Y el saber rodearse tiene su mérito. Sin embargo, casi todas las teorías sobre la meritocracia se saltan, a propósito, un punto demasiado relevante: el hecho de que para poder comparar méritos debemos salir todos del mismo punto de partida. O al menos de uno similar. Eso nos permitiría hacer, por lo menos, una comparación ponderada.
Me explico. Si vamos a competir en una carrera de obstáculos, que sean los mismos para todos. Si no, no se puede hablar de meritocracia. En Guatemala nos hemos acostumbrado a escuchar esa palabra en boca de quienes lo tuvieron todo para ganar. Y perdonen, pero quien gana una carrera en un auto deportivo mientras el rival corre a pie y descalzo tiene poco de mérito propio y mucho de lo favorable de sus circunstancias. Y las circunstancias heredadas son una cuestión de suerte, nunca de mérito.
Podemos y debemos validar el mérito propio en quienes logran un desarrollo sustancial desde su propio punto de partida, mas no en comparación con los demás. Es muy sencillo ser un ganador si se cuenta con una chequera familiar ilimitada y no duele perder muchas veces hasta que al final se acierta. Esa forma de pensar, no ser conscientes de las condiciones diferentes que enfrentan los demás, nos puede llevar a una de las más grandes mentiras de la historia moderna de la humanidad: «El pobre es pobre porque quiere». Ese disparate, que solo puede ser repetido por personas que siempre tuvieron todo, es, antes que nada, una demostración de ignorancia. Y poner como ejemplo a gente que ha logrado superarse y alcanzar logros extraordinarios a pesar de las dificultades es, en parte, menospreciar esos logros. No, no todos los que se esfuerzan tienen la suerte de destacar. La movilidad social es posible, pero es la excepción.
Como contrapartida, el pensamiento «yo soy rico por mis méritos» casi siempre es una fachada de la realidad, que sería «yo soy rico por mis circunstancias favorables a la hora de nacer». Es imposible generalizar que quien no sale de su precariedad es porque no quiere. Sería como pensar que quien va a Harvard y no es el próximo Mark Zuckerberg es porque no quiere.
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A donde voy con esto es a que no podemos juzgar realidades ajenas si no las vivimos, si ni siquiera las conocemos. Si vamos a compararnos, que sea en las mismas condiciones.
Esa tremenda falta de empatía es de dos vías. Porque también la comodidad de quien no quiere esforzarse y pretende exigir que le den todo sin asumir riesgos es un contrapeso que limita el desarrollo del país. Aunque es un poco más complicado. En nuestro país, la falta de empatía está presente en todas direcciones: empresarios, trabajadores, sindicatos, religiosos, políticos, intelectuales, periodistas y actores sociales suelen pensar solo en lo que le importa a su grupo. Eso corta los posibles puentes de diálogo, contamina y genera un mal aún mayor: la desconfianza.
Es probable que mucha gente piense distinto, pero, en mi experiencia, si lográramos desarrollar la empatía a gran escala y pudiéramos construir confianza entre los distintos sectores de la sociedad, podríamos tener un país muy diferente.
En el complejo entramado del tejido social hay roles y funciones diferentes. Nadie pide igualdad para todos. Cada uno tiene que ser responsable de sus decisiones y de sus acciones. La meritocracia tiene que existir, pero debemos trabajar para igualar acceso a oportunidades a todos. Al entender esto podríamos comenzar a colaborar. Si no lo comprendemos, vamos a quedarnos anclados en la polarización, en una lucha sin final, donde no habrá ganadores, sino un país socialmente congelado que espera que pase el tiempo en cámara lenta.
La solución está tan cerca que parece alcanzable. No obstante, las barreras mentales que impone la desconfianza son tan altas que diluyen casi todas las esperanzas. Solo grandes líderes dispuestos a dialogar en todos los sectores pueden hacer viable esta utopía.
Ser moderado no es ser neutral. Es buscar el equilibrio que nunca tendrán los extremos. Es pensar más en lo que nos une que en lo que nos separa. Pero ya sabemos que eso no enciende a la gente. Por ello seguiremos peleando dentro de una burbuja que no va a ningún lado.
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