Late en todas las conversaciones que giran alrededor de cada uno de los aspectos de la vida cotidiana de esta sociedad. Pero hay quienes se salen del guacal en esa lógica de querer polarizarlo e ideologizarlo todo (que muchas veces, creo, es infundida para paralizar cualquier construcción de alternativas). Es precisamente esa postura la que me interesa rescatar de cara a las elecciones generales de este año.
La historia del conflicto armado en Guatemala, desde la perspectiva de un estudio del sistema, del régimen político y de las luchas revolucionarias, se reduce a los gobiernos militares como sucesores de dictaduras llegadas al Gobierno por fraudes electorales y, luego, a las diferentes expresiones de la lucha armada, sus principios, sus diferencias, sus ideales y pocas veces sus errores. Rápidamente se pasa la página diciendo que no había libertades y que las pocas que se reconocían se perseguían hasta la muerte, a manera de explicar con ejemplos que el papel aguanta con todo y que la verdadera cuestión es quién tiene el poder. Comúnmente se simplifica en aras del didacticismo, pero al hacerlo se dejan fuera del esclarecimiento del pasado otros ejemplos de hacer política en el país, tal vez más importantes para el presente que nos toca vivir.
No recuerdo haber escuchado mayor cosa sobre la izquierda partidaria —la histórica y la que debería seguir existiendo hoy—, así como tampoco sobre la izquierda que optó por la lucha armada. El Frente Unido Revolucionario (FUR) es el partido político que nació del comité cívico elegido en las elecciones municipales de 1970 en la ciudad de Guatemala. La opción de oposición logró convertirse en un camino para muchos (tal vez solamente en el área urbana, pero eso ya es mucho decir para nuestros tiempos). Fue la elección de algunos valientes que creyeron en una vía de discusión política, pacífica e idealista, mucho mejor que cualquier otra en un país donde la sentencia por cuestionar y criticar al gobierno de turno era una de muerte. Sobre todo cuando se hacía de frente, en los medios de comunicación, bajo las mismas reglas con las que los militares y la oligarquía de este país intentaban disfrazarse de democráticos. Fue sentencia de muerte para Manuel Colom Argueta y Adolfo Mijangos López. Al final de cuentas, era otra vía revolucionaria en el contexto de autoritarismo y represión de la época.
Tal vez el FUR pudo haber sido tildado en aquel momento de ingenuo por algunos y de tibio por otros. Pero, para mí, en el 2015 el FUR será referente de partido político y de políticos por los cuales votar, nada menos. Será también el referente de alcalde, de candidato, de profesional (sobre todo de abogado, que tanta falta hace en la actualidad). Será también el símbolo de la historia escrita desde las voces que tienen muy claros el porqué y el cómo de su lucha, aunque no siempre se les recuerde en los libros de historia, en las aulas universitarias y, más importante, en el imaginario político cotidiano de los guatemaltecos. Yo voy a votar por quien me asegure la defensa de una democracia que reconozca la dignidad de la persona, aunque eso implique no votar por ningún partido actual.
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