La fórmula viene siendo la misma históricamente: el Estado funciona para satisfacer los intereses de un pequeño pero poderoso grupo, sin importar los costos o las consecuencias (sociales, ambientales, etc.). Importa el aquí y ahora, los negocios y la garantía de la acumulación. El resto de habitantes quedan a su suerte. Y si estorban al proyecto del gran capital, estarán en la mira y su vida incluso correrá peligro.
El hecho que en Guatemala un grupo de personas se organice y se enfrente pacíficamente contra un gran elefante para defender la madre tierra, el agua y la vida (no sólo la de ellos, también la suya y la mía), sabiendo que van contracorriente, es fenomenal. Digo, ¿cuántos de nosotros nos resignamos a vivir entre injusticias porque pensamos que ya nada se puede hacer y, además, para qué hacer relajo si nos podemos acostumbrar? En este sentido, las personas de La Puya nos han dado grandes lecciones de organización, ciudadanía activa, creatividad, perseverancia, voluntad, dignidad, valentía, unión, solidaridad y fe.
No obstante, nunca faltan los mitos construidos alrededor de quienes se atreven a salir del adormecimiento, desafían al sistema opresor y defienden el bien común por sobre el interés individual/empresarial.
“Se oponen al desarrollo”. No, se oponen a una falsa concepción de desarrollo que no es integral y que se confunde con cemento construido y dinero a corto plazo –más (mucho más) para algunos y menos para otros– a costa de acabar con la tierra y el agua que da vida.
“Son manipulados”. Esto es un insulto para la conciencia, la voluntad y la fuerza de las entrañas de todos esos luchadores que han llevado un proceso previo a la acción colectiva por la defensa de sus legítimas demandas.
“Son unos malagradecidos, nada les gusta” o “Si se les diera dinero, no se opondrían”. No es cuestión de repartición de dinero o de ofrecer más. Se piensa que como son pobres deberían agradecer cualquier migaja, pero no se trata de aceptar espejitos a cambio de oro. Se trata de que ese oro que quieren sacar, implica destrozar la tierra, el agua y por lo tanto, la vida –nuestra y de las próximas generaciones–, y eso, simplemente, no tiene precio.
“Se oponen al diálogo”. No, se oponen al diálogo en condiciones de asimetría abismales y coacción, en el que el Estado no es un mediador entre empresa y comunidad sino un operador político del primero.
“Son conflictivos y les gusta crear conflictos”. No, resulta que antes que llegaran tales empresas no había conflictos de esta índole. Algunos lugares incluso han sido habitados por muchas generaciones atrás habiendo hallado siempre un hogar para vivir y convivir.
“Son ignorantes”. No, poseen una gran sabiduría y conciencia de que no sólo se vive de lo que vende Wallmart, de que vivir armónicamente con la madre tierra es vital para preservar la Vida.
“Son violentos” o “Son terroristas”. La Puya es un gran ejemplo de resistencia pacífica con la participación de toda la comunidad incluyendo niños y adultos mayores, encabezados por mujeres. Los movimientos de resistencia no son violentos en sí, sin embargo, las empresas cuentan con estrategias para sacarlos del camino, como las provocaciones. El pisoteo y las violaciones históricas a los derechos también son factores desbordantes.
Los mitos se construyen para encontrar explicaciones a esos fenómenos de la realidad que los seres humanos no podemos explicar racionalmente. En pleno 2014, en un llamado período democrático, a muchos les cuesta tragar la existencia de guatemaltecos y guatemaltecas con fuerzas y voluntad para enfrentar al gran elefante. Por eso, estos mitos suman a las estrategias para acabar con las luchas que cuestionan y ponen en jaque al poder y al sistema del cual se han venido beneficiando.
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