El problema del acoso escolar (bullying en inglés) no es nuevo, aunque sí lo es su cobertura mediática. Está muy bien que el tema se discuta, pero hablar de ello no es suficiente, como tampoco la visión estrecha con que se analiza.
Esta escena le puede resultar conocida: hay una reunión del clan familiar y a alguien le toca aguantar las bromas de todos durante la feliz ocasión. ¿Ya se fijó que siempre resulta ser la misma persona? Como si existiera un plan (que no lo hay), siempre le toca. La razón puede ser cualquiera. No importa. De alguna manera, la persona se lo busca, ¿verdad? Las risas abundan y la reunión se pone animada y divertida para grandes y chicos.
Bienvenidos a la academia del acoso. Sí, los grandes lo practican y los chicos aprenden. Es gracioso. Y como es entre familia, la víctima debe aguantarse. Si se enoja, le va peor.
También puede suceder dentro del círculo familiar íntimo. El granote en la nariz del adolescente, el corte de pelo de la niña, la metida de pata de mamá. ¿Cuándo se convierte en acoso? Cuando la burla no termina, cuando se vuelve el tema favorito para divertirse un poco. Y los chicos aprenden.
También puede ser en el trabajo: siempre hay alguien a quien bombardear para pasarla bien.
Así que hay un círculo vicioso: los grandes acosan a alguien, los demás participan o solo se la gozan, algunos no se dan por enterados y en algún punto de la cadena los chicos aprenden, luego crecen y volvemos a empezar.
Así que ofrezco una nueva perspectiva: ¡quizá sin saberlo hemos sido acosadores y maestros de acosadores! No importa si con buenas o malas intenciones.
Claro que también existe el acoso con malas intenciones, pero, si ya llegamos a esta parte del artículo, quizá usted y yo no seamos de esa clase. Aunque eso no importa, pues a la persona que lo sufre le resulta igual de doloroso.
Los adultos podemos llevarlo mejor. En el camino de la vida aprendemos a defendernos. El problema es con los niños y los adolescentes, que no pueden comprender por qué sus coetáneos los tratan tan mal. Sabemos que el acoso causa tristeza, depresión, pérdida de autoestima y hasta suicidio. No es para tanto, dirán los acosadores, que jamás han estado en los zapatos del acosado.
¿Y los testigos? Participando activa o pasivamente. Enseñemos a los niños que, si dejamos que otros abusen de alguien débil sin hacer algo para evitarlo, también somos culpables.
Los niños pueden acosar por muchas razones. Conozco tres. Si ven en otro algo diferente, no importa qué sea ni si lo pueden explicar, habrá acoso. Yo padecí acoso escolar durante la niñez y lo comparto por primera vez porque espero ayudar a alguien. No sé por qué me fastidiaban hasta la desesperación. Había un niño que se quitaba el cincho y me pegaba en todo el cuerpo. Yo era muy pacífico: en toda mi niñez y adolescencia tuve apenas tres peleas, que no me busqué. Otros niños me gritaban «¡hueco!, ¡hueco!» de esquina a esquina. ¿Por qué? No lo sé. Soy heterosexual y nunca he tenido dudas al respecto. No me metía con nadie. Se trataba de un caso de IDNI: individuo con diferencia no identificada. Así que trataban por todos lados. Un niño le sacó dinero de la bolsa a la profesora (yo lo vi) y luego resultó testigo de que había sido yo. Me rayaban los libros que llevaba para leer en los recreos. Más adelante fui boy scout y, según me contó un amigo cuando ya éramos adultos, la pandilla del barrio discutía una emboscada para caerme a golpes. ¿Por qué? No lo sé. IDNI. Aquel adolescente, respetado por el grupo, les dijo que el que se metiera conmigo se las vería con él. ¿Por qué? Tampoco lo sé. Irvin Martínez (¿ya ve?; aún no se ha ido, Pajarito) no era mi amigo en ese entonces.
Las cosas cambiaron hacia el final de la adolescencia porque aprendí a defenderme sin violencia. Básicamente aprendí a no quedarme callado, a vencer el miedo y a reconocer a los acosadores antes de que atacaran para exponer sus inseguridades como medida preventiva. Sí, los acosadores tienen muchos problemas. Llevan con ellos frustraciones, violencia reprimida, carencia de amor y las enseñanzas de los adultos aunque sean disfrazadas de inocentadas.
La segunda razón es que a la persona acosadora le gusta la persona acosada y no llega ni a reconocerlo, y la tercera es que la víctima tiene algo que quien acosa quisiera para sí.
No sea una persona acosadora. Ni acosada. Tampoco testigo pasivo. Por favor, hable de esto con quien crea que necesita comprenderlo.
Valga otro saludo póstumo, este para Facundo Cabral, quien nos regaló este verso: «Yo tengo dos enemigos porque dos puntas tiene el mal: el hombre que pisa a otro y el que se deja pisar».
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