Al llegar al supermercado, me hice a un lado, encendí las luces de emergencia y me acerqué lo más posible a la entrada. Mi abuelo no puede entrar al supermercado como cualquiera, porque usa un marcapasos y los sensores de las puertas que sirven para evitar que la gente se robe cosas, interfieren con la señal del aparato. Además, tiene un poco de dificultad para caminar y usa bastón. Entonces, heme ahí, tratando de que él bajara del carro y entrara de la manera más fácil posible cuando me di cuenta que el tipo del carro de atrás me estaba bocinando. Había espacio suficiente para que me rebasara, pero insistía en bocinar y cuando pasó a mi lado, me gritó un par de insultos. Sólo pude pensar que ojalá cuando ese señor tenga más de 80 años y alguien lo lleve a hacer sus mandados, le tengan esa misma consideración. En muchos lugares pasan cosas similares. Si uno no lleva a alguien en silla de ruedas o muletas o a una mujer embarazada, no le permiten estacionarse en el lugar más cercano a la puerta.
Tengo la dicha que mis cuatro abuelos están vivos y bastante bien de salud. Sé que no es algo común para alguien de más de 20 años, pero la vida me ha dado esta suerte increíble de poder convivir con ellos desde pequeña. Y sobre todo, me ha dado la oportunidad de devolverles un poco de lo mucho que ellos sacrificaron por sus familias. Ya los cuatro superan los 80 años, y mi abuelo paterno está a punto de cumplir 94 años en un par de meses. Tenerlos cerca me abrió los ojos a cómo nuestra sociedad está diseñada para devaluar a quien es “viejo”. Y al parecer, la edad para ser considerado “viejo” es cada vez menor.
Por ejemplo, cada vez que uno de ellos dice que tiene que ir al IGSS o al CAMIP, es un sufrimiento. Cada cita significa salir de madrugada, ir a hacer una fila interminable para “conseguir número” antes de las 8 de la mañana y luego, si hay suerte, ser atendido por un doctor antes de mediodía. Finalmente, con más suerte todavía, habrá medicinas de las que necesitan. Es una crueldad. Y en el transporte, es igual o peor. Mi abuela materna, que es una aventurera, a veces decide ir a visitar a sus amigas y se va pues, en camioneta. Le ha tocado subirse “al pedalazo” porque al piloto no le importa ver que apenas se está subiendo a la camioneta y casi la deja tirada y más de una vez por poco la atropellan. Parece que la gente piensa que ellos nunca envejecerán.
Hay algunas culturas aún que saben valorar a sus ancianos, que saben que lo valioso no siempre es lo más instantáneo. Nuestra cultura se ha vuelto una cultura de “novedad”, que nos hace ciegos al valor de los conocimientos de quienes son mayores. Nos perdemos de su sabiduría por no escuchar, por tener prisa, por considerar que ser viejo es sinónimo de ser estorbo o inútil. Nos domina la prisa, la ambición, las ganas de tener todo al segundo. Dejamos a nuestros ancianos olvidados, relegados a segundo o tercer plano.
La verdad, aunque nos hacen pasar algunos sustos, yo no cambiaría por nada las historias de mis abuelos como jóvenes en la Antigua o de mi otro abuelo trabajando en la comisión de definición de fronteras en la jungla de Petén, o de mi abuela siendo costurera. Todos, si tenemos suerte, seremos viejos. Y para mí, ellos son un ejemplo a seguir. Quiero ser “vieja” para poder ser como ellos.
Si ustedes aún tienen a sus abuelos, disfruten el tiempo con ellos, no se arrepentirán. Y nunca piensen que ser viejo es algo malo.
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