La idea nace dentro de la Universidad Rafael Landívar, se construye por un equipo de periodistas que se atreven a destapar varias ollas de presión. Eso es indiscutible y no se debe perder de vista. Existen límites criticables, con los que no se está de acuerdo, pero eso no puede demeritar el trabajo hecho.
La discusión se abre en Plaza Pública y es necesaria, pertinente, urgente. Comienzo diciendo que cualquier dinámica social, incluida la religión o religiones, son sensibles de crític...
La idea nace dentro de la Universidad Rafael Landívar, se construye por un equipo de periodistas que se atreven a destapar varias ollas de presión. Eso es indiscutible y no se debe perder de vista. Existen límites criticables, con los que no se está de acuerdo, pero eso no puede demeritar el trabajo hecho.
La discusión se abre en Plaza Pública y es necesaria, pertinente, urgente. Comienzo diciendo que cualquier dinámica social, incluida la religión o religiones, son sensibles de crítica. Tampoco se debe apartar de sus jerarquías, del lugar en donde se viven o sus cambios. Por eso, el blog de Oscar Pineda y de Walda Salazar es un punto de partida para abrir un espacio de reflexión serio en donde creyentes o no, pudieran plantear argumentos, experiencias, visiones. Óscar y Walda lo han hecho, y por nuestra parte, otros que somos creyentes también. En ese sentido, Plaza Pública tuvo un acierto.
Lejos estoy de animar una polémica binaria entre si los creyente somos más o menos, o si los ateos tienen razón en su crítica. Independientemente de si en lo personal hay algunos puntos con los que no concuerdo, no puedo hacer de la vista gorda en el papel histórico y nefasto que ha tenido la Iglesia en todos lados, como tampoco diré que no me siento orgullosa de pertenecer a una comunidad religiosa con ejemplos de dignidad. Poder escuchar y discutir respetuosamente con el otro diferente a mí (y que como me dijo alguien, juega del mismo lado de la cancha), es imprescindible para ir contra las injusticias de todo tipo y en todo lugar, provenientes de creyentes o no; ir contracorriente con estructuras autoritarias o conservadoras, eclesiales o no, que niegan a la persona humana en su integralidad.
En las reacciones de muchos lectores a la columna del director de Plaza Pública explicando su decisión, se hace gala de una muestra miope sobre un error. En Guatemala se olvida rápido y se juzga pronto. No se tira la primera piedra: se lincha y se prende fuego de manera irresponsable. No defenderé la decisión, pero tampoco estaré de acuerdo con los arranques de bilis y de insultos a un medio que se ha fajado por hacer periodismo diferente en un país donde no hay muchas opciones de medios de comunicación sensatos; o los insultos generalizados a todos los católicos y a todos los jesuitas.
No hay persona inmaculada para ser tan duros con Plaza Pública, no seamos hipócritas y mentirosos. No hay institución irreprochable, pero sí hay instituciones que dentro y fuera de sus paredes pueden trabajar para ser diferentes. Eso necesita, otra vez, de discusión seria y colectiva. Un medio de comunicación como éste, en sus características especiales, puede ser una plataforma –como lo ha sido estos años–, para pensar en medios de comunicación comprometidos con la sociedad y su devenir. Lo de ser autocríticos vale para la Universidad Rafael Landívar, para Plaza Pública, para los columnistas en donde me incluyo, y también a los lectores y comentaristas.
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