En la Italia de las mafias berlusconianas, un comunista de larga trayectoria política supo asumir con integridad la lucha por la democracia y dio ejemplo de que la convicción de una sociedad equitativa pasa necesariamente por el establecimiento de instituciones democráticas. A sus 89 años, el presidente italiano, Giorgio Napolitano, ha dado cátedra de compromiso público al enfrentar el populismo reaccionario de Berlusconi e impedir, con mano firme, que las instituciones políticas y de gobierno quedaran secuestradas por intereses personales y corruptos. Pero a la vez supo enfrentar la desesperanza inyectada por el anarquismo de Cinco Estrellas, con su líder mediático Beppe Grillo, que amenazaba con volver inviable el proceso de reconstrucción institucional. Posiblemente Renzi, el actual primer ministro italiano y líder del Partido Democrático, no sea un dechado de convicciones progresistas, pero bajo el amparo del presidente Napolitano ha logrado darle rumbo y esperanzas a una Italia que, habiendo sido fuente y origen de buena parte del pensamiento político occidental, estaba sumida en la más desastrosa de las crisis institucionales.
Del caos social, político y económico en el que las políticas neoliberales impuestas por los países hegemónicos europeos sumieron a Grecia ha surgido un movimiento que sintetiza las aspiraciones del ciudadano común y corriente. A diferencia del pesimismo institucional de Grillo, Tsipras y su partido Syriza han sabido enfrentar el poder casi colonial de los grandes países europeos y, defendiendo los principios de una sociedad justa y equitativa, y no simplemente igualitaria, han demostrado que otras formas de acción política pueden no solo fortalecer la democracia, sino, lo más importante, permitir la inclusión social, económica y política de las grandes mayorías.
Grecia e Italia, a su manera y con sus formas y procedimientos particulares, han demostrado que es posible dar nuevos rumbos a la construcción de las sociedades modernas apostando por la equidad como punto de partida para la construcción de la democracia. Evidentemente, ni Renzi ni Tsipras las tienen todas consigo. El primero no solo tendrá que comenzar a navegar sin la aureola protectora que el presidente Napolitano, ahora ya fuera del poder, desplegaba sobre el sistema político italiano, sino que deberá soportar los embates populistas y demagógicos de Berlusconi y la desesperanza sin propuestas de Cinco Estrellas. El segundo, arropado en el apoyo y la simpatía populares, puede que tenga más asideros locales, pero tendrá ante sí el férreo dogmatismo que las posiciones monetaristas de los neoliberales europeos insisten en imponerle.
España es un caso complejo, pues, si bien Iglesias y su ahora partido Podemos han logrado sintetizar y capitalizar el desencanto de buen número de ciudadanos, ni el sistema político español ha colapsado como sucedió en Grecia ni hay en el entramado institucional una figura respetable y responsable como lo ha sido hasta ahora Napolitano en Italia. La lucha por la equidad en España no pasa ni por la construcción de un nuevo pacto social, como si lo requiere Grecia, ni por una reorganización profunda del sistema político, como lo exige la Italia de Napolitano y Renzi.
Podemos muy seguramente dejará en la marginalidad a Izquierda Unida (IU) y conseguirá abollar el proceso de renovación del PSOE, pero, al negarse a construir alianzas dentro del sistema político tradicional, dejará a la derecha con fuerza suficiente para enfrentarlos y debilitar así sus propuestas de renovación institucional.
Sin embargo, tanto el Partido Democrático en Italia como Syriza en Grecia y Podemos en España son muestra de la renovación generacional e ideológica de la política europea, lo que implica, además, una forma marcadamente diferente de entender el papel del Estado en la economía y la importancia estratégica de las políticas de equidad en la construcción de las sociedades modernas. Mirar e intentar aprender de esa parte de Europa resulta urgente para una sociedad como la nuestra, que ha perdido el rumbo en la construcción de la democracia, base fundamental de una sociedad equitativa.
En Guatemala, lamentablemente, el modelo personalista empresarial —franquicias electorales— aún no ha colapsado, y desde la izquierda no tenemos tampoco un movimiento que retome las demandas de la sociedad y sea capaz de dar esperanzas a las clases medias y a los sectores populares al mismo tiempo. Tal vez nuestra marcada exclusión social no les permita a esas clases medias entenderse como actores progresistas. Y mientras eso no suceda seguirán esclavas del dogmatismo neoconservador (en las costumbres) y neoliberal (en lo económico). No hay en el país políticos de la talla de Napolitano ni esfuerzos renovadores como Syriza o Podemos, pero algo tendrá que surgir, y muy pronto, porque las debacles institucional y social ya han rebasado los espejismos económicos.
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