para redimir este mundo, la violencia es la única forma. Es allí donde el islam wahabí y el takfirismo entran en escena para redimir y exigir la purga.
Lo medular de este conflicto no está en Siria con los aviones de la coalición. Es una guerra de doctrinas y de ideas que debe pelearse en el seno de las comunidades musulmanas, en su propio tiempo y en su propia agenda. Mientras tanto, son ellas, las comunidades locales, nuestro mejor aliado en la batalla contra la radicalización.
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