Por la dignidad de las víctimas

Como en el cuadro de Delacroix, el de La libertad guiando al pueblo, en esta lucha las instituciones del sistema de justicia y la Cicig levantan la bandera de la justicia y la dignidad acuerpadas por el pueblo, que respalda su accionar.

Hasta ahora, los resultados de esta batalla han sido aplaudidos por la mayoría de la población, con excepción de los inculpados, por supuesto. La ciudadanía ha aplaudido eufórica los jueves de Cicig y ha pedido a gritos más redadas y más arrestos. Porque cada golpe a los corruptos es una victoria para todos. De eso no hay la menor duda.

Sin embargo, el viernes pasado ocurrió un hecho fatal que debe ponernos en alerta. El exministro de Finanzas Pavel Centeno murió en un confuso operativo judicial en el que también resultaron heridos un agente policial y un fiscal del Ministerio Público. Los hechos en torno al incidente deberán ser esclarecidos en su oportunidad por los entes a los que les corresponda hacerlo, pero nosotros como sociedad debemos converger en que ninguna muerte se debe justificar ni aceptar.

La victimología hizo que volteáramos la mirada a la víctima. Ese actor que hasta entonces había estado en la sombra, como testigo pasivo del delito, ahora debemos verlo como un sujeto activo, que juega con el victimario un rol fundamental. Es claro, para la tragedia actual, que Pavel no fue una víctima pasiva. Pero no por eso deja de ser víctima. También es claro que no fue la única víctima, pero sí la que se llevó la peor parte. Todo tiene solución, decía mi mamá, menos la muerte.

La justicia tiene el compromiso de darnos las respuestas que expliquen su accionar y su nivel de responsabilidad en los hechos ocurridos. Aquí no se valen los argumentos fáciles, como que el imputado tenía dos casas y no había modo de saber en cuál habitaba, ni contradecir el supuesto protocolo que indica que debe haber seguimiento del agraviador para conocer sus rutinas. Pero, sobre todo, la justicia tiene que darnos la certeza absoluta de que no volverá a haber una víctima fatal.

Nosotros, como ciudadanos, de ninguna manera debemos culpar a la víctima y justificar prejuicios, como cuando se culpa a una mujer de su violación. Más aún, debemos estar atentos a escrutar con cuidado las respuestas que nos brinde el sistema de justicia. Eso no significa estar en contra de la batalla que libra contra las mafias, pero sí debemos poner límites claros de hasta dónde se puede llegar.

Esta lucha contra la corrupción tiene límites. El fin no justifica los medios. Nosotros estamos obligados a alzar la voz por las víctimas, en especial por aquellas que ya no pueden hablar. Por la dignidad de las víctimas no nos podemos callar.