La admiración y la empatía que causó la historia de Ángel provienen de lo fuerte de la situación y de la valentía de haber tomado la decisión de no matar, aunque ello significara su propia muerte. Incluso, varias personas se comunicaron al hospital para ofrecer ayuda. Ángel, en estos momentos, representa la antítesis de la violencia. Es un héroe para una población que día a día tiene que lidiar con la violencia urbana y criminal.
Y es que ¿se puede imaginar usted a un niño de 12 años teniendo que tomar una decisión entre matar o no matar, morir o no morir y cómo morir, en lugar de estar tomando otro tipo de decisiones como a qué hora saldrá a jugar futbol?
Para muchos, las personas se dividen en buenos y malos. Ángel, en medio de una situación extrema, eligió una decisión que lo coloca en el bando de los buenos, pero es que es muy fácil juzgar así cuando no estamos ni cerca de estos contextos. Pensemos. Realmente, ¿cuántos de nosotros habríamos podido tomar la decisión de morir antes que matar? ¿O qué pasaría si en lugar de matarnos a nosotros fuera a nuestra mamá o a nuestro hermano? ¿Cuántos de nosotros jalaríamos un gatillo contra la vida de un desconocido para preservar la nuestra o la de un ser querido? ¿Eso nos arrojaría automáticamente al bando de los malos?
Intento referirme a que, en contextos como el guatemalteco, en realidad es difícil hablar de buenos y malos, de blancos y negros. En absoluto pienso que se pueda justificar de alguna manera matar a alguien, sea cual sea la posición, pero sí pienso que como Estado y como sociedad nos hace falta comprender el contexto, conocer de cerca más historias como la de Ángel y hacer algo al respecto.
Y es que muchos de los que hoy aclaman a Ángel como héroe son también quienes aplauden la mal llamada limpieza social, quienes se alegran cada vez que linchan a un presunto ladrón y no muestran interés en conocer historia alguna.
¿Qué habría pasado si el cuerpo de Ángel hubiera sido encontrado sin vida? Seguramente habrían aparecido explicaciones exprés, tipo riña entre pandillas. Habría sido una muerte más, de esas que a nadie le interesa.
En estos momentos ha habido varios esfuerzos por ayudarlo. Pero las tragedias se nos olvidan. Ángel y su familia corren peligro y quién sabe si estarán seguros, si podrán pagar por la recuperación, etc. Y es que aún deben tomar muchas decisiones más que nadie debería verse obligado a tomar.
Hoy muchos se movieron para conseguir las medicinas que Ángel necesita, pero ¿qué hacemos como sociedad para generar otras condiciones y oportunidades para niños, niñas y jóvenes como Ángel, que no tienen muchas más opciones que ser víctimas de pandillas y de la exclusión, o bien, como dijera Roberto Wagner en su columna, víctimas de un sistema que funciona para los corruptos y los criminales?
Este caso nos permitió conocer una historia, pero ¿cuántas más quedan invisibilizadas a diario y en su lugar obtenemos únicamente explicaciones que criminalizan a las víctimas? Esta historia nos ha permitido conocer lo que vive Ángel, al igual que millones de niños y jóvenes más, además de las condiciones en las que viven, que en buena medida hemos permitido como sociedad a causa de actitudes como indiferencia, desprecio, clasismo, racismo e individualismo.
Este tipo de hechos y lo que representan tienen que seguir llenándonos de indignación y dándonos razones para seguir alzando la voz a través de nuestra participación ciudadana. Porque la corrupción mata —literalmente—. #JusticiaYa. #ReformasYa. #RenunciaYa.
Más de este autor