En ese entonces, como ahora, se trataba de utilizar la razón para mostrar la “justicia” de una guerra ofensiva y destructiva contra pueblos que poseían sus propias tierras y las ocupaban desde siempre y que jamás habían actuado contra los europeos, de manera que era imposible definirlas como “enemigas”. De acuerdo con Enrique Dussel básicamente el esquema argumentativo esgrimido en esa época –trágicamente empleado hasta la actualidad– es el siguiente: a) nosotros, los españoles –los “civilizados”–, tenemos “reglas de la razón” que son las reglas “humanas” (simplemente porque son las “nuestras”); b) el “indio” –el Otro– es “bárbaro” porque no cumple estas “reglas de la razón”; c) por ser bárbaro (no humano en sentido pleno; inmaduro) no tiene derechos; es más, es un peligro para la “civilización”; d) y, como a todo peligro, debe eliminárselo, inmovilizarlo o “sanarlo” de su enfermedad. De esta forma, para el invasor-ocupante la agresión contra el Otro será siempre “justa”. Como se puede notar es una racionalidad a todas luces irracional, cínica e indignante, que posteriormente ha servido para legitimar el uso de la violencia contra personas y/o grupos inocentes.
Asimismo, el argumento es circular e invierte el sentido de la realidad. Es circular porque los parámetros para evaluar la humanidad de un pueblo venían dados por los mismos españoles –en realidad por sus élites–, volviendo universales sus contenidos culturales. En otras palabras, un pueblo era humano si actuaba bajo las reglas de la razón española; por ende, todos los pueblos que no siguieran tales –como los originarios de América– automáticamente quedaban excluidos de los atributos humanos. Al declarar no-humano a un pueblo, los colonizadores españoles podían justificar una guerra contra dicho pueblo. Es una inversión argumentativa porque intenta fundamentar el derecho del atacante, pero jamás habla del derecho del atacado, del inocente, a la justa defensa. Se la excluye de la argumentación, porque es evidente que la resistencia del Otro es la única que puede ser definida como justa. Por tal razón, se concluye lo inverso de lo que realmente pasa: que el atacante es el justo y el atacado el causante del ataque; es decir, el “culpable”.
Siguiendo a Dussel podemos afirmar que una vez probada la inhumanidad del indio –en nuestro contexto las comunidades–, y por ello justificada la guerra invasora europea –actualmente la agresión empresarial-estatal–, el territorio quedaba “vacío”, listo para que la cultura “civilizada”, “humana”, pudiera efectuar su ocupación “modernizadora”. Modernización que en un inicio se llamó cristianización y ahora se denomina “desarrollo” –equiparado malsanamente a la “mano invisible del mercado”.
De esa cuenta, como bien lo expresa Alejandro Flores, quien se oponga al desarrollo, la libertad, la civilización... –aunque lo haga desde y por la vida– “puede” y “debe” ser castigado, ya que representa un enemigo que subvierte “el orden natural” del poder (que obviamente le resulta beneficioso a los hacedores de este discurso).
Por tanto, el reto está en no tragarse la pastilla de este planteamiento mediático, que busca que la ciudadanía clasemediera urbana vea como “enemiga interna” a las comunidades que resisten –y al resto de sectores con demandas sociales–, y de esa forma consienta tácitamente el terror ejercido y por ejercer. Al darnos cuenta de lo tramposo de este discurso habremos dado un paso en la construcción de una Guatemala distinta, donde nosotros y nosotras, las víctimas del sistema, podamos empezar a ser los hacedores de nuestro propio destino.
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