Dicho sea, también será la XX Feria Internacional del Libro en Centroamérica. Todo un logro porque Filcen permite el acercamiento, la unificación y la concomitancia de autores, editores y lectores de muchos países. Y según se ha noticiado por parte del comité organizador, los títulos a disposición sobrepasarán el número de 500 000.
La feria se celebrará del 14 al 24 de julio venideros en el Parque de la Industria. Y tendrá dos grandes referentes culturales y humanísticos. Uno, está dedicada a los Objetivos de Desarrollo sostenible, los cuales fueron aprobados por los Estados miembros de la ONU en la cumbre realizada en el año 2015 en relación con la agenda 2030. Dichos objetivos intentan poner fin a la pobreza, a la desigualdad y a la injusticia. El otro es atinente a que el doctor Edelberto Torres-Rivas, maestro de maestros de la sociología, será homenajeado durante el evento y a que también le será dedicada dicha edición de la feria a título individual.
No será esta la primera vez —ni la última— que invoque las características de las etapas del desarrollo neurobiológico —vinculadas a la evolución de la inteligencia humana—, que Jean Piaget codificó como períodos simbólico, intuitivo, de operaciones concretas y de operaciones formales. Cabe traer a la memoria que, según Piaget, de los 7 a los 11 años se desarrolla el pensamiento lógico y reversible, se produce el establecimiento de relaciones entre objetos y personas, y el niño empieza a observar fenómenos, a realizar predicciones y, muy a su manera, a explicar la fenomenología que observa.
Pues ha de saberse que las llaves de todo este entramado, que determinará en mucho el éxito académico de ese niño —que pudimos haber sido o podemos ser nosotros o nuestra descendencia—, son el correcto aprendizaje de la lectoescritura y las matemáticas.
He compartido en otras ocasiones que mi niñez transcurrió como la típica infancia de pueblo. Corretear en los potreros, nadar y pescar en ríos que eran totalmente límpidos y, muy particularmente, visitar casas de amigos. Entre las características de los hogares nuestros estaba el sitio destinado a los libros. Nominarlo como biblioteca sería muy ostentoso, pero allí encontrábamos desde los textos de escuela primaria, como La tierra del quetzal y los libros de la Casa Central, hasta novelas de vaqueros. Y en una categoría muy superior, algunas obras de Hugo Wast. Intercambiar libros o folletos de historietas cómicas era uno de nuestros pasatiempos. Ni que decir cuánto bien nos hizo aquella actividad.
Pocos días atrás convergimos con un amigo de escuela primaria en el parque central de Cobán. Había allí una feria del libro. Y recorriendo los estantes recordamos aquellos momentos de lectura en nuestra infancia. Le recordé que me tenía pendiente la devolución de dos ejemplares de El Llanero Solitario. Al despedirnos me hizo una observación que no dejó de perturbarme. Me dijo: «El lugar de los libros en nuestras casas, que sí eran pequeñas bibliotecas, ha sido sustituido por un lugar al que le dicen bar. No pasa de ser una colección de botellas de guaro para presumir, pero los niños de esas casas ya no leen lo que leíamos nosotros».
Me he propuesto buscarlo esta semana para contarle de la Filgua y la Filcen 2016. Mi amigo tiene nietas y nietos cuyas edades oscilan entre los 5 y 11 años. Quizá sea este el momento de retomar el derrotero de la lectura. Seguro estoy de que me escuchará. Y quizá viajemos juntos al Parque de la Industria el próximo mes de julio.
¿Se apunta usted?
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