Las ruinas del anfiteatro acogen la interpretación en vivo de Echoes, que sería recogida en Live at Pompeii, la película de 1972. El anfiteatro está completamente vacío. O, si uno quiere pensarlo dos veces, está repleto de los fantasmas que alguna vez poblaron la ciudad, que atestiguan en un día caluroso, de cielos azules y despejados, cómo un sonido similar al que hace una gota de agua al caer da inicio a una de las obras fundamentales en el legado de Pink Floyd y en la configuración de lo que llamamos rock.
La cámara se acerca a la banda. Unos muy jóvenes Roger Waters y David Gilmour dan vida a estos versos:
Overhead the albatross hangs motionless upon the air
and deep beneath the rolling waves in labyrinths of coral caves,
the echo of a distant tide
comes willowing across the sand
and everything is green and submarine…
Por entonces Pink Floyd estaba a días de lanzar Meddle y se encontraba en tránsito entre dos de los momentos fundamentales de su historia: la expulsión de Syd Barrett (1968) y la aparición de The Dark Side of the Moon (1975). Un período que comienza a configurar el legado de una banda que, como ninguna otra, ha sabido explorar lo que significan la ausencia y las sensaciones en torno a ella.
La elección del anfiteatro de Pompeya fue más fruto de la casualidad que de una premeditada y minuciosa búsqueda. Una nota de Team Rock destaca la historia. En 1971, Adrian Maben, un director de cine, había discutido con Gilmour un proyecto visual que no entusiasmaba del todo a este último: combinar pinturas de arte moderno —Magritte o Delvaux, por ejemplo— con la música de la banda.
En el verano de ese mismo año, Maben viajó con su novia a Italia y visitó Pompeya. Al salir de las ruinas descubrió que había perdido su pasaporte y convenció a los guardias de las ruinas de dejarlo entrar a buscar su documento. Maben caminó solo entre las ruinas, desandando sus pasos, hasta llegar al anfiteatro. La soledad, los graderíos vacíos, el sonido de insectos y murciélagos y la luz del final del día lo cautivaron hasta hacer cambiar el proyecto.
El pasaporte jamás apareció, pero Maben convenció a Gilmour y a la Soprintendenza di Napoli —autoridad reguladora del sitio— de filmar en el anfiteatro. En una entrevista concedida en 2003 a Brain Damage, Maben recuerda que apenas algunos niños que se sentaron atrás de las cámaras atestiguaron la grabación, que difiere en eso de los grandes documentales de rock de la época: no hay multitudes adorando a la banda. La soledad de las ruinas, la enorme calidad del sonido en vivo —seguramente ayudado por la acústica milenaria de las piedras del anfiteatro— y esos versos sobre dos extraños cruzando sus miradas en la calle forman parte de un poderoso relato que es, ante todo, épica en estado puro.
Strangers passing in the street.
By chance two separate glances meet
and I am you and what I see is me…
Estuve en Salerno y nunca llegué a tomar el autobús que, según Lonely Planet, llevaba a las ruinas de Pompeya. Fue ese año en que la falta de mantenimiento resultó en el colapso de la Casa de los Gladiadores. Una oportunidad perdida, compensada por las imágenes de los pueblos de la costa de Amalfi, por los cuales mi esposa y yo empujamos a nuestra primera hija en el peor coche para bebé del mundo, que conseguimos una semana antes a precio de descuento en una tienda en Sevilla.
Ojalá mi cercana vejez me deje peregrinar a las cenizas de la guitarra de Hendrix y a las ruinas de Pompeya. Los arrebatos de espiritualidad se permiten ya tan cerca de los 50. De paso podría ver si esa pared cerca del Duomo de Salerno conserva todavía ese poderoso grafiti que aún me arranca sonrisas: «Berlusconi è un cazzone».
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