De hecho, hay muchos más roqueros fanáticos del escritor maldito que los que él habría querido en vida. Modest Mouse, U2 y Fito Páez, entre otros, le han rendido homenaje al autor de una frase tan certera y lapidaria como esta, citada de la versión argentina de Rolling Stone: «Cuando manejo me la paso golpeando la radio para encontrar música decente. Es toda mala, chata, sin vida, apática. Y de todos modos algunas de esas composiciones venden millones, y sus creadores se consideran a sí mismos verdaderos artistas. Son idioteces horribles entrando en las cabezas jóvenes. Y les gusta, por Dios. Les das mierda: comen mierda. ¿Pueden discernir? ¿Pueden oír? ¿Pueden sentir el estancamiento?».
Seguramente Fito Páez no tenía presentes esas palabras cuando compuso Polaroid de locura ordinaria, basada en La chica más guapa de la ciudad, tal vez una de las obras más conocidas del autor de Hollywood y La máquina de follar —mi favorita, por cierto—. Pero sin duda Páez no la compuso para el consumo masivo. Sus versos furiosos me impresionaron una noche allá por 1992. Y todavía me provocan alguna reacción química semejante al alivio que se sentía en la adolescencia al lograr escapar de las películas religiosas de Semana Santa o del regocijo familiar anglosajón de cantar hasta el éxtasis las canciones de The Sound of Music.
Sangró, sangró, sangró.
Y se reía como loca.
No he visto luz
ni fuerza viva tan poderosa.
La historia, narrada por Bukowski en primera persona, es simple y directa. «Cass era la más joven y más guapa de cinco hermanas», empieza en la mayor parte de las traducciones al español y luego desarrolla un romance sórdido entre dos personajes que se mueven entre las sombras, el desamor, las adicciones y el vicio: «Telefoneó una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza».
La historia termina con la noticia que el cantinero transmite sobre el suicidio de Cass, que lleva al protagonista, que unos días antes le había propuesto a ella que vivieran juntos, a un estado de desesperanza que se sintetiza en la frase: «Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad, muerta a los veinte años».
Nada de eso parece estar presente cuando Fito Páez interpretó la canción en Viña del Mar en 2014, enfundado en un traje rosado, cuando se la dedicó a la chica más loca de la Quinta Vergara, una presentadora de televisión en primera fila que ni siquiera sabía la letra de la canción.
Ironía aparte, le debo más momentos gratos al fabuloso Tango feroz, de ese Tanguito que murió en 1972 en las líneas del tren, en una muerte nunca del todo aclarada, o a Filosofía barata y zapatos de goma, de Charly García. Pero a veces una historia de desamor poderosa e irónica, inspirada en Bukowski, atrae tanto que hasta te hace escribir sobre ella mientras escuchas unas sesiones de grabación de Yendo de la cama al living.
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