Las decisiones públicas se toman con base en el diálogo, entendido como un intercambio constante de opiniones y argumentos racionales entre los diferentes integrantes que alimentan la esfera pública: representantes del sistema político, del sistema económico y de la sociedad civil. Los participantes del intercambio o diálogo social esperan que el contenido de las acciones comunicativas entre los interlocutores (empezando por ellos mismos) sea: (1) verdadero (2) apropiado a las leyes y normas (3) sincero y (4) entendible por los interlocutores. Solamente en situaciones excepcionales, cuando las acciones comunicativas se agotan o no dan resultado, pueden considerarse acciones estratégicas de corto plazo, que son aquellas que usan mecanismos persuasivos y medidas de presión (Habermas, 1984, 1990).
Ahora pasemos de la teoría democrática normativa a la realidad nacional de los últimos días.
En no más de dos semanas, por la esfera pública guatemalteca desfilaron: un Frente Nacional de Lucha (FNL) bloqueando las principales vías del país para que se escuchen sus peticiones; representantes de cámaras del sector económico del país interponiendo recursos en la Corte de Constitucionalidad (CC) para que se escuche su posición contra los bloqueos que paralizan actividades productivas; el Gobierno presentando una propuesta de reglamento de Consultas Comunitarias y grupos de organizaciones indígenas manifestando porque no les han escuchado para desarrollar dicha propuesta; unos ciudadanos saturando calles y bloqueando el tránsito para que se escuche su petición de la inscripción electoral de la actual primera dama y otros saturando buzones de correo electrónico para evitar que lo haga.
Así es como, en dirección exactamente contraria a los presupuestos de acción comunicativa de Habermas, vemos que aquí el “diálogo” es más bien un montón de monólogos tirados a lo público sin la más mínima intención de intercambio, en el que todos hablan pero nadie esucha; mienten y asumen que sus interlocutores lo hacen aún más; manosean las leyes y normas o se las brincan abiertamente; dicen algo totalmente diferente de lo que realmente quieren; tratan de torcer el discurso lo más posible sin importar que otros entiendan su punto, si es que lo tienen; y utilizan todas las medidas de hecho posibles y hasta que éstas se agotan o no dan resultado, excepcionalmente, buscan el diálogo.
Haciendo benchmarking —o sea, viendo cómo copiamos algo bueno— conversé hace unos días con un experto que ha participado en procesos de diálogo y gobernabilidad en Chile, Perú, Brasil y el Pacto de la Moncloa, en España. Aquí un poco de agua para nuestro molino. Primero, me dijo algo no tan alentador. Que en Guatemala parecemos locos; y más todavía, cada loco con su tema. No hay interlocutores, sino simples emisores, que no escuchan, agresivos; cada uno hablando solo y hablando de cosas diferentes.
Segundo, algo más esperanzador: que la mayoría de países con situación similar a la del nuestro así empezaron. Que en sistemas tan jerárquicos y represivos es difícil aprender a conversar, pero que ya subimos el primer escalón. Que ahora ya hay espacios para la expresión y que aunque a veces parezcan más bien balbuceos, es importante reforzarlos, especialmente para los sectores históricamente marginados.
Y tercero, un poco de la receta. Que ése era sólo el primer escalón, y que ahora tenemos que subir al segundo. Que tenemos que pasar de la libertad de expresión a la construcción del diálogo. Expresión se queda en decir, alegar, exigir; diálogo nos lleva a escuchar, discutir y negociar. A aterrizar el discurso abstracto en puntos de negociación concretos. Los rotundos no, respuestas cerradas y la violencia reduce –o anula—la capacidad de intercambio y negociación. Aunque algunos lo toman como comportamiento permanente, las acciones estratégicas (persuasión, medidas de hecho) sólo funciona en el cortísimo plazo y debe ser lo excepcional, no la regla. Las posturas radicales sólo reducen las oportunidades de negociación, con lo cual, nadie se mueve de su punto; no se camina atrás, pero tampoco adelante. No se gana nada y más bien se puede perder todo: credibilidad, apoyo y poder de negociación.
Si no subimos del escalón de la libre expresión al del diálogo genuino no sólo nos vamos a quedar estancados, sino corremos peligro de caernos de donde estábamos. Y si es así, no faltará mucho para que comencemos a caminar con las manos y saludarnos con los pies.
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