Hoy pretendo mostrar que las argumentaciones de este candidato se encuentran plagadas de severas incongruencias. Absurdos que deben hacernos dudar de su capacidad para dirigir el gobierno de nuestro país.
La primera de varias incoherencias la pueden leer en una entrevista realizada por elPeriódico el 2 de agosto. En esa ocasión Suger negaba el genocidio de Guatemala, indicando que ese término no aplica al caso de Guatemala, porque aquí “no había un ejército uniformado contra un ejército uniformado, sino que (y lo admite) había un ejército que veía (¿?, ¿masacraba?) a gente que podía ser inocente...”. Siguiendo su argumentación, uno podría decir, entonces, que tampoco hubo genocidio judío —dado que nunca se enfrentó una milicia judía contra una alemana— y concluir, entonces, que el candidato de Creo es un negacionista confeso del Holocausto. Sin embargo, ese no es el caso puesto que afirmaba que “Genocidio es lo que se dio en Alemania para exterminar a los judíos”. Cómo puede decir esto si su argumentación ¡lo niega! Cae en una flagrante contradicción. Asimismo, sus palabras muestran que este personaje desconoce totalmente que el genocidio hace referencia, entre otros aspectos, al exterminio de un pueblo. En Guatemala, el exterminio de comunidades mayas enteras, sin distingo de género, edad y ocupación. ¡Una realidad a todas luces innegable!
Otras graves contradicciones se encuentran en este medio digital, en una entrevista realizada la semana pasada por el punzante periodista Martín Rodríguez en ocasión del conversatorio con Suger organizado por la Universidad Rafael Landívar. Como son tantas las incoherencias que pueden reseñarse, y tan poco el espacio para escribir, solo hablaré de dos más. Una económica y otra concerniente a la educación bilingüe.
En el conversatorio, así como en la citada entrevista de elPeriódico, Suger planteó renegociar las regalías con las mineras y así obtener mayores ingresos para el Estado. Respecto del oro, cobrando conforme su valor en la bolsa. De forma que entre más alto el precio del oro, mayores ingresos. Uno pensaría que su postura sería la misma para actividades productivas similares —extractivas; de poco valor agregado y/o encadenamientos productivos; precios que dependen de las fluctuaciones del mercado internacional; lesivas para el ambiente, pobladores y empleados; “recursos naturales” limitados; por mencionar algunas—. Sin embargo, y como en la incongruencia anterior, ese no es el caso. Se manifestó en contra de cobrar un impuesto similar y extraordinario a la exportación de azúcar, en momentos en que esta commoditie alcanza precios históricamente altos, bajo el argumento de que dicha actividad genera empleos y que si se le “castiga”, ya nadie se dedicará a ésta, originando paro.
Hay varias evidencias en contra de ello. La primera es histórica: en Guatemala por mucho tiempo se cobró impuestos a la exportación de los cultivos tradicionales, entre ellos el azúcar, y jamás eso fue causal de desempleo. Es más, hasta la segunda mitad del siglo XX la situación fue la contraria, los finqueros necesitaron de mano de obra forzada —sobre todo “india”— obtenida gracias a la connivencia estatal.
Por otro lado, estos gravámenes constituían una fuente importante de ingresos para el Estado, sobre todo en épocas de precios altos. De hecho, la mayor carga tributaria en la historia del país fue lograda en 1977 (12% del PIB) —posteriormente, solo fue igualada una única vez, en 2007—, cuando los precios del café llegaron a máximos nunca antes vistos. Además, funcionaba como una especie de Impuesto sobre la Renta, gravando las ganancias extraordinarias de los finqueros —originadas por la especulación en los mercados internacionales— y por esa vía contribuyendo a la reducción de la desigualdad.
Una segunda razón la da la teoría de la renta. Desde una perspectiva macroscópica, cuando la oferta de un insumo es relativamente fija, como acontece con la tierra cultivable del azúcar y la mina en el caso del oro, buena parte del pago —precio— que esté por encima del costo unitario de producción es renta. Cuando se da esa situación —precios superiores a los costos— alzas en el precio no motivan aumentos de la producción, haciendo difícil que se generen más empleos —porque un empresario no va a contratar más empleados si sabe que su producción será más o menos la misma—. Ello implica que un impuesto que equivaliera a esta diferencia entre costos y precio no tendría mayor efecto negativo en la producción y por ende en el empleo; es decir, no desincentivaría la contratación de trabajadores. En ese sentido, las estadísticas de comercio exterior muestran que en los últimos años el valor de la producción de azúcar ha aumentado drásticamente en un contexto de merma de la producción, lo que implicaría que el número de plazas de trabajo se ha mantenido constante, cuando no disminuido.
Concerniente a la teoría, en la vida real las cosas no son tan simples y probablemente el impuesto debiera gravar una porción mucho menor de esa diferencia precio/costo con tal de no perder “competitividad” —una noción fetichizada del economista que criticaré en otra ocasión—. No obstante, y a pesar de la recesión, se espera que el azúcar y algunas otras commodities de exportación mantengan precios muy altos por un buen tiempo, haciendo aconsejable el debate sobre la reinstalación de este tipo de impuestos.
En síntesis, no necesariamente mayores ganancias de estos finqueros implican más y mejores puestos de trabajo. Al respecto, Suger mencionó lo siguiente: “Mientras más ganen (los azucareros), mejor, si es que generan más empleo”. ¿Qué pasa si los aumentos de ganancia no generan empleos —ni mejores condiciones laborales—?, ¿apoyaría el señor Suger un impuesto sobre la exportación de azúcar? La verdad, no lo creo.
Finalmente, sin citar ya al candidato de Creo, diré un poco sobre la educación bilingüe en la primaria. Me parece que Suger está a favor de la educación bilingüe como un medio para castellanizar e integrar —kaxlanizar— al maya a la “nación guatemalteca”. Disparate propio de una mentalidad euro y modernocéntrica. Por eso es que niega la necesidad de impartir clases en idiomas mayas a niños/niñas de regiones como Chimaltenango, donde a decir de él ya no se usan mucho las lenguas maternas.
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