Los heroísmos quedan en el descuido histórico, pero las felonías no. Por tales razones no hemos olvidado que los colapsos de los gobiernos de Mariano Gálvez y de Rafael Carrera tuvieron, entre sus más importantes causas, el pésimo manejo de los brotes de cólera morbus que pusieron al descubierto sus falencias.
A lo largo de la historia, tres andamiajes han sostenido tan perversos desatinos.
El primero corresponde a la inexplicable actitud de los gobernantes con relación a ocultar la verdad. En toda Latinoamérica ha sucedido. Siempre han existido subregistros de casos y defunciones porque los mandamases de turno creen que las verdaderas estadísticas afectarán su popularidad.
El segundo tiene su basa en esa maña de echar culpas y zafar responsabilidades. Como una muestra, al personal de salud se le exigen resultados de países de primer mundo sin caer en la cuenta de que el material y el equipo con que trabaja (cuando lo tiene) corresponden a insignificancias y calidades utilizadas en países de cuarto mundo (medicamentos incluidos). En ello peca, muy particularmente, la masa crítica que vitupera y jamás propone (y mucho menos se presta a un voluntariado).
El tercero concierne a la corrupción: compras sobrevaloradas, calidades inexistentes, opacidad en las adquisiciones y negligencia en la distribución.
Y somos muy dados (gobiernos y pueblos) a negar lo sucedido. Lo escrito en textos históricos jamás se da a conocer en las escuelas. Por ejemplo, ¿cuánto conocemos de la fiebre amarilla que asoló a Guatemala entre 1918 y 1920? A ese respecto escribí: «De dicha desgracia, que diezmó a alrededor de 100,000 personas en El Salvador y en Guatemala, quedó más historia escrita en México que en nuestro país. Así, a la fecha, algunos medios de allá aún la recapitulan. A manera de ejemplo, el Diario de la Historia recuerda: “A principios de 1918, una epidemia de fiebre amarilla afectó a Guatemala, a El Salvador y posteriormente a México. La zona con mayor emergencia sanitaria por la enfermedad fue Guatemala, lo que ocasionó que el Gobierno federal solicitara al gobernador de Chiapas, coronel Pablo Villanueva, [que] le informara sobre la situación de salud en el estado. El gobernador informó sobre algunos casos aislados registrados en la frontera. Como medida de emergencia, el 30 de abril de 1918 el Gobierno estatal prohibió la entrada y salida de ferrocarriles de pasajeros provenientes de Guatemala, así como de personas del vecino del sur. Con estas acciones se buscó establecer un cerco sanitario para evitar el contagio”».
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Destaco que en México sí quedó escrito (de manera muy científica) lo sucedido, mientras que en Guatemala, de no haber sido por nobles zacapanecos que hicieron un monumento a las enfermeras, a los estudiantes de medicina y a los médicos caídos en el ejercicio del deber, poco se habría sabido. Me refiero al parque Arreola, localizado muy cerca del centro de la ciudad.
Queda al descubierto otra de nuestras fallas: no documentar adecuadamente cada desastre. En consecuencia, no sabemos cómo defendernos ante la aparición del siguiente.
Hoy, frente a la acometida de la pandemia de SARS-CoV-2, los dirigentes de los tres poderes de nuestro Estado tienen dos opciones: pasar a la historia como personas de bien o ser recordados como felones. Muy particularmente, los funcionarios de los poderes ejecutivo y legislativo. Su actuar fijará rumbo no solo a esas posibilidades (que los honrarán o los infamarán a ellos y a sus descendientes), sino, muy primordialmente, a la salud y a la vida de miles de hermanos guatemaltecos.
A manera de colofón: Judas fue un pésimo mercader. Tanto que le valió ser recordado en un responsorio llamado Iudas mercator pessimus (Judas, pésimo mercader), del compositor polifonista Tomás Luis de Victoria (1548-1611). Ojalá que ese responsorio no se les termine endosando a todos nuestros funcionarios cuando haya terminado la desgracia que estamos viviendo. Porque algunos diputados sí se están haciendo acreedores de ello.
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