Los patrones globales que impone la cultura popular como efecto del eclipse que sufre la condición de modernidad incluyen, como sabemos, el consumo masificado para atender la aspiración de clase que uniformiza los hábitos, y por tanto los gustos y los productos consumidos, sin la plena conciencia de las masas, que perciben, por el contrario, el dulce sentido de exclusividad. Esa globalización de los gustos vuelve dóciles a los colectivos que asumen con autocomplacencia la inclusión de las variedades de productos y, del mismo modo, la accesibilidad para todos los bolsillos. Se consume el envoltorio junto con el contenido porque su importancia se relativiza o se trivializa. Como dije antes, la variedad del gusto se impone sobre la universalidad de este.
Dicho fenómeno ocasiona que las periferias se fundan con el centro en todos los ámbitos del fenómeno cultural, de tal modo que se pierde la posibilidad de observar las contradicciones esenciales. Cuando eso pasa, la experiencia de autorrealización que ofrece el riesgo o la incertidumbre se ve secuestrada por un sentido de que todo está hecho o descubierto, lo cual trivializa la vivencia o la experiencia misma. Como sugiere el chileno José Joaquín Brunner, la vivencia moderna está relacionada con un flujo incesante de actividades y experiencias siempre nuevas y en constante innovación. Pero el mundo de hoy está ofreciendo aparentemente una respuesta a cada pregunta, de manera que deja sin lugar la incesante búsqueda.
Estamos dejando la vivencia de la proposición para ser tragados por el remolino de la disposición, y en esa vorágine todo es objeto de convertirse en una moda que dispone las nuevas condiciones. Todo se vuelve objeto de culto y luego de consumo, sin distinción y vaciado de contenido. Así se volvió moda la comida light, y la comida chatarra tuvo que adaptar su menú a esta nueva condición alimentaria. La actitud deportiva también se ha impuesto como una nueva modalidad en el sentido aspiracional, lo cual conllevó que actividades como correr se hayan convertido en moda, junto con el combo de artilugios relacionados con la actividad deportiva y potenciados con las aplicaciones tecnológicas.
En esta espiral, leer también se ha vuelto cool. La experiencia de leer corre el riesgo de volverse pose, como una atractiva envoltura de un contenido de cultura letrada. El riesgo consumista hace que acudamos a la compra de cualquier libro, como quien compra un café que se puede preparar, como quien corre cuanta carrera de 10K o 5K se presenta en la ciudad. Quizá de ahí las persuasivas propuestas de ficción narrativa tipo Potter, que hipnotizan a millones de jóvenes de la misma manera como lo hace la última versión en el cine de Star Wars.
En ocasión de las muy pertinentes campañas de promoción de la lectura que se presentan cada año conviene, pues, problematizar y cuestionar que la lectura debería estar más ligada a la generación de conocimiento que al procesamiento de información.
Ya viene la Feria Internacional del Libro el próximo mes de julio. Prepárese para acudir con actitud letrada, y no consumista.
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