Se nos ha hecho creer que, con este repetitivo ejercicio de asistir a las urnas cada cierto tiempo, el pueblo, ampulosamente llamado el soberano, decide su destino. ¡Qué engaño! ¿Qué decidimos?
La democracia representativa es, pretendidamente, ese bien montado aparato donde el electorado manda (¿?) a través de sus delegados, de sus representantes. Pregúntese el lector cuántas veces un diputado, o un alcalde, o un concejal, se reúne con la población que lo eligió fuera del corto período...
Se nos ha hecho creer que, con este repetitivo ejercicio de asistir a las urnas cada cierto tiempo, el pueblo, ampulosamente llamado el soberano, decide su destino. ¡Qué engaño! ¿Qué decidimos?
La democracia representativa es, pretendidamente, ese bien montado aparato donde el electorado manda (¿?) a través de sus delegados, de sus representantes. Pregúntese el lector cuántas veces un diputado, o un alcalde, o un concejal, se reúne con la población que lo eligió fuera del corto período de la campaña proselitista. Más aún, cómo se llama el diputado que te representa y cuántas veces discutiste con él acerca de los problemas que verdaderamente te conciernen o afectan como ciudadano. Irrisorio número de veces o, mucho más probablemente, ¡nunca!
¿Por qué llamar a eso, entonces, democracia? El sistema político-económico-social dominante es un bien pensado engendro en el que se escamotea la verdadera situación imperante: hay insultantes diferencias económicas, pobreza generalizada, exclusión social, problemas infraestructurales, falta de oportunidades, racismo, patriarcado, homofobia y cuanta lacra se quiera considerar, y no por culpa de la administración de turno, sino por las condiciones estructurales. ¿Cuánto gana un diputado entre sueldo nominal y extras que pueda cobrar por ahí? ¿Cuánto queda en la bolsa de un alcalde corrupto por favorecer un negocio sucio? Se nos quiere hacer creer que estos administradores corruptos (que elegimos cada cuatro años) son la verdadera causa de nuestras penurias. El análisis detallado de las cosas nos indica que no. Pasan los funcionarios (que elegimos con nuestro razonado voto), y estos temas básicos no cambian. Y eso lleva a preguntarnos qué elegimos.
Habrá segunda vuelta en agosto. Quedaron dos candidatos: Alejandro Giammattei y Sandra Torres. ¿Con qué criterios poder decir si eran los mejores o los peores? ¿Qué diferencia sustancial hay entre ellos dos o había con los otros, incluido eso que se llama izquierda electoral? Quizá la única diferencia real existe con Thelma Cabrera, quien representa otra cosa y tiene un proyecto distinto. ¿Qué candidato podría terminar con el hambre, el analfabetismo, las migraciones masivas de gente que huye de la pobreza? El engaño en juego es que todo eso podría depender del excelentísimo señor presidente y de su equipo. ¡Vil engaño!
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Desde el retorno de esta democracia representativa en 1986, luego de una larga noche dictatorial, ya han pasado ocho presidentes electos (más dos surgidos de acuerdos palaciegos ante crisis políticas: Ramiro de León Carpio y Alejandro Maldonado). Ninguno de los problemas arriba apuntados cambió un ápice durante cualquiera de esas administraciones. ¿Acaso pueden cambiarla los presidentes electos? Dejamos la provocativa pregunta para que el lector se lo plantee.
Ahora hay que elegir entre dos personas con ligazones con la corrupción, ambas exponentes de lo que llamamos vieja política. Si hay una nueva forma de hacer política, en todo caso la representa el Movimiento para la Liberación de los Pueblos, que eligió a sus candidatos en asambleas populares reales y que detenta un real proyecto alternativo, el cual, dicho sea de paso, sería imposible de implementar sin tremendas dificultades de obtener el Ejecutivo, pues los verdaderos factores de poder (grandes capitales, capitales emergentes ligados a negocios non sanctos, militares, clase política, Iglesias, Embajada de Estados Unidos) lo bombardearían de manera inclemente.
Torres y Giammattei presentan perfiles no tan distintos: financiamiento electoral ilícito, prácticas politiqueras nada transparentes, sumisión a los factores de poder, contubernio con estos. Ambos firmaron, antes de las elecciones de la primera vuelta, la declaración Vida y Familia, bochornosa exposición de una moralina retrógrada y conservadora. ¿Tocará alguno de ellos los leoninos contratos con las multinacionales extractivistas? ¿Gobernará a partir de asambleas populares? ¿Evitará la evasión fiscal de los grandes capitales? ¿Terminará con el éxodo de 200 connacionales diarios que marchan de mojados?
Una vez más habrá que votar por el menos malo. ¿Eso es la democracia?
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