Por primera vez en lo que va del presente siglo, amplios sectores de las clases medias se movilizaron para hacerse oír y mostrar su descontento. Lo hicieron, además, sin que mediara la dirección o la coordinación de una organización o de un grupo determinado. La asistencia fue espontánea, sin mayor dirección que la puesta de acuerdo entre distintos actores con cierta capacidad de convocatoria para establecer el día y la hora de la actividad.
De todos los grupos participantes, vale la pena resaltar el de los estudiantes y los docentes sancarlistas, quienes, sin pretender asumir la dirección ni el liderazgo del evento, se sumaron a este de manera organizada, abierta y emotiva. No hubo esta vez encapuchados, mucho menos pichadores, lo que dio a la participación de aquellos, y a la concentración en su totalidad, un carácter efectivamente pacífico y legal. En el mismo contingente estudiantil no hubo agrupación o sector que abierta e impositivamente intentase hegemonizar o liderar. Estudiantes de otras universidades se manifestaron abiertamente, aunque en muy pocos casos intentaron identificar su grupo con la institución a la que pertenecían.
Evidentemente, la concentración fue la manifestación de los distintos estamentos de las llamadas clases medias: personas con escolaridad más allá de la primaria, con ingresos superiores a un salario mínimo, residentes urbanos y con cierta información sobre los hechos políticos. Pero no solo era la clase media, como tampoco estaban solo los jóvenes. Habitantes de la periferia capitalina también se hicieron presentes, aunque sin la fuerza identitaria de movilizaciones más específicas. Adultos de más de 50 años también formaban parte de los grupos presentes, así como adolescentes que, en su mayoría, acompañaban a sus padres.
No fue, pues, una concentración surgida ni mucho menos dirigida por organizaciones sociales, lo que es un claro indicador de la amplitud de la molestia y el descontento de los sectores urbanos con el grupo en el poder. Hubo muchos maestros, en particular del nivel medio, como también empleados públicos, que consideraban no poner en peligro su trabajo al manifestar. El sindicalismo progubernamental y conservador evidentemente ha sido superado, lo cual, si bien no significa que esté anulado, sí le dificultará en el futuro el apoyo de estos sectores medios.
Si un buen número de los participantes podrían identificarse como de ideas progresistas y hasta de izquierda, también se hicieron presentes los que se consideran de centro o al margen de las ideologías. Solo se rechazó abierta y públicamente a los que con sus palabras y sus hechos se han identificado con el neofascismo, de modo que se hizo evidente el aislamiento social de estas ideas y sus representantes, a pesar de las fuertes inversiones y de los apoyos de sus oscuros financistas.
La crítica estaba dirigida al grupo gobernante, extensiva en algunos casos a la clase política en general. Si el detonante de la indignación fue la denuncia del grupo de defraudadores al fisco, la rabia mayor estuvo concentrada en la vicepresidenta, de quien se solicita firmemente la renuncia. Sus erráticas opiniones y medias verdades sobre este y otros asuntos de importancia nacional han hecho que las sospechas se concentren en su persona, agravadas con que su secretario privado y añejo estrecho colaborador sea el principal cabecilla del grupo de defraudadores. Ocultar la fecha de su regreso de Corea del Sur, así como que uno de los principales promotores del reconocimiento ofrecido y traductor en ese país haya sido el esposo, de origen coreano, de la diputada patriota por el departamento de Sacatepéquez, dedicada a la explotación y exportación de jade, hace ampliar las sospechas y el descontento en su contra.
Intereses personales, negocios oscuros y posesión de bienes de orígenes poco claros son una combinación explosiva a ojos de sectores sociales que cada vez más se sienten traicionados por un grupo de empresarios de la política que les prometieron control de la violencia sin conseguirlo, que hicieron del bullicio contra supuestos defraudadores su principal consigna y que luego vinieron a comportarse abierta y llanamente como usufructuarios privados del poder público.
El aislamiento del régimen militar ha sido evidenciado. Y si bien el control que tiene del Estado será difícil de desmontar, el usufructo privado al que se ha dedicado en los últimos tres años parece estar llegando a su final, aunque no necesariamente a su enjuiciamiento. La vicepresidenta ha quedado totalmente anulada como actora política y ha sepultado con su errático comportamiento el protagonismo que desesperadamente ha procurado. Sus aliados son cada vez más aquellos que tienen en su historia política acciones reprochables.
La sociedad y en particular los sectores medios se han decidido a salir y hacer público y pacífico, pero masivo, su descontento. Y todo indica que si no encuentran satisfacción a sus demandas aumentarán el tono y el volumen de sus manifestaciones. La renuncia de la vicepresidenta tal vez podría aplacar el descontento. La insistencia en su permanencia puede ser la tumba política de ella y de todos los que irresponsablemente la defienden.
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