En las narraciones se les escuchaba constantemente hacer referencia a la belleza de las jugadoras. Buena parte del tiempo se iba en piropos (aunque la mayoría, obviamente, eran para jugadoras de equipos de países que encajan en el estándar de belleza de Occidente). En una ocasión, luego de leer tantos piropos que la audiencia enviaba vía Twitter, los comentaristas dijeron: «Después de este Mundial, seguro habrá muchas bodas» (como si el casamiento fuera el logro más loable de estas jugadoras de talla mundialista).
Se les escuchaba cosas como «¡Cuidado, por favor! ¡En la cara no!», al momento en que una jugadora bonita era golpeada. Tras un error de una defensa, un comentarista dijo: «A ella se lo perdonamos todo», como haciendo ver que por ser bonita no importa su desempeño —pues ya cumplió con ser bonita—. (¿Ser bonita es acaso el mayor logro de una mujer?).
Al referirse a las jugadoras se podían escuchar palabras como mamita o princesa. Tampoco las llamaban por sus nombres o apellidos, como en el caso de los jugadores hombres, sino que les anteponían el señorita. En una ocasión repararon en que la jugadora estaba casada y entonces corrigieron a señora. ¿Interesan acaso detalles de la vida privada (como el estado civil) de los jugadores?
También hubo comentarios que se conectaban automáticamente con la función maternal de las mujeres: «Parece mamá enojada» o «La portera abraza el balón como si fuera su hijo». Y es que este tipo de comentarios, por superficiales que puedan parecer, impactan mucho más de lo que quisiéramos creer.
Hace unas semanas, el Washington Post tituló una nota: «The terrible, sexist tweet that shows how far women’s soccer still has to go». En esta se hacía referencia a un tuit que publicó la cuenta oficial del equipo de Inglaterra luego de llegar a la ronda de semifinales que decía: «Nuestras #leonas vuelven hoy a ser madres, parejas e hijas, pero han adquirido un nuevo título: heroínas». La nota subraya cómo algo así jamás sería dicho de sus similares hombres. El tuit fue bastante criticado y luego eliminado de la cuenta.
Hace algunos años visité a un médico especialista en medicina deportiva, pues tengo más de diez años de jugar futbol y en esa ocasión tenía problemas en una rodilla. Al poco tiempo de haber iniciado la consulta y de yo estar contando mi problema, el doctor me interrumpió y me dijo: «Pero si el futbol no es un deporte para mujeres». ¿Sus razones? Muy simples (para él). Primero dijo que el cuerpo de las mujeres era diferente al de los hombres y que, por lo tanto, las mujeres no debíamos jugar ese deporte porque tenemos impedimentos fisiológicos por ser más débiles. Luego —y supongo que era lo más importante para él— dijo que sería penoso para mí que al usar faldas se me vieran cicatrices en las piernas.
Así de breve, ese personaje resumió lo que muchos esperan de las mujeres, lo que el sistema patriarcal manda. Por un lado, que se queden relegadas a ciertos espacios y a ciertas actividades por ser consideradas débiles debido a las diferencias biológicas entre los dos sexos (el sexo fuerte versus el débil). Y por otro, servir como un objeto decorativo. De ahí la exigencia por esforzarse más en el aspecto físico y superficial que en otros como el desarrollo intelectual. En fin, esto puede causar una mujer que osa jugar futbol. Imagínese lo que puede causar una mujer en el mundo de la política o en cualquier otro puesto de liderazgo.
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