Hoy todo es subida bajo un sol poderoso. Desde Ahuachapán a Apaneca, el segundo municipio más alto de El Salvador, ascendemos aproximadamente 17 kilómetros sin descanso. En medio de la ruta nos encontramos con el pueblo de Ataco, que nos salva de la insolación.
Apaneca y Ataco son eso que las guías turísticas llaman pueblos pintorescos; casas bien pintadas de vivos colores, viejos tejados de teja, calles adoquinadas; pueblos que tratan de venderse al turista a imagen y semejanza de La ...
Hoy todo es subida bajo un sol poderoso. Desde Ahuachapán a Apaneca, el segundo municipio más alto de El Salvador, ascendemos aproximadamente 17 kilómetros sin descanso. En medio de la ruta nos encontramos con el pueblo de Ataco, que nos salva de la insolación.
Apaneca y Ataco son eso que las guías turísticas llaman pueblos pintorescos; casas bien pintadas de vivos colores, viejos tejados de teja, calles adoquinadas; pueblos que tratan de venderse al turista a imagen y semejanza de La Antigua, como mini parques temáticos del café.
Apaneca y Ataco son pueblos pequeños y poco poblados. Al caer la noche, somos los únicos en pasear por las calles. Son pueblos casi ficticios, con mercados minúsculos y contados puestos callejeros de pupusas o hot dogs. Todos parecen estar esperando la llegada del fin de semana para que por fin se acerquen los capitalinos a gastar y así todo vuelva a la vida. Nadie parece campesino. Hay artistas, artesanos, hoteles, viveros de orquídeas, restaurantes peruanos. Nos preguntamos quién cortara el café sembrado en la montaña.
¿Será que esta no es realmente una zona cafetalera importante? ¿Será que el campo salvadoreño está vacío? ¿Será que estamos acostumbrados a un país verdaderamente cafetalero, en el que las plantaciones se extienden por todos lados y la mano de obra barata abunda?
Lo cierto es que a los salvadoreños el truco les funciona. Apaneca y Ataco son lugares realmente agradables. Quizás la cultura cafetalera solo es comercial de esta manera. Presenciar a un pueblo campesino con una cultura degradada, atrapado dentro de una finca, probablemente, resulta más difícil de digerir.
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