Después de levantar todas las tapas de los azafates, y ya sin asustarme al ver la oferta de pastas y arroces que te ofrecen desde la mañana, me voy directo a servirme mi infaltable taza de café. Después de que me ilusionara con la fama del café indonesio, debo decir que el que he probado hasta ahora no me agrada.
Me falta probar el afamado kopi luwak o café de civeta, obtenido de granos que, tras ser ingeridos por el pequeño animalito, pasan por su intestino y l...
Después de levantar todas las tapas de los azafates, y ya sin asustarme al ver la oferta de pastas y arroces que te ofrecen desde la mañana, me voy directo a servirme mi infaltable taza de café. Después de que me ilusionara con la fama del café indonesio, debo decir que el que he probado hasta ahora no me agrada.
Me falta probar el afamado kopi luwak o café de civeta, obtenido de granos que, tras ser ingeridos por el pequeño animalito, pasan por su intestino y luego son expulsados entre sus heces. El famoso café cagado es una exquisitez que aún no he degustado. Pretendo hacerlo cuando mi estómago esté activo y mi cabeza haciendo lo contrario. Pero algunos expertos del café ya me han advertido que el capitalismo depredador ha convertido a las pobres civetas en gallinas de granja, que mantienen encerradas, comiendo y cagando café todo el día, lo cual, aparte de ser una crueldad, ha hecho que el famoso kopi luwak pierda sus cualidades originales, ya que el gusto se lo daba el tiempo que pasaba la semilla en su estómago. La civeta se volvió esclava, y nosotros, felices tomando su caca y pagando caro. Fin de esta cruel historia.
Pero vuelvo a la mía, que es mucho más feliz que la de la pobre civeta porque, aunque hago lo mismo que ella, al menos a mí no me tienen encerrada. Lo mío, en cambio, es más simple e insignificante: se trata de estar perdida entre el hoy y el mañana. Y es que, aunque hago lo mismo de siempre y vivo el día y la noche con sus respectivos encantos, no logro saber el día exacto en que transito. A veces siento que ya se me pasaron el día de la Virgen de la Asunción (el Día de la Madre en Costa Rica) y la feria de Jocotenango, pero después me doy cuenta de que apenas sale el alba en Centroamérica y no me he perdido de nada (o tal vez sí: ese es mi relajo).
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Lo peor son los cumpleaños. Normalmente felicito un día antes y, bueno, si me atraso, igual tengo toda la mañana del día siguiente para alcanzar al festejado. Las columnas de Plaza Pública, que antes tenía que entregar el martes, ahora tengo hasta el mediodía del miércoles para enviarlas.
La noticia del gabinete acarreado y haciéndole porras a la brillante canciller para insistir en la injusta remoción del embajador Kompass me llegó un día después aquí o un día antes en Guatemala, aunque igualmente fue indignante. Que el ministro Degenhart hace todo lo posible para obstaculizar el trabajo del MP y de la Cicig pasa igual en el ayer de Guate que en el hoy de Yakarta. Que doña Consuelo Porras finalmente salió a batear, dicen algunos pesimistas (los millennials descubren…) que no se dieron cuenta de que doña Thelma inició labores en mayo del 2014 y no fue sino hasta en abril del 2015 cuando presentó su primer caso (La Línea). Y es que la actual fiscal general, en su ayer y en mi hoy, está para hacer cumplir la ley. Porque por eso nadie (léase «Departamento de Estado y Casa Blanca») se opuso a su nombramiento. Ella pasó los filtros necesarios. ¿Capisce?
En fin, así se me pasan los días: entre su ayer y mi hoy. Solo espero que un día podamos encontrarnos en el punto exacto donde comienza el mañana para mí y para Guatemala.
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