Según Wikipedia, «el término very important person (o en ruso viesima imenitaia persona) empezó a usarse entre 1927 y 1934». La expresión nació entre los emigrantes rusos, aristócratas en su mayoría, que vivían en la República Francesa y viajaban al Reino Unido. Ellos empezaron a utilizar la expresión VIP para reemplazar, hasta cierto grado, los títulos y privilegios perdidos durante la revolución rusa de 1917.
De algún modo, el concepto se trasladó a nuestros días y se normalizó de tal manera que hasta forma parte del diccionario de la Real Academia Española. De ahí que por todas partes nos sale el salón VIP, la fila VIP, la entrada VIP, la membresía VIP y un sinfín más. Incluso, en algunos lugares ya existe el VVIP (very very important person). Al parecer, ya caben muchos en el primer VIP, por lo que inventaron otro club para que ahí sí solo los meros meros puedan entrar. Una locura, si me lo preguntan. Una locura que hemos normalizado, como tantas otras.
Aquello de que todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros, encaja como anillo al dedo en esto de los VIP. Por alguna razón nos encanta sabernos especiales, distintos de la mayoría de los mortales. El jefe se siente más importante que sus empleados, el esposo más importante que su compañera, el maestro más importante que el estudiante, el pastor más importante que sus feligreses. Las relaciones verticales nos dominan y definen.
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En el caso de los políticos, el trasfondo tiende a ser un poco más complicado porque los líderes políticos tienen la falsa autoimagen de que son seres especiales, así como cuando se pensaba que los monarcas eran designados por Dios para regir el reino y que su mandato era, por tanto, incuestionable e inapelable. En nuestros días muchas autoridades, en vez de saberse empleados públicos al servicio del pueblo, se perciben como seres especiales que llegaron ahí por obra del Espíritu Santo y a los cuales el pueblo les debe rendir pleitesía.
Nosotros, el pueblo, también caemos en ese juego. Los vemos como seres especiales, como divas de la política que tenemos que tratar como very important persons. De ese modo, cuando los invitamos a un acto, procuramos darles el trato VIP que se merecen. Poco a poco esta actitud va calando hasta en el más sensato hasta que finalmente se contagia. En adelante esperará y exigirá que se le trate distinto. Se sentará aparte, en la fila VIP, comerá en el salón VIP y hasta exigirá que alguien le limpie su trasero VIP. Dejará de ser una persona normal para convertirse en un ser extraordinario. Curiosamente, los líderes menos dotados son los que más se asumen en ese rol. De ahí la actitud arrogante y prepotente que tienen nuestras autoridades actuales. Pobres. No imaginan que un día (muy cercano) el juego termina y que tanto el peón como el rey van a dar a la misma caja.
Un nuevo ciclo comenzará el próximo 14 de enero. Los nuevos dirigentes que llegarán tendrán que resistirse a la trampa VIP que al principio, quizá, les podrá incomodar, pero que al poco tiempo verán como normal y que más adelante exigirán porque se sentirán diferentes y especiales. Para no caer en ella, lo mejor es arrancarla de raíz. No acepten el trato VIP porque se van a acostumbrar. Recuerden que nosotros delegamos nuestro poder en ustedes para que nos representen, no para que se pongan por encima de nosotros.
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