Pues sí, Bettina

Hay una cantidad de mujeres que ya crecimos viendo de las nuestras en cargos públicos de gran importancia, escuchando a mujeres hablar del derecho de decidir por nosotras mismas, que ya estudiamos críticamente el estado patriarcal de nuestra sociedad, pero cuando nos toca, nos toca. Muchas de las mujeres de mi generación y de mi situación socioeconómica, ya no creen en quedarse en la casa, en servir al marido o a los hermanos. Para nosotras el tiempo de las abuelas es un pasado muy pasado. Sin embargo seguimos, en lo profundo de esta sociedad, viviendo la afrenta a las mujeres sin  saber reaccionar.

Aunque en estos tiempos nos digan que las mujeres tienen las mismas oportunidades, los mismos derechos y que la situación es la misma, sabemos que no es cierto. Vos y yo lo sabemos. No es lo mismo porque la desventaja la vivimos a diario: cuando algunos se atreven a verte el pecho en una conversación y ni siquiera esconder el gesto morboso, en el momento en que desconocidos en un bar se sienten con el derecho de  decirte que se nota que sos una salvaje en la cama, cuando una sonrisa se malentiende y se toma como si abrieras la puerta de tu intimidad. Mientras más la relación se convierte en estrecha –en la que se supondría  que el respeto, la confianza y el cariño serían las características  de dos personas que se quieren por ser amigos o ser pareja-, la violencia se hace más sutil, pero no por eso menos violencia.

¿Cómo reaccionar a esos tratos que nos enfrentan a nosotras mismas? ¿Cómo aprender a no sentirse culpable de los escotes y las faldas cortas, de tu cuerpo? ¿Cómo hablarle a un hombre que te aborda y decirle que preferís hablar otro día, si la vida lo permite? ¿Cómo sanar esas heridas y contener el enojo? Aunque conozcamos hombres críticos y sensibles a la problemática de la mujer, siguen viviendo en su mundo de poder. Siguen ellos estando en una posición en la que no necesitan preguntarse nada (ni de su cuerpo, como vos decís Bettina, ni de sus emociones, como yo te lo decía). Nosotras, aunque también a veces nos de mucha rabia aceptárnoslo, seguimos peleando por definirnos por nosotras mismas, sin referentes masculinos (si “somos huevudas”, si tenemos el éxito profesional definido por sus parámetros, si somos mujer porque les gustamos…).

En Guatemala, en donde la violencia te hace ser parte de ella de tantas maneras, me niego a ser la mujer que los hombres quieren que sea: la que se hace “sho” mientras la toquetean y a veces más, a la que le dicen “quieta” como animal porque esa es la manera en que debe ser tratada, la que no se atreve a decir las cosas por su nombre. Ya no quiero hablar en la cocina. Tampoco quiero ser parte de ellos cuando se espera de mí ser agresiva para pedirles que se vayan, no quiero revertir los argumentos de la democracia liberal y sus mentiras de libertades. Me rehúso a hablarles como machos y animo a hablarles como personas.

Pues sí, Bettina, hay que trascendernos hoy y llegar a nosotras mismas.