Así funciona su lógica. No puedes pedirles a máquinas simples que realicen operaciones complejas. De la misma forma funciona el razonamiento humano, que a pesar de las pruebas puede llegar a negar la ciencia, el cambio climático o la pandemia que estamos viviendo.
Negar el racismo, por ejemplo, no en todos los casos es deliberado, pues la mayoría de la gente lo practica sin saberlo al tenerlo incorporado. En este caso no es que lo niegue por pertenecer a una ideología determinada: lo niega porque no lo comprende.
El racismo ha existido desde la prehistoria de la humanidad. El sometimiento del otro está en el origen de todas las guerras. Los esclavos, por nacimiento o condición social, existieron siempre. Ahora que evolucionamos un poco más, abolimos la esclavitud, pero el racismo se ha sofisticado en muchas otras formas de exclusión, ya sea por color, por etnia, por identidad sexual o por poder económico. Es una forma cruel de violencia que no necesita del contacto físico.
En realidad, ni siquiera deberíamos hablar ya de razas. Mucha gente cree que la pigmentación de la piel refleja la pertenencia a una raza, pero no existe una categoría biológica definida por el color. Desde el punto de vista biológico, no existen las razas humanas. En realidad son construcciones sociales, culturales.
En un país donde hasta hace algunas décadas la segregación por color estaba dentro del marco de la ley, es entendible que las heridas no estén cerradas aún y que haya gente que siga creyendo que vive dentro de ese marco imaginario. Es posible deducir, entonces, que el acceso a la educación y a las oportunidades laborales no es el mismo y que los prejuicios hacia esa minoría siguen siendo enormes hoy. La brutalidad policial es un punto obvio en una sociedad donde la fuerza es una cualidad. Y, si bien no es exclusiva, tiene colectivos predilectos para su aplicación. La muerte de George Floyd no fue premeditada. Fue un accidente por llevar a un límite absurdo la sumisión de un individuo. Casi nueve minutos con la rodilla en el cuello de una persona esposada y tendida boca abajo en el piso es obra de una mente enferma. Y sus tres compañeros tienen la misma responsabilidad.
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Para entender la ira y la violencia desatada luego, hay que ponerse en el lugar de los oprimidos. Este asesinato liberó muchos demonios latentes. ¿Es entendible? En parte sí. ¿Es justificable? De ninguna forma. La respuesta violenta solo es una forma de venganza y no puede llevar a ninguna solución. El tema de los saqueos es directamente delincuencia y debe ser condenado. La protesta y el robo son hechos inconexos. Quien salió a robar no tenía en su mente protestar. No fueron ni George Soros ni el comunismo internacional. La protesta fue la respuesta orgánica de una sociedad cansada. El problema es que, cuando se involucra tanta gente, la situación se puede salir de control rápidamente. Una pequeña porción de los manifestantes eran ladrones, igual que una muy pequeña porción de los policías son asesinos. Repitamos todos otra vez: no se puede generalizar.
Donald Trump no tiene la culpa del hecho. Habría sucedido con cualquier presidente. Pero este, en particular, lejos de llamar a la calma, amenazó, profundizó la división e invocó falsamente a la religión, un combo bastante peligroso.
Pero, como decía mi abuela, «el roto se ríe del descocido». Eso permite que países con aparatos represivos estatales y sin libertad de opinión, como China, Rusia o Irán, hagan críticas a la actuación policial en Estados Unidos. Sin embargo, al menos allí uno puede disentir del presidente y criticarlo sin miedo a ser desaparecido.
Eso también pasa en Guatemala. Uno puede insultar al presidente sin temor a represalias. Lo malo es que la gente se está acostumbrando a hacerlo y las redes sociales son el campo perfecto para opinar por deporte e insultar por diversión, rozando el ridículo de afirmar que vivimos en una dictadura por las medidas tomadas debido a la pandemia. Seguramente es gente que no conoce la dimensión de esa palabra.
Y, ya que hablamos de Guatemala y tocamos el tema del racismo, hay algo que me hace sentir que, si unimos esas dos palabras, estamos en el umbral de un tema tabú. Para alguien que creció en otro lugar, bajo otras condiciones, es muy difícil esquivar el hecho de que en nuestro país el racismo está a flor de piel, en la superficie de todas las relaciones sociales. Pero, claro, si se lo quiero explicar a un negacionista, me lo va a negar.
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