A sus 40 años, Simone de Beauvoir había logrado escapar de la condición femenina de su tiempo, no era un ama de casa, no estaba casada, amaba a un hombre intensamente, era una intelectual interesada en la tesis existencialista. Aún así, ve en muchas mujeres una situación diferente, y en una búsqueda completamente investigativa y teórica, escribe “El segundo sexo”. Así entiende su historia, gracias a la de muchas otras mujeres y sus vidas. Hombres casados juzgan el libro como la causa de su di...
A sus 40 años, Simone de Beauvoir había logrado escapar de la condición femenina de su tiempo, no era un ama de casa, no estaba casada, amaba a un hombre intensamente, era una intelectual interesada en la tesis existencialista. Aún así, ve en muchas mujeres una situación diferente, y en una búsqueda completamente investigativa y teórica, escribe “El segundo sexo”. Así entiende su historia, gracias a la de muchas otras mujeres y sus vidas. Hombres casados juzgan el libro como la causa de su divorcio, de la rebeldía de “su” mujer. Pero Simone recibe cartas de éstas desde Estados Unidos y Francia, a veces de treinta o más páginas, contando sus historias de tiranías domésticas y sus decepcionantes experiencias maritales. Así se abre una nueva era de plática femenina, de complicidad cuestionadora.
Al pensar a la mujer, también pensaba al hombre. Siempre he pensado que cualquier hombre que quiera amar a una mujer de la manera más profunda debe tener muy cerquita la obra de Simone de Beauvoir. Ella creía que ningún hombre podía realmente sentir cómo se sentía una mujer en nuestras sociedades, pero sí sabía que había hombres que se convertirían en “camaradas” de luchas. Sartre fue uno de ellos, y con él encontró el amor. Pensar el amor de Simone y Jean Paul es saber que existen maneras diferentes de saberse pareja sin negar la individualidad del otro. El amor de los dos refundó las relaciones hombre-mujer. Después de todo “estamos juntos, esa es nuestra posibilidad”, diría en uno de los tres relatos de la “Mujer rota”. Sartre supo amar en Simone, su manera de amar y de entregarse desde lo más querido, en pensamiento entero, además de entender el buen humor compartido como una cualidad casi moral.
Con el amor, vino la posibilidad de pensar la libertad. Al menos así me gustaría creerlo. De algún modo, el amor abre la puerta a la libertad. Difícil de asumir y de respetar, pero también de mantener. La libertad de la mujer –aquella que no encierra, sino más bien abre la puerta a los proyectos trascendentales de cualquier persona y su historia única– es también la libertad del hombre. Ahí el gran punto de encuentro entre el humanismo marxista y el feminismo lúcido: el proyecto de transformación asume el cambio profundo de la sociedad, desde sus relaciones económicas y políticas, pero ante todo las humanas. Simone entrelaza la lucha contra el capitalismo con la lucha de las mujeres por su vida cotidiana.
Hace unos días, dos hombres queridos me regalaron, cada quien por su lado, un ensayo y una entrevista televisada de Simone de Beauvoir. Ayer, en 1986, ella estaba muriendo, pero dio tanto al mundo, que es imposible no recordarla y proponer que leamos juntos a una de las voces femeninas más honestas de la humanidad. “Cuando era joven –decía en sus memorias– no está adelante ni atrás, no es una cosa que se tiene, es algo que pasa”. Hay que vivirla. Gracias, querida Simone.
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