Hacía años que no pasaba las fiestas de fin de año con mi familia tica. Las últimas visitas que hice a mi terruño estuvieron marcadas por el duelo. En estas vacaciones volví a Costa Rica para reconciliarme con este país, para cerrar esa herida que había quedado allí desde hacía dos años. El viaje fue mejor de lo que esperaba. No solo me reconcilié con mi patria, sino que además encontré mi pasado: una infancia feliz, garantizada por una salud y una educación pública de calidad, un lugar seguro y un país en paz. Algo que muchos niños centroamericanos no tuvieron el privilegio de tener en esos tiempos.
Mis hermanos pasaron horas poniéndome al día sobre los muertos de mi barrio. Yo fingía reconocer sus nombres y poner cara de apenada. Que se murió América, la hermana de Gallo, esposa de Camote, la que vivía por la Caca de Chancho. ¿Ya se acuerda? Mis recuerdos eran como un rompecabezas en el que las piezas a veces encajaban y otras veces quedaban con unos agujeros gigantes.
Con orgullo les mostré a mis hijas el país en que me había criado. La universidad pública donde me gradué de economista, de dirigente estudiantil, de agente de cambio y de mujer en todo el ancho de la palabra. Me encontré con amigos de aquellos años universitarios, testigos fieles de todas mis andanzas.
Llevé a mis hijas al Museo Nacional para que conocieran de primera mano la historia de la Costa Rica moderna: la guerra del 48, las garantías sociales, la nacionalización de la banca, la abolición del ejército y el crecimiento de la clase media asociado a la expansión del Estado, el énfasis puesto en la educación y en la salud pública como pilares del desarrollo. Un proyecto de país impulsado desde el Estado.
En contraposición con ese glorioso pasado, también tuve que mostrarles la pobreza de la actual campaña política. Las vallas publicitarias con mensajes carentes de futuro y sin asidero en el pasado, vacíos de propuestas y llenos de frases sin contenido ni importancia. Aquellos tiempos de fiesta electoral quedaron enterrados no solo porque no hay ánimo para salir a votar, sino porque los líderes no enamoran, no seducen al ciudadano. Las encuestas dicen que la abstención podría llegar a un 35 o 40 %.
Decía don Pepe Figueres: «Todos sabemos que las estrellas no se alcanzan con la mano, pero todos debemos convenir en que los hombres y las naciones necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevan enganchado su carro para poder discernir, en las encrucijadas del camino, cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simples desviaciones y cuáles los arrastran hacia atrás».
¡Qué paradoja! Fui a Costa Rica a encontrar mi pasado y encontré un país que se olvidó de su propio pasado y no tiene idea de a cuál estrella va enganchado. El próximo 4 de febrero votaré con desánimo sabiendo que mi elección es por el menos malo.
Un dolor seco se queda en mi garganta. Suspiro y decido que me regreso con mi amante, mi otra patria, Guatemala, que con sus vaivenes políticos me garantiza pasión y desenfreno ciudadano.
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