Se trataba de una actividad enmarcada en lo que viene a denominarse “tardes de debate”, aunque nunca fuera tal. Como suele suceder en este tipo de convocatorias, terminó siendo tres monólogos y una aparente participación del público, mediante un par de preguntas.
Martín Dinatale, el expositor principal, es editor de la sección de política en La Nación, Argentina, y, entre otros libros, ha publicado la obra Luz, cámara… ¡Gobiernen! En esta obra, el autor reflexiona sobre los nuevos roles de los medios y los políticos en un contexto latinoamericano ideológicamente polarizado. En la América Latina de Chávez y Uribe, como paradigmas de las dos grandes tendencias políticas, los medios se instauran como denunciantes permanentes del quehacer político, mientras que los políticos toman posiciones atacantes, mediante la restricción de la libertad de expresión y el uso de la publicidad gubernamental. Esto último, para aclararnos, es que el gobierno decide dónde pone su publicidad, que genera tantos ingresos, que incide directamente en la viabilidad económica de muchos medios de comunicación.
Esta tensa relación, que para Dinatale, ha seguido agudizándose desde que publicara su libro en el 2010, supone grandes debilidades para el sistema democrático y aquí empieza mi reflexión. Para los expositores convocados por el INCEP, esta debilidad no salía de los lugares comunes. Por una parte, el rol fiscalizador de la prensa, que publica, persigue, casi juzga y condena a una corrupta clase política, asumiendo posiciones correspondientes al ministerio público y el sistema de justicia. Por otra, el atrincheramiento de la clase política, mediante vocerías inoperantes, autobombo presidencial, en programas hechos a su medida, y restricciones al acceso a la información pública.
El resultado, según los datos de las encuestas publicadas por latinobarómetro en el 2009, es que, en América Latina, los ciudadanos consideran que los partidos políticos son el grupo social en el que menos confían. Esto, sin lugar a dudas, es una debilidad para la democracia, ya que este sistema está sustentado en la credibilidad de sus propuestas políticas. Por supuesto, que a esta debilidad ha contribuido el papel de la prensa en el modelo democrático occidental, pero por otras razones que las expresadas anteriormente por los conferencistas. Yo expuse que mi perplejidad no es que los partidos políticos estén en la última posición en la encuesta de latinobarómetro, sino que instituciones como la banca estén en una consideración de confianza muy alta de parte de los ciudadanos latinoamericanos, solo superada por la iglesia y los medios de comunicación.
Aunque el moderador del INCEP no consideró pertinente mi apreciación, le voy a decir por qué yo creo que sí que lo es. Desde la perspectiva de Jurgen Habbermas, un respetado teórico del concepto de la opinión pública, en el modelo democrático liberal occidental, que es en el que están casi todos los países que optan por seguir las doctrinas estadounidenses democráticas, heredadas de Francia y Gran Bretaña, los medios de comunicación se convierten en un espacio de legalización del sistema, que perpetúa las estructuras del poder tradicional. En este contexto, la prensa comercial, representando el papel de la voz de la ciudadanía, pero gestionada principalmente por los poderes económicos, dirige toda su atención hacia una clase política, dispuesta a aguantar pacientemente toda serie de bofetadas mediáticas, mientras la clase adinerada continua regentando los poderes de hecho y las directrices de los países.
Este modelo, ha funcionado perfectamente desde la instauración de la Revolución Industrial, hace más de cien años. Ha permitido mantener una cierta armonía entre la dictadura del mercado y la legitimidad de proyectos políticos en dónde los ciudadanos se sintieran conformes. Pero el constante ataque del llamado cuarto poder a los funcionarios públicos, aunque sea por una buena intencionada forma de control del poder, ha desviado tanto la atención de los poderes económicos, que ha deteriorado por completo el sistema de partidos, su credibilidad y el poco soporte ideológico que pudiera tener. Casi nadie, con un poco más de dos dedos de frente, incursiona en la política si es que no busca algún tipo de beneficio personal. De eso, señores y señoras, tiene mucha culpa la prensa y habría que reflexionar, si ese adalid de la lucha contra la corrupción política no está destruyendo completamente el sistema democrático. Porque si es así, habrá que replantear, tal y como lo han hecho ya autores como Ana María Miralles, en obras como Periodismo, Opinión Pública y Agenda Ciudadana, el papel de la prensa en nuestras sociedades.
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