Las circunstancias de su muerte en la bañera de su departamento, o en los baños del Circo del Rock, han sido abordadas en una investigación de Team Rock, publicada por primera vez en 2009, que se dedicó a seguir la pista de los últimos días de Morrison en París y que fue publicada nuevamente hace unos días.
El relato no tiene desperdicio y es rico en los detalles que alimentan la leyenda urbana, entre ellos que el médico que hizo la autopsia no podía creer que el individuo al que examinaba tuviera solamente 27 años, y no 70, y que Pam, la compañera de vida de Morrison, se refiriera a él, en su declaración a la Policía, como un amigo al que apenas conocía.
El retrato que Team Rock presenta del París de inicios de los años 70 del siglo pasado se parece, en cierta forma, a la descripción que hiciera Hemingway en París era una fiesta. La escena entre las guerras mundiales, en la cual se movían aprendices de poetas y escritores como Ezra Pound o Scott Fitzgerald, guarda similitud con el universo de excesos en el que se movían las celebridades y los artistas del movimiento hippie, seducidos por la revolución de mayo de 1968.
Al igual que Hemingway, Morrison llegó a París queriendo ser algo distinto de lo que ya era. Pretendía alejarse de la figura de la estrella de rock y convertirse en un poeta. Hemingway llegó como corresponsal del Toronto Star, con la ambición de convertirse en un escritor.
A diferencia de Hemingway, quien se fue de París a escribir Fiesta, Morrison nunca abandonó la ciudad. El entierro discreto en el cementerio Père Lachaise, al cual no asistió ninguno de los Doors, contribuye al mito.
Sin embargo, más allá de la retórica de la muerte de Morrison, hay tal vez una esquina en el relato de Team Rock que toca mi sensibilidad. En mayo de 1971, Morrison recibió en París una copia de L.A. Woman. Un Morrison que moriría apenas unos días después llamó a John Densmore para contarle lo complacido que estaba con el álbum y con su vida en París.
L.A. Woman fue el último álbum de The Doors en el que participó Morrison. Y la grabación fue una aventura.
En 1970 las cosas no pintaban nada bien para la banda. Las malas noticias llegaban juntas y no cesaban: Morrison había sido llevado a juicio en Florida por comportamiento indecente, y eso había repercutido en múltiples conciertos cancelados y en una imagen pública lamentable en un país que ya tenía por costumbre crucificar a sus famosos. El alcoholismo y otras adicciones de Morrison repercutían en la calidad de su producción y ponían en riesgo la continuidad de la banda, que llegó a tener esa conversación con Jim sobre las drogas.
L’America —canción que francamente no es brillante— fue rechazada por Michelangelo Antonioni, quien buscaba una banda sonora para su película Zabriskie Point. Luego de escuchar a la banda tocarla en vivo desistió de The Doors. Finalmente, harto de los tres meses de grabación que había tomado Morrison Hotel —y de la poca calidad de lo que escuchaba—, el productor Paul Rothchild se negó a trabajar con lo que denominó «música de coctel» y canceló la sesión de grabación de L.A. Woman. La furia de Rothchild habría sido causada especialmente por la primera versión de Love Her Madly.
En esas circunstancias, y en un comité de crisis realizado en un restaurante chino cercano al estudio del cual fueron echados, los Doors decidieron intentar un regreso a sus orígenes: L.A. Woman sería producido y grabado por ellos mismos en el 8512 del bulevar Santa Mónica, en Los Ángeles. Sus propias oficinas, que fueron adaptadas como un rústico estudio de grabación.
Un par de semanas después, el álbum estaba listo. Riders on the Storm fue incluida en ese disco. La canción contiene varias influencias y describe varias historias, entre ellas la de la familia asesinada por un psicópata al que dan jalón en el desierto, adaptada del guion escrito por Morrison para la película HWY. Al finalizar la grabación, Morrison sugirió incluir en la canción el efecto de los truenos y la tormenta que le son característicos y que Manzarek parece hacer vibrar en su teclado. Poco después de acabar la grabación de L.A. Woman, Morrison dejó Los Ángeles con destino a París. Iba en busca de Pam y de sí mismo.
Al recibir la copia del álbum en París, seguramente Morrison sabía que estaba frente a su propio epitafio. Y con una enorme ironía decidió festejarlo con un par de botellas de whisky.
Que un poeta maldito muera en París puede no ser una novedad. Que estas líneas se escriban en mi cabeza mientras conduzco en medio de una tormenta en el altiplano de Guatemala y que se inspiren en una conversación inacabada con una extraña allá por 1992, en una de las salas del museo Camilo Egas de Quito, es un homenaje a la memoria de las casualidades.
Into this house we’re born.
Into this world we’re thrown.
Like a dog without a bone,
an actor out alone,
riders on the storm…
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