Uno de los recursos más típicos para continuar en la permanente mediocridad es decir que no se pueden hacer las cosas porque “Fíjese usted, pero es que en este país somos pobres”. Pobres sí, muy pobres. Existe una desigualdad social, en cuanto al acceso a los recursos, muy severa. Algo que mantiene en una situación de carencias económicas a un sector muy importante de la población. Sobre todo niñas indígenas del área rural. Esto es una realidad de sobra documentada en los estudios elaborados sobre el tema por cualquier organismo de índole privado, gubernamental o internacional.
Pero no es la única realidad. En Guatemala, también se generan importantes ingresos. Más que considerables para una población de 12 millones de habitantes. Por ejemplo, las remesas que envían los guatemaltecos residentes en los Estados Unidos al país significan $4 mil millones de dólares anuales (Q32 mil millones). Además, está la inversión que se realiza en concepto de ayuda extranjera en el país, una cantidad que se cuenta por decenas de miles de quetzales diseminados en proyectos por toda la República. Por otro lado, no debemos olvidar las fuertes cantidades de ingresos que supone el crimen organizado, aunque los costos humanos e institucionales que este tipo de negocios implican, sean mucho mayores. Lo que está claro es que en Guatemala se mueve dinero y mucho.
Solo hay que darse una vuelta por la capital y ver cómo los edificios y los centros comerciales se construyen sin parar, como que nunca hubiera habido crisis. Igual pasa en cabeceras departamentales desde Escuintla a Huehuetenango, desde Xela o Flores. En el interior, no hay zona del país donde no se construya un nuevo hotel o una nueva iglesia, con considerables inversiones de dinero. Visiten los complejos habitacionales de Carretera al Salvador o de Puerto Barrios. Kilómetros y kilómetros de casas unifamiliares de lo más mico a lo más lujoso. Y los carros, por millares, sedán, camionetas, picops.
Las familias pudientes mandan a sus hijos a colegios privados con mensualidades de 5 mil quetzales. Eso implica, que en una familia de tres hijos, gastan Q15 mil quetzales solo en colegio, a eso sumen luz, teléfono, mantenimiento de la casa, cuota del carro, hipoteca. Estaremos diciendo que se gastan más de Q20 mil al mes y aún no han empezado a comer. Los restaurantes de comida rápida se encuentran llenos a diario, con menús que no bajan de los 40 quetzales y otras modalidades más costosas de consumo de comidas y bebidas consiguen triunfar abriendo más y más establecimientos.
Imagínense, estamos hablando de familias que gastan Q25 mil quetzales solo en rubros corrientes, algo menos de lo que cobra un cargo público como salario base. Eso no es lo que yo llamo pobreza. Así que menos cuentos. Tenemos dinero para hacer muchas cosas y hacerlas bien. Claro que hay dinero para hacer más carreteras. No puede ser que una ruta como la de Occidente, que mueve importantes ingresos en turismo, productos agrícolas y oro, no cuente con recursos para arreglar sus carreteras. Claro que hay dinero para arreglar los monumentos artísticos. La ciudad de La Antigua Guatemala mantiene sus plazas hoteleras casi al completo durante todo el año como para no generar los ingresos que mejoren su patrimonio artístico. Claro que hay dinero para más escuelas. No es posible que los pueblos cuenten con espectaculares iglesias de todo credo y condición pero que no tengan dinero para hacer una buena escuela pública.
Somos pobres es verdad, pero eso no debe impedirnos que con lo que tengamos hagamos el mayor de los esfuerzos por mejorar la realidad que nos rodea. Por eso, tenemos empezar a caminar sin más excusas. Como ya lo decía el presidente Juan José Arévalo: “Vamos a despojarnos del miedo culpable a las ideas generosas. Vamos a agregar justicia y felicidad al orden, porque de nada nos sirve el orden a base de injusticia y de humillación. Vamos a revalorar cívica y legalmente a todos los hombres que habitan la República. Y lo vamos a lograr de común acuerdo, sin exigencias torpes, sin mezquindades ni usuras”. Así sea.
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