Y entonces nos permitirá proyectarlo a un todo. Los empresarios son todos explotadores. Los diputados son todos corruptos. Los del Gobierno son todos incapaces. Las ONG son todas vividoras del conflicto. Pero los de mi grupo, no importa qué grupo, son todos buenos. Y así formamos esas sectas de autodefensa, donde nos polarizamos sin sentido, de manera tribal. Donde la afinidad ideológica está por encima del pensamiento racional. Consumimos enormes dosis de propaganda disfrazada de información. Se nos incita a tomar partido y al final lo hacemos. Nos convertimos en fanáticos como si se tratara de futbol y ya no logramos diferenciar. Los incautos, los ingenuos, son arrastrados por la verborragia del 5 % enfermo de cada extremo, que envenena y destruye la discusión. Esos militantes de las redes sociales e incluso del periodismo —en algunos casos pagados, en otros porque se imaginan que están en algún tipo de lucha, no sé si moral o intelectual o de qué tipo— no pueden distinguir su verdad de la razón.
Y en el medio queda un grupo moderado, que puede tener ideas de derecha y defender una agenda social. Que puede preocuparse por los derechos humanos y considerarse capitalista. Que puede tener rivales, pero no busca enemigos en todas partes. Ese grupo puede ser tildado de tibio porque no insulta, no agrede. Y, lo más lamentable, políticamente no genera tracción, electoralmente no rinde. La gente prefiere la confrontación a la hora de elegir a un candidato. Quiere ser parte de una cruzada.
Esta no es una nota sobre Guatemala. La polarización es global. Y no solo es política, sino también étnica, religiosa, de lucha de clases. Populismo, racismo, xenofobia, exclusión se han vuelto palabras insoportablemente comunes y en cualquier caso pueden ser de derecha o de izquierda.
En el escenario mundial lo vemos claramente. Los nacionalismos son una tendencia en alza y, a mi juicio, una amenaza mayor que el covid-19. Hace un siglo, una pandemia olvidada, al final de la Primera Guerra Mundial, generó un período de enorme desconfianza y de poca colaboración. Los nacionalismos que se alumbraron en esos años fueron el germen de la Segunda Guerra Mundial. Recién allí sobrevino un período de colaboración entre naciones, de acuerdo y de reconstrucción, incluso mientras se incubaba la Guerra Fría.
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Es claro que ahora no hay daños en infraestructuras y que es muy exagerado pensar un escenario como el de la posguerra, pero una polarización global puede llevar al planeta a una situación de tensiones crecientes e innecesarias.
La gestión de esta crisis habla mucho de los liderazgos en cada país. Lo seguro es que la figura de los presidentes acumula poder. Será cuestión de egos y de humildad asumir errores y limitaciones o buscar culpables afuera, y eso influirá en el futuro de las relaciones a nivel geopolítico.
No todos los que llevan la misma etiqueta son iguales. Hay empresarios, diputados, periodistas y políticos de derecha o de izquierda con excelentes ideas. Y también los hay corruptos e inmorales. No podemos ver solo la etiqueta: tenemos que identificar cada caso. Se puede ser de izquierda y rechazar a Maduro o a Ortega. Se puede ser de derecha y considerar que Donald Trump, como presidente y líder de la principal potencia global, es un retroceso para el mundo. Debemos poder pensar en función de intereses más amplios y más largos. No podemos cegarnos por las etiquetas ni asumir que son iguales todos los que piensan como nosotros en algún tema. O, peor aún, que no tenemos nada en común con quienes piensan diferente.
Dividir y enfrentar vende más que pensar y cooperar, pero a la larga jamás puede ser más rentable para la mayoría. Si la mitad piensa una cosa y la otra mitad una diferente, es altamente probable que la mejor solución provenga de una mezcla de ideas de ambas partes. Nunca que toda la razón esté de un solo lado.
No se puede llegar a la verdad con la mitad de la razón, pero es posible hallar la razón cerca de la mitad, jamás en los extremos. Dejemos de pensar en blanco y negro. Las ideas políticas no son binarias. Hay grises. Y también hay muchos otros colores. La riqueza proviene de la integración.
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