Las pocas opciones que tal vez podrían generar una transformación positiva para Guatemala participan separadas de antemano. No lograron conformar a tiempo una coalición que quizá habría sido beneficiosa para el país. Este hecho me hace recordar aquella frase atribuida a Einstein que dice: «Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
Entonces, no pienso en los partidos políticos que para estas elecciones surgieron como hongos en invierno, sino en nosotros, como sociedad, que luego del 2015 no logramos articular demandas ni cuestionamientos diferentes, al menos para esperar cambios significativos en lo que está por venir.
En medio de ese panorama desestimulante de las últimas semanas preelectorales, de pronto algunas de las opciones alternativas a las tradicionales se han presentado como viables. Sin embargo, desunidas entre sí, a poco pueden en verdad aspirar. Dentro de estas destaca, eso sí, la candidatura de Thelma Cabrera, mujer indígena de origen mam, activista y líder comunitaria que, a pulso de honradez y ajena a los vaivenes de la corrupción tan abundante en los señalamientos a las otras candidaturas, ha adquirido relevancia por lo que simboliza el solo hecho de haber llegado a posicionarse entre los poderosos y elitistas.
Pienso en ella y a la vez pienso en mí. Nacimos en el mismo país, tenemos casi la misma edad (soy un poco mayor), tenemos el mismo color de piel. Amamos el mismo cielo. Nos gustan, sin duda y por igual, muchas de las comidas, de los paisajes, de las cosas buenas que queremos por y para Guatemala. Lo único es que ella, por la estructura social, política y económica de racismo, clasismo y exclusión que predomina en este país, ha tenido menos posibilidades de educación que yo. Pese a ello, en medio de sus limitantes, hoy por hoy ella es candidata a la presidencia, es decir, existe un conglomerado significativo de ciudadanos que la consideran con los atributos necesarios para gobernarnos, un hecho sin duda importantísimo y sin precedentes.
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Por mi parte, me centro en ella como la mujer que todos podemos ver: inteligente, trabajadora, luchadora, perseverante, valiente, atrevida, sensible, decidida, con un espontáneo sentido del humor que le permite reírse de sí misma sin falsos dobleces. Sabe bien lo que quiere, de dónde viene y a dónde va. Se desenvuelve con sabiduría, con calma, sin caer en las burdas trampas que otros, que se sienten más listos, le quieren tender. Además, para quienes la critican, pese a no ser el español su lengua materna, su discurso, al referirse a «ellas» y «ellos», es el más incluyente de todos. En pocas palabras, su postura es auténtica, llena de esa dignidad que proporciona una vida en la cual la coherencia es lo fundamental.
En una época de desesperanza, en este panorama desolador, la presencia de Thelma Cabrera se ha agigantado como la de todos aquellos a quienes representa: los que en este país han sufrido y sobrevivido a las políticas de tierra arrasada; los que han sido víctimas del genocidio y el exterminio; los que han sido discriminados y abandonados de manera constante por el Estado; los que han experimentado la expropiación de sus tierras comunitarias; los explotados, oprimidos, discriminados y vulnerables. En fin, todos aquellos que, a pesar de sus situaciones, la mayor parte adversas, han sabido levantarse una y otra vez, recorrer una y otra vez los caminos sin descanso, con fe, con paciencia, con entusiasmo, los que han podido reconstruirse de sus cenizas y persistir en la lucha.
Para ellos, representados en Thelma Cabrera, mi respeto, mi apoyo.
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