La incomprensión histórica del sentido humano y su pertenencia a contextos específicos aflora en la forma Estado.
La anestesia vertida a través de la fantasía comunicacional, creadora de opiniones contra la humanidad misma, no escatima en promover versiones oficiales de lo cotidiano. Así, escondidas las contradicciones entre referentes asignados para desprestigiar cualquier legítima manifestación social, la masa anestesiada se debate entre el consumismo, la salvación por diversos mercaderes de la fe, el amor hacia el patrón y la vaga creencia que el trabajo dignifica.
Conjugadas las ilusiones mediáticas en Guatemala, las capas medias urbanas transitan felices hacia el ocaso entre indiferencia o rechazo a la comprensión de razones históricas de las erupciones sociales que vivimos. Las monumentales discursivas que señalan los efectos de problemas estructurales no son más que coléricas reacciones que legitiman las relaciones de poder que nos han configurado como sociedad. Emana el placer por ver que los gobernantes hagan gala del uso de la fuerza para ratificar el por qué de los orígenes del Estado: la propiedad privada y el control social.
Por ello, cuando el estudiantado normalista sale a luz para denunciar la incongruencia de una Reforma Educativa, es reprimido y el espectador aplaude. Cuando las comunidades afectadas por las transnacionales al apropiarse y destruir los recursos naturales y alterar la vida comunitaria, el Estado sale en defensa del “progreso” no de la vida.
Como suele suceder en la tradición de los gobiernos guatemaltecos, primero se anuncian las medidas y luego, al ver que no han considerado la opinión de quienes son afectados, vienen las mesas de diálogo. Típicas salidas dilatorias que entretienen a las personas afectadas mientras los resultados evidencian que todo sigue igual. Surgen las protestas y la masa anestesiada se ofende por la violencia de quienes se muestran inconformes. No cuestionan la violencia que la generó. No se preguntan cuánto de violento hay en la omisión estatal en torno a las obligaciones que la Constitución Política de la República le atribuye. Menos reconocer que en la propiedad privada y quienes se glorifican con el discurso de generar el desarrollo del país está el enclave ideológico-material del legendario atraso que vivimos.
Hoy, el calco de las dictaduras se ha hecho presente bajo la forma Estado que se ampara en la democracia liberal. La misma que fue edificada bajo la relación de la finca, el trabajo y el autoritarismo militar. Nada nuevo. Se veía venir desde los ofrecimientos de mano dura de la campaña electorera antepasada.
Décadas atrás la población, en su mayoría, no era indiferente, asumía el reto de, al menos, pensarse y buscar alternativas, aunque la muerte estuviera a la vuelta de la esquina, camuflada. Hoy legitima, apoya y aplaude las formas en que le edulcoran la vida. La intolerancia estatal, liderada por un Ministro de Gobernación cuya heroicidad muestra que es valiente con decenas de antimotines delante de él, y defendida por El Señor Presidente, confirma que, sobre lo político prevalece la lógica militar.
Lo que posiblemente no se han percatado es que, mientras esas contradicciones no sean resueltas, no van a detenerse las resistencias. Las mismas han estado por siglos. Y, aunque las identidades fluctuantes urbano-conservadoras volteen las caras para no darse cuenta de ellas o las descalifiquen sin aproximarse al más mínimo intento de entender causas, las luchas van a continuar.
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