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CONTEMPORARY ART HATES YOU

Con el tiempo produje cada vez menos obra y más arquitectura, para mí lo mismo, el mismo gozo, la misma forma de satisfacción
Cada vez me motiva menos el circuito de galerías, y cada vez me siento más cómodo acercándome a las iniciativas que buscan establecer un espacio de ejercitación creativa a través de medios experimentales.
“Contemporary Art Hates You”, obra de John Waters.
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CONTEMPORARY ART HATES YOU

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El individuo entra al Museo. Emocionado. Comienza a recorrer cada detalle de ese enorme mausoleo de mármol travertino, los lienzos de madera suavizan las superficies, las gradas de negro profundo catalizan la presencia de sus visitantes. El individuo camina por los amplios corredores pensando en que nunca le han gustado los jugos que nombran al Museo, y se asoma una leve desconfianza hacia todo lo que pueda salir de esa industria. Sin embargo el Museo es perfecto, una obra maestra de la arquitectura…. Y aquí está, a punto de recorrer sus salas y tener una experiencia trascendental.

El individuo camina por las salas del Museo, comienza a sentir una verdadera conmoción ante la obra de Gustav Metzger, quien le da una cátedra dictada a través de su capacidad de concretar en obra escultórica y monumental la redención del ser humano antes sus pasiones y atrocidades.

Unas salas más abajo, el individuo se topa ante una exhibición en la que varios artistas “curan” la selección de obra utilizando la colección de arte del dueño de los jugos. Y es allí dónde el individuo vuelve al mundo, donde todo sentido de un ideal le retorna a la superficie débil de la náusea, al sinsentido de hacer arte, ¿para qué? Consumir sus ideales para terminar siendo decoración, espacio ocupado en bodegas. Arte, ¿para qué? Para perderse en simulacros de megalomanía y terminar ahogado entre cientos de obras de artistas con un destino compartido de silencio y esterilidad.

Así, el individuo se dirige a la salida del Museo para huir, buscar una dosis de mezcal, cualquier cosa que lo haga sentirse lejos de ese mundo tan seductor del arte como síntoma de nuestras contradicciones más aberrantes. Y se topa, el individuo, con una fotografía simple y clara. John Waters (sí, el cineasta). “Contemporary Art Hates You”. Dice. El individuo tenía razón, John Waters tenía razón. No estaba solo, y Waters en un ejercicio sutil terrorismo (tan característico de él…) se burla de sí mismo, del mundo que lo aclama, de las formas que se mueven en el horizonte que sus enormes ojos alcanzan a ver. Ya no hay sentido en seguir allí. Busquemos la salida.

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Resulta que el individuo se me aparece constantemente. No he logrado descifrar si es un demonio o mi conciencia. Pero he llegado a considerar que dicha ambigüedad es la que me mantiene vivo. La que dictamina la arritmia de mis cavilaciones.

Es extraño, pero dicho individuo nunca se aparece cuando estoy frente a un espejo. Se asoma cuando miro al mundo de soslayo, se sugiere cuando veo a lo lejos la obra de un artista, cuando debo encontrar razones para fundamentar mi creencia en la forma siempre imperfecta de la materia, en la masa que generan los gestos de los creadores.

Llevo mucho tiempo de rondar por el mundo del arte. A veces me he inclinado por practicarlo y experimentar con materia insustancial para convertirla en algo con sentido. Lo tengo muy presente: el momento, el contexto, los días, las decisiones, los amigos y la inocencia, pero he evitado ponerle fecha. Para mí fueron épocas intensas que iniciaron con un período de experimentación y simbiosis con el trabajo de otros artistas (emergentes como yo) de esa época. Tuvimos la suerte de que otros artistas y entusiastas nos abrieran sendas que nos incitaron a combinar la fuerza de las intenciones más imberbes con el experimento artístico. Y comenzamos, comencé, a formarme un criterio y a definir el rol que convertía el arte en una forma de vida.

Con el tiempo produje cada vez menos obra y más arquitectura, para mí lo mismo, el mismo gozo, la misma forma de satisfacción. El mismo sentido de aplicar nuevas tácticas al trabajo cotidiano para proyectar acciones y comportamientos en la gente que contempla la obra, que habita la arquitectura. La materia sigue siendo el reto, el sonido del espacio es ahora mi murmullo personal. He tenido tiempo para contemplar, para ser testigo y pasar desapercibido. Intento mimetizarme en los momentos que van formulando la historia del arte contemporáneo. Y he visto gozoso cómo nuevas generaciones de artistas han desdibujado algunos trazos obvios que fuimos marcando cuando nos tocó abrirnos brecha dentro de un público hostil, y cada vez más hostil.

He comprobado que el arte es una profesión sobre todo digna y profesional. He visto cómo mis colegas han desarrollado mundos enteros de construcciones subjetivas que provocan intensos resultados intelectuales y mundanos. No se trata de generar trabajo espontáneo, trabajo esporádico y golpazos de suerte. Los artistas que me motivan son aquellos cuyo trabajo es un factor más de su carácter cotidiano, artistas cuyas obras son nada más que una extensión de sus acciones naturales, un acto de la ética más pura.

CURAS Y CONTAGIOS

Hay palabras con las que se puede tropezar fácilmente. Las palabras me han hecho construir templos de amistad y deliciosas enemistades, me han llevado por violentos ríos de intensidad verbal, y me han hecho sentirme idiota. Últimamente las palabras que rondan el mundo del arte (al menos en mi contexto) han hecho que me despoje del lenguaje frente a una obra, han hecho que intente vislumbrarla sin necesidad de recurrir a virulentas terminologías poco convincentes.

Aprecio muchísimo la obra de los curadores, pero me fascinaría desterrarlos de su título, dejarlos desnudos ante toda las personas que asumen el disfraz que los viste como un reflejo del valor (o desvalor) de su trabajo.

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Curadores han sido las personas que han llevado a artistas a dialogar con otros artistas y provocan entornos teóricos que modifican la manera en que percibimos el arte (y la humanidad). Para mí, todo parte de grandes personajes como Harald Szeeman, quien en sus inicios lleva a cabo muestras como When Attitude becomes form en la Kunsthalle de Berna en el año 1969. Ahí Szeeman cumple con la labor esencial del curador: imprimirle cohesión a las obras diversas de los artistas. Capaz, como un buen chef, de darle espacio a todos los componentes de un platillo para hacer una obra de deleite personal. Szeeman es un estandarte en la labor curatorial, y particularmente se convierte en una persona redonda cuando escucho el relato de Aníbal López durante la Bienal de Venecia 49: Szeeman junto a Virginia Pérez Ratton, cocuradores. Aníbal, tímido como un inocente chapín cargando bajo el brazo su obra, caminando por los impetuosos salones del Arsenale, se encuentra con Pérez Ratton, quien muy emocionada le presente a Szeeman. Aníbal se siente nervioso e inquieto y no sabe qué decir frente a este tremendo rockstar. Hasta que Szeeman, el gran Harald Szeeman, instintivamente le arrebata la obra a Aníbal y le pide disculpas, porque él (Aníbal) como artista, merece más que estar cargando su obra bajo el brazo. Szeeman evade la presentación y se encarga personalmente de llevar la obra a su sitio, darle su espacio, glorificarla con la calidad precisa de montaje digna para el artista, y Aníbal de lejos y a través de sus lentes de grueso dibujo, observa cómo el gran dios de la curaduría le otorga el espacio que el artista merece.

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Y es que somos una sociedad acostumbrada a valorar los efectos de nuestro trabajo en función de resultados que establezcan (o refuercen) jerarquías y relaciones de poder históricas que han provocado que funcionemos a través de la disfuncionalidad. Herederos de una estructura vigente de comportamientos colonialistas y dictatoriales, tendemos a resentir las voces que intentan limitar y encajonar nuestros criterios (aunque muchos se sientan cómodos respirando el aliento del dictador). Estamos hartos de estar sometidos a sistemas en los cuales dichas jerarquías son herramientas de opresión y despojo de identidad. Por lo tanto, muchas veces el arte se queda en segundo plano cuando lo recibimos dentro de marcos curatoriales que gozan de un protagonismo muy evidente.

Ignoramos que el arte es una herramienta barbitúrica de la inteligencia humana para remediar momentos trascendentales de nuestra existencia. El arte es un don con el cual se logra sintetizar pasiones únicas y destellos existenciales, y lo poseen pocos. Más allá de todo esfuerzo curatorial, el arte es importante porque siempre deja asignaturas pendientes, el arte no resuelve, provoca y cuestiona con el gesto infinito de un Sísifo embriagado. El arte abre puertas y nos puede conducir por un laberinto borgiano que nos muestra múltiples sendas por cada una de esas puertas, y así sucesivamente sin un “hasta” ni un final. Y ése es el propósito esencial del arte: mantenernos perdidos en dicho laberinto de posibilidades que resumen la naturaleza y el comportamiento de la humanidad.

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Para muchos el curador ocupa el espacio de funcionario corrupto. Un puesto equiparable a la peor de las lacras que nos gobiernan, que manipula el sistema para generar redes de nepotismo y estructuras de poder despreciables. Y como buena postura política, el curador es un sujeto deleznable hasta que se presenta la oportunidad de ejercer la función y acaparar esa dosis de poder solapado.Por eso he optado por fijarme en la labor curatorial de personas que ejercen su trabajo enfocándose en experimentar con tácticas de comunicación artística y romper paradigmas de contextualización de la labor creativa. Me motiva entender al curador como un personaje capaz de conjugar criterios distintos y enfocarlos por una vía específica, repleta de contenido y gelatina intelectual. Jugar con las oportunidades y realizar acciones como la de Christian Jankowski (arista, en la vida común) para la Manifesta 11, en la que ejerce el papel de curador para provocar relaciones directas entre los artistas y un anfitrión (una persona ajena al mundo del arte, obrero o profesional dedicados a oficios específicos), y convertir el ejercicio artístico en una generación de tejido que hilvana la experiencia personal de un artista con un ente cotidiano de la sociedad, formulando una momento creativo que comunica una situación, una idea, una obra. Quiero imaginar al “curador” como esa forma activa capaz de provocar una espacie de campo fértil en el que el artista cultiva su obra y entra en diálogo con la sociedad.

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Vivimos en un país tremendamente conservador. Tan conservador que la revolución tiene horarios, dress code y doctrina. Sí. La revolución en nuestro país es cortoplacista y los resultados a veces se resumen en nuevas versiones de statu quo. Las revoluciones se pueden convertir en materia prima de aquellos que consumen vidas enteras en la nostalgia empalagosa del coitus interruptus que nos caracteriza, o bien, en carroña para los buitres que devoran los aportes característicos de momentos históricos cuya naturaleza pudo haber sido capaz de generar una mejor sociedad. El conservadurismo permea incluso entre muchos intelectuales progresistas de nuestro medio, al punto que se sienten agredidos cuando los bordes mismos de sus pensamientos son cuestionados.“Es raro dialogar con una abstracción”, dice un personaje de Diego Fonseca, y todo lo raro es digno de la desconfianza, toda abstracción (por naturaleza) siempre requerirá de la participación sensible del espectador. Una abstracción sin filtro interpretativo se queda en un mero intento formal. El arte es en sí, por naturaleza, un acto de abstracción, entendiendo “abstracción” como un gesto en el que las ideas, las emociones y los pandemóniums del artista se sintetizan en lenguajes renovados.

A veces entender dichos lenguajes requiere un esfuerzo adicional, a veces el contenido es críptico y aleja al espectador de un vínculo inteligibles y (para mí) vital en la obra. Pero eso no condena a la obra en sí. Ni al artista. Personalmente he optado por buscar refugio en la obra de los artistas que no requieren de un manual de instrucciones para comprender su obra, pero eso es mi elección.

LO DE HOY

Agradezco la obra de los artistas que admiro. Naufus, Moisés, Hellen, Benvenuto, Jorge, Regina, Gabriel, Aníbal (estandarte de la ética, Aníbal tan completo y constante), pero he encontrado refugio en un fenómeno que va más allá de la obra de artistas. Reside en la importancia de aplicar acercamientos del arte contemporáneo a formas experimentales de educación y comunicación. Cada vez me motiva menos el circuito de galerías, y cada vez me siento más cómodo acercándome a las iniciativas que buscan establecer un espacio de ejercitación creativa a través de medios experimentales.

Contexto, taller sobre las nuevas tendencias del  Arte Contemporáneo impartido por Guillermo Santa Marina, documentado por Belia de Vico

Ver de cerca a Kamin, colectivo entre cuyos participantes figuran los artistas Edgar Calel, Ángel y Juan Fernando Poyón, quienes desde San Juan Comapala han establecido un espacio dedicado a la generación de inercia cultural cuyo contenido no se limita a actividades de corte tradicional, sino predomina un constante diálogo con la población local a través de ejercicios relacionados con el arte contemporáneo.

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Busco excusas para ir a Xela y poder visitar Ciudad de la Imaginación, una de las iniciativas más importantes de gestión cultural de Guatemala. Ciudad de la Imaginación resalta por sus rasgos multifacéticos de gestión cultural, pero de incansable calidad y afán de difusión.

MaRES, ejercicio de arte contemporáneos impulsados por Andrea Mármol, Puro Arte con el carismático trabajo de Inés Verdugo, CAP y el trabajo educativo de Esperanza de León y Flor Yoque, son iniciativas que utilizan como excusa el arte para poder deformar los talentos naturales de sus participantes y explorar territorios inéditos de creación. Pero especialmente, para poder conectar a los participantes con el mundo en el que se desarrollan con un lenguaje propio y de cierta forma terapéutico. Qué mejor manera de poder tener voz en este mundo dónde el lenguaje es superfluo. Incoloro.

Y todo a través de ese arte que se le llama muchas veces “contemporáneo”, por buscar un adjetivo fácilmente deleznable. Yo reposo mi atracción hacia el arte “contemporáneo” en el rasgo perenne de reinvención de la forma, en el principio del constante cuestionamiento a la moral establecida para poder conducirnos hacia nuevas maneras de interpretar el universo cada vez más finito y caduco. El arte “contemporáneo” para mi ha sido la herramienta que puede ser utilizadas para confrontar el estúpido conservadurismo que nos gobierna. Y las iniciativas que menciono, no solo parten de un sentido crítico en la propia generación de su existencia, sino provocan a través de la educación nuevos formatos culturales para entendernos mejor.

Entendernos utilizando nuevos lenguajes que logran adaptarse a mecanismos sociales de interacción mutantes e híbridos. El arte puede ser un mecanismo que permita generar un mestizaje lingüístico cuyo poder de adaptabilidad permita a las sociedades comunicar su historia, sus virtudes y sus creencias mediante formatos generados por artistas que logren comunicar a través de su obra inquietudes íntimas, así como rasgos de conciencia colectiva capaces de provocar un sentido de comunidad, o abandonarla deliberadamente.

PuroArte

Artistas como Chemi Rosado Seijo, Tania Bruguera, Rirkrit Travanija, Franys Allys (de una manera silenciosa), Tino Seghal (más quedo, incluso), han llevado maneras íntimas de comunicación a formas de comportamiento colectivo capaces de provocar un cambio en sociedades, o por lo menos de retratarlas a través de sutiles espejos. Espejos como en el que me veo, cuando de soslayo me persigue el individuo desconsolado y conformista que a veces me provoca y me incita tácitamente a buscar nuevos horizontes.

Localmente, añoro la obra de José Osorio, quien parte de la necesidad de cultivar una conciencia colectiva activa para generar memoria y eficacia cultural. O la labor de discusión filosófica (y estética) que sostenía el grupo Imaginaria en Guatemala que generó lenguajes capaces de comunicar momentos trascendentales para un punto de inflexión en la narrativa histórica de Guatemala. Y claro, con una estética legible para todo estrato de la sociedad, arma de dos filos que llevó a integrantes como Luis González Palma a lograr manejar una estética perpetua complaciente al bien y al mal (oh, perversidad), y a Pablo Swezey a optar por renunciar al arte antes de caer en las entrañas de los mecanismos mercantiles que terminan comprando la franquicia de la creación cultural.


Mecánica del movimiento, Poética de la Revolución La Pieza es una celebración poética de la Revolución y de la mecánica del movimiento.  Realizada el 20 de octubre del 2000, en el marco de OCTUBREAZUL, en la fecha conmemorativa de la Revolución Guatemalteca del 20 de octubre de 1944. Revolución: giro completo de un punto sobre su propio eje. Revoluciones por minuto: término relativo a la dinámica y velocidad angular de un engranaje impulsado por una fuerza mecánica de manera repetitiva y consistente, en este contexto, se indica el número de rotaciones completadas cada minuto por un cuerpo que gira alrededor de un eje. Instalación escultórica de corte Poveda, referente a la fiesta y feria popular.  Intervención del paisaje de la plaza central frente al Palacio Nacional, la cual acompaña la jornada popular y la movilización social que finaliza en el Parque Central. Invitación abierta de participación libre y gratuita durante tres días.

Y allí es dónde yo me separo de los críticos del arte “contemporáneo” que se limitan a juzgar el esnobismo de algunos artistas y sus obras mediocres. Optan por ignorar el trabajo de construcción de identidad y contagio de criterios amplios de formación intelectual, generando discursos complacientes para una sociedad conservadora en la cual hasta sus más arriesgados intelectuales se sienten cómodos en diluirse en contenidos que pueden llegar a ser serviles de la “oligarquía con hemorroides en el alma”, que menciona Luis Cardoza y Aragón. La oligarquía intelectual, sí, y todas sus llamaradas de tuza.

Cada vez me seduce más el arte. El arte contemporáneo, curado o enfermo, y cada vez me quedan más ganas de continuar esa búsqueda que me ha llevado a sostener mi fe sobre los proyectos que formulan un sentido crítico basado en una intuición precisa del lenguaje, más allá de su capacidad de ilustrar la historia o nuestros defectos como sociedad. Confío en las virtudes que manejan los artistas cuya perspectiva de escala simple está constantemente reinventando lenguajes estéticos con la pura herramienta de la intuición. No dejo de sorprenderme, y añorar el paroxismo de todo lo que, por principio, cuestione las formas cómodas de asumir el arte, y por ende, todo formato de comportamiento humano.

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El individuo optó por caminar. Busca un destino desconocido, y camina frenéticamente mientras escucha cómo su respiración se hace más recia y agitada. Empieza a creerse perdido y a sentir que la sed lo ha alcanzado. Se acerca a una tienda y entra intempestivamente, como buscando urgente refugio. Escoge un jugo, si, de esos que nombran al Museo, y se lo bebe a grandes sorbos mientras percibe que su respiración se tranquiliza. Bebe el último trago y sale a la calle. Ve los carros pasar, el sol esconderse detrás de edificios y montañas lejanas. Repite en su cabeza la frase que no lo abandona, que le ha generado una terrible ansiedad. Contemporary art hates you?”, piensa. Y finalmente, luego de lanzar al basurero con saña el recipiente vacío de jugo, da la vuelta y decide en regresar.

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