En la acción contrainsurgente del Estado durante el conflicto armado interno fueron esclavizadas laboral y sexualmente dentro de las instalaciones de un destacamento militar. Este se ubicó en la comunidad Sepur Zarco, en El Estor, en la zona de la Franja Transversal del Norte. Se lo denominó El Recreo por cuanto servía como una especie de sitio de diversión para elementos de la tropa. De eso se aseguraron los sindicados por el caso, el coronel Esteelmer Reyes Girón y el ex comisionado militar Heriberto Valdez Asij.
Los testimonios de las víctimas señalan que en 1982 sus esposos fueron capturados, luego desaparecidos y en varios casos ejecutados extrajudicialmente. Ello, porque eran líderes campesinos y luchaban por garantizar la titulación de la tierra. A partir de estos hechos y hasta 1986 fueron violadas y forzadas a vivir en esclavitud sexual, así como en esclavitud laboral, para los miembros del destacamento en Sepur Zarco.
De acuerdo con expertas y expertos, el impacto de la esclavitud sexual es devastador para las víctimas. Si esto se aúna a la pérdida inmediata anterior de un ser querido y al desarraigo comunitario, social y cultural, el daño puede representar la anulación total de la identidad individual. Una consecuencia de la política contrainsurgente, dominada por el racismo, la discriminación, la misoginia.
En las guerras, las mujeres y las niñas son tomadas como botín por parte de las fuerzas militares, oficiales y no oficiales. Desde las guerras de la Antigüedad, en las dos guerras mundiales, en la guerra de los Balcanes, en los conflictos en Oriente Medio, Asia y África, así como en todos los conflictos armados en el continente, las mujeres cautivas han sido botín sexual para la oficialidad y la tropa.
Es por lo que representan: el vínculo inmediato con la supervivencia de la comunidad, la posibilidad de que esta viva y reviva en ellas. Es decir, hacerlas esclavas sexuales tiene un propósito estratégico en la concepción de dominio e imposición del poder en el conflicto. Si la meta final en una guerra (cualquiera que sea el nivel de conflicto armado) es la aniquilación del enemigo, la eliminación de su posibilidad de vida —la mujer— es el vehículo para llevarla a cabo. Y la eliminación de esta se consigue, entre otros medios, mediante la violencia sistemática de orden sexual, con el sometimiento al poder de aquel que se asume como dueño de su destino.
En el caso concreto de Sepur Zarco se muestra a plenitud el fenómeno. Primero la tropa aniquila físicamente a los hombres de la comunidad. Luego se apropia de las mujeres y las somete por la fuerza a la servidumbre sexual y doméstica. Busca con ello desarticular los principios rectores de la unidad y la armonía del pueblo q’eqchi’ a fin de asegurarse la victoria total.
Sin embargo, fracasaron. A pesar del estigma social, a pesar del dolor y a pesar de la vergüenza, estas mujeres, verdaderas orquídeas de acero, se levantan sobre sus endurecidos pies y alzan el rostro en unidad y con dignidad. Habrán de enfrentar cara a cara a dos de sus verdugos. Serán vencedoras porque la violencia que les propinaron fue incapaz de aniquilarlas. Han estado en unidad, van todas juntas como una, con un solo corazón, van a compartir la comida de la fiesta de la justicia y al final se sentarán detrás de un solo fuego (chire jun chi xam) y detrás de una sola taza a compartir la bebida de la dignidad.
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