Así pues, diversas organizaciones como Mujeres Transformando el Mundo, entre otras, se han dado a la tarea de visibilizar esta situación y así evidenciar una realidad que marca la vida no solo de las niñas y de sus familias, sino de la sociedad completa.
De manera paralela, existen instituciones que, al parecer, son no solo indiferentes, sino además contrarias a la lucha por el bienestar de las niñas. En concreto, me refiero a la Asociación La Familia Importa (AFI). Esta, en lo que sin duda considera como un golpe magistral para mantener los valores tradicionales y las buenas costumbres en el seno de la derruida moral guatemalteca, logró que la mayoría de los binomios que aspiran a la presidencia firmaran la Declaración Vida y Familia. En este documento, de manera reiterada, se enfatiza la necesidad de mantener a toda costa la «familia natural» y de negar cualquier otra posibilidad, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, así como temas de educación sexual pública, el aborto bajo cualquier posibilidad y el reconocimiento de la diversidad sexual, entre otras cuestiones.
Es cierto que la Constitución establece, en su artículo 1, que el Estado se organiza para «proteger a la persona y a la familia». Pero también dice, en el artículo 2: «Es deber del Estado garantizarles a los habitantes de la república la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona». Para englobar lo segundo, recurro al final del artículo 1, que dice, asimismo, que «su fin supremo [del Estado] es la realización del bien común». No soy abogada ni mucho menos constitucionalista, pero la sola lectura de estas líneas me dice que el Estado y sus representantes tienen la obligación de velar por que se cumplan estos derechos en aras «del bien común». Entonces, ¿cómo se puede confiar no solo en la legalidad, sino también en la legitimidad de instituciones y candidatos presidenciales que redactan y firman declaraciones en las que se pone en riesgo precisamente el bien común? ¿Acaso un Estado, para continuar con la idea de la tradición familiar y de la educación sexual en casa, debe tolerar, por ejemplo, el incesto? Porque este es un hecho real, concreto, comprobable. No en un caso aislado, sino, lamentablemente, una práctica bastante arraigada. Las estadísticas del Ministerio Público y el trabajo de la Procuraduría General de la Nación así lo indican.
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¿Dicha asociación y los presidenciables quieren darles a estos padres responsables el poder absoluto para que continúen con sus prácticas deleznables de manera impune? Porque sería suficiente un solo caso de incesto para que la sociedad entera se volcara en contra no solo del agresor, sino también de los valores que permiten dicho acto. Pero el que sean cientos y hasta miles los casos que suceden en nuestro país cada año me hace pensar desde ya que algo de lo que proponen unos y firman otros en esta declaración no está bien.
Es urgente que adquiramos conciencia, que alcemos nuestra voz de descontento y que no sigamos permitiendo que las niñas continúen desprotegidas, siendo víctimas en sus casas, por acción de sus propios padres, de violaciones que luego las conducen a embarazos no deseados. Estos cambian la vida no solo de las niñas, sino también de la familia, de su entorno, del nuevo ser que viene al mundo en condiciones precarias, socialmente adversas, marginales y sospechosas; que se convierte en hijo-hermano de su madre, en hijo-nieto de su padre, etc. ¿De qué familia natural, pues, estamos hablando? ¿Para mantener esta situación firmaron los presidenciables?
Necesitamos cuestionar esas posturas, sobre todo porque las apoyan políticos deseosos de votos. Las niñas merecen ser niñas, que el Estado y sus representantes les procuren las condiciones necesarias para su desarrollo integral como personas. Declaraciones como esta no buscan el bien común. Promueven la división y el mantenimiento impune de prácticas oscuras. Son falacias para manipular a los ingenuos, para ganar votos a costa de la marginación y la exclusión, en este caso de las niñas, que merecen ser niñas, no madres.
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