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La procesión católica de los fieles de El Patrocinio hacia el río de lava del volcán Pacaya, el 05 de mayo. Una foto semejante es la portada del libro recién publicado "Dispara y después sonríe" de Esteban Biba. Esteban Biba/EFE

Viaje al fondo de la imagen: retratos interpretativos de una Guatemala convulsa

El libro se llama Dispara y después sonríe, y aquí el guiño se intensifica, porque es fácil imaginar a Biba como uno de esos nómadas solitarios que cabalgan por los territorios feroces con su arma a la mano
Este libro nos acerca a la figura de un muchacho con hambre de ver, un testigo privilegiado de la frontera entre el fotoperiodismo y la democratización de la documentación fotográfica.
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Viaje al fondo de la imagen: retratos interpretativos de una Guatemala convulsa

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Cuando Esteban Biba me comentó que su primer libro estaba por salir de imprenta, me pareció una gran noticia. Durante años, he seguido su trabajo de documentación fotográfica en redes sociales, y muchas veces lo he visto, cámara en mano, rondando las calles de la zona 1 de la capital, ese espacio en donde nace y se manifiesta, a diario, buena parte de la indignación nacional que nos abruma. Así que esperaba encontrarme con un libro de fotografías, una compilación gráfica que me contara una historia desde su mirada, y, aunque ya frente al libro descubrí que no se trataba precisamente de eso, mi expectativa no estaba del todo equivocada

El libro que Esteban Biba nos presenta no tiene fotografías, pero está lleno de imágenes que, durante los últimos años, vimos varias veces, y que, sin saberlo, quedaron grabadas en lo más profundo de nosotros, y, ahora, las vemos emerger desde nuestro olvido o desde nuestro caos mental, en el momento exacto en el que Biba las invoca, esta vez, con sus palabras.

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Estamos, entonces, frente a un libro de crónicas, ese género que tiene mucho en común con la fotografía, como argumentan que alguna vez lo expresó el cronista mexicano Carlos Monsiváis. Un género que, como la fotografía, parte de la observación y del movimiento. Un género que es retrato, pero también es interpretación. Estamos frente a una sucesión de textos breves que van avanzando hacia el presente. Textos compactos en los que se presiente el oficio de quien ha aprendido a andar por la vida con los ojos bien abiertos y que sabe que se necesitan pocas palabras cuando la imagen que capturó es contundente.

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También podría decir que estamos frente a un testimonio de afirmación o de aprendizaje, frente a una bildungsroman, como se ha definido desde la literatura a esos libros que, como este, están narrados (y cito sus características) “por un protagonista joven que vivirá un proceso de aprendizaje y maduración”, “un personaje en conflicto con el medio en el que vive, que se deja marcar por los acontecimientos y aprende de ellos”, alguien que “tiene como maestro al mundo y va integrando a su carácter las experiencias por las que va pasando”, que “se mueve entre el contraste de la vida que había imaginado y la realidad que le toca vivir”, que “es parte de una obra con final abierto que posibilita la continuación de la historia”.

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Y ahora que termino de enumerar estas características que encontré en la página de un instituto de educación superior en Argentina, queda delineado, al mismo tiempo, el libro de Biba. Un libro en el que su mirada es el hilo conductor y Guatemala es la principal protagonista, pero no la Guatemala boudoir que las instituciones maquillan y promocionan hacia afuera, sino esa que sale a la calle todos los días y pareciera no tener conciencia de que la están observando. Una Guatemala áspera, como él mismo la define, una Guatemala salvaje, de la que hablaron los noticieros durante los últimos años. Azotada por los fenómenos naturales, por el abandono de los gobernantes, por la corrupción imperante, por la violencia imparable. La de los que optan por marcharse, la que hace justicia por mano propia, la que asesina a las niñas que debía proteger, la que dice defender la vida desde la gestación y deja que los niños se apaguen por desnutrición, la de las banderas blancas multiplicadas, esa a la que se le muere, cada tanto, la esperanza.

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Esa es la Guatemala que conocemos y la que Biba le va presentando, a quienes leen, como un álbum de fotografías narradas desde la primera persona, desde la voz del testigo presencial, una primera persona que regularmente es invisible durante el ejercicio periodístico. Esa que solo aparece nombrada en letras diminutas al lado de una imagen que no deja ojos para nada más, es la que aquí toma su espacio, se manifiesta, se hace visible, se convierte en un ser humano que nos va dibujando un contexto, nos va describiendo una sensación, un pensamiento, una interpretación, una relación mental, una marca emocional: toda una estructura, regularmente invisible, sobre la que se sostiene una fotografía que tenía la intención de informar, y que terminó marcando como hierro caliente el lomo de la historia de un país y de su memoria colectiva.

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El libro se llama Dispara y después sonríe, y aquí el guiño se intensifica, porque es fácil imaginar a Biba como uno de esos nómadas solitarios que cabalgan por los territorios feroces con su arma a la mano. Uno de esos personajes expuestos constantemente al peligro, a quienes muchos años de práctica les han afinado la velocidad de reacción y la puntería. Que colocan el ojo en la mira y retienen la respiración mientras esperan el momento exacto para apretar el gatillo, esos que, a donde vayan, siempre tendrán una buena historia que contar, una en la que la sonrisa se convirtió en el lenguaje mudo de la complicidad y el agradecimiento, en una circunstancial moneda de cambio, que tiene en una de sus caras la ternura y en la otra podría tener la devastación.

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Y, quizá, él sí tenga un poco de todo esto. Pero, fundamentalmente, este libro nos acerca a la figura de un niño solitario, que un día encontró, dentro de un libro de Sir Arthur Conan Doyle, la imagen de un periodista, “un personaje que podía escribir y salir al mundo a buscar monstruos y lugares olvidados, un aventurero con sueldo fijo”, un héroe que, desde entonces, le marcó un rumbo vital y profesional que, para él, ha tenido breves estaciones en el universo del boxeo y el de la aviación. Este libro nos acerca a la figura de un muchacho con hambre de ver, un testigo privilegiado de la frontera entre el fotoperiodismo y la democratización de la documentación fotográfica. Un artista que hoy nos traza una línea de tiempo con la historia más reciente del país, nos amplía un retrato de días convulsos, una radiografía nacional de los años conscientes de toda una generación, de nuestra generación. Un periodista que, a pesar de haber visto muchas veces de cerca a la muerte, la propia y la ajena, a pesar haberse metido hasta las rodillas entre la realidad espesa de esta región olvidada, hoy nos habla de ella, y podemos observar, cómo, desde sus palabras se rebalsa la esperanza.

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