Votar o no votar no es el dilema

Lo hago porque creo que estas elecciones son muy diferentes a las que ha vivido el país. Después de las protestas en la plaza, de la cantidad de esfuerzos por articular propuestas y espacios de organización, esto es muy diferente.

El panorama es más que conocido. Estas elecciones no son esperanzadoras. Muy pocos (porque claro que los hay y están en todo su derecho) confían en los partidos políticos. La institucionalidad pública está llena de funcionarios corruptos y vendidos. El Estado de Guatemala no tiene calidad moral para pedirnos que votemos porque, después de lo que ha pasado desde hace tanto tiempo y de que pareciera que muchos decidieron abrir los ojos hasta ahora, se ha mostrado como lo que realmente es: una organización política que bajo bandera del pueblo sirve siempre a los intereses de los pocos que se han encargado de encaramarse a como dé lugar en ella. Por eso digo que votar o no hacerlo, definitivamente, no es el dilema.

Entiendo a los que están dispuestos a votar. Es cierto que el mecanismo democrático de representación sintetizado en el voto ha sido difícil de conquistar en este país, y todavía más difícil ha sido que se respete la transparencia en las elecciones. En una real democracia, el voto es una responsabilidad de los ciudadanos que se comprometen con el devenir político del país. He conocido a otros tantos que dicen que votar nulo solo favorece a los partidos más grandes (para ellos, grande es sinónimo de corrupto) y que el voto debería diluirse entre los partidos más pequeños.

Sin embargo, los partidos políticos y la clase económica de este país han encontrado formas de que, aún con democracia, la situación vaya peor: más pobreza, más desigualdad, salarios diferenciados y megaproyectos impuestos a comunidades, entre tantas otras injusticias. El voto en Guatemala se compra —como lo demuestra la inversión en campaña electoral de los últimos partidos que han llegado al poder— o, peor aún, es coaccionado a una fórmula de votemos por el menos peor.

Entre el ir y venir de argumentos, yo me digo que cada quien debe ser responsable de sus acciones, que a cada quien lo debe guiar su conciencia. Que anule el voto, que vote cruzado, que les escriba improperios a los candidatos en la papeleta, que no pierda su tiempo en ir a votar, pero, eso sí, que muestre su rechazo a este sistema político que ha permitido que la situación de Guatemala sea la que es. Encontrémonos en algún momento en esa oposición al sistema político que siempre se ha reconfigurado para mantenerse en el poder con las mismas lógicas y diferentes fachadas. Basta ya. En el centro de nuestra opción política en estas elecciones debe estar la conciencia clara de que no son ellas el problema, sino que va mucho más allá. No he escuchado a nadie —salvo a partidos políticos y afines— decir que están de acuerdo con estas elecciones. Entonces hagámoslo saber. El silencio es nocivo para la realidad política actual.

Al develar las perversidades de este sistema político avanzamos por el camino que nos lleva esencia de su razón de ser. La crítica rotunda al sistema político guatemalteco es la ruta directa a la crítica de raíz al sistema económico del país.