La venta de electrodomésticos, de flores, las ofertas de pasteles seguida de un largo etcétera es la justificación. Con razón, porque eso de ofrecer como un “regalo” lo que es la herramienta de la opresión machista en nuestra realidad, no reconoce de ninguna manera el ser madre, en su amplio significado.
Ahora se dice que el cariño, el respeto, el reconocimiento, debe ser una práctica diaria. Es común escuchar que “el día de las madres es todos los días”. Porque somos...
La venta de electrodomésticos, de flores, las ofertas de pasteles seguida de un largo etcétera es la justificación. Con razón, porque eso de ofrecer como un “regalo” lo que es la herramienta de la opresión machista en nuestra realidad, no reconoce de ninguna manera el ser madre, en su amplio significado.
Ahora se dice que el cariño, el respeto, el reconocimiento, debe ser una práctica diaria. Es común escuchar que “el día de las madres es todos los días”. Porque somos hijos, sabemos que no es así. Otro gallo cantaría, dirían las mamás y las abuelitas. Son ellas las que se levantan a hacer el desayuno, a lavar la ropa, a encargarse en mayor medida de los hijos… Aunque reconozco que muchos hombres en la actualidad comparten estas tareas, sigue siendo el presente único de muchas mujeres. Sin posibilidad de una trascendencia más amplia, como más amplia es la persona humana. No reconocerlo, y no reflexionar en la vida de nuestras mamás, sería un error. Así que no quedo satisfecha con solo desechar el día de la madre.
En vez de felicitar a las mamás por ser la mujer abnegada, la perfecta progenitora, ejemplo de pureza, de bondad y de un montón de palabras dichas solo por decir, sería muy distinto si se le reconoce en qué contexto vive realmente. Ser mujer y ser madre en sociedades como la nuestra es casi un destino sin posibilidades ajenas de aquellas que la casa ofrece. Estaríamos hablando de otra razón para felicitar, si le damos un sentido de lucha –por decidir por ellas mismas lo que quieren ser en verdad y lo que quieren hacer no por obligación “natural”, sino por cariño–, de crítica –hacia un sistema de valores que rebaja el ser madre frente la profesión del hombre, cuando no son más que caminos diferentes–, de revaloración –de la maternidad como opción y decisión consciente por la vida y su cuidado. En suma se trata de reivindicar el sujeto maternal desde una óptica diferente.
En la casa aprendo a diario de una mujer que se autodenomina como una “mamá emancipada”. Enfermera de profesión, mi mamá se convierte en un ejemplo del servicio, pero un servicio problematizado más allá de su maternidad. Ciertamente es una mamá cariñosa que se da a aquellos que la rodean, pero es también una mamá que se preocupó por formarnos como personas que saben reconocer el valor del servicio de una madre. Ana María es una de esas mujeres que lleva a cabo una “mater – revolución”: está en la constante búsqueda por replantear sus relaciones con los demás. Ya a las puertas de una nueva etapa en su vida, ella sabe lo que ha dado a sus hijos y a su pareja, y sabe también que es momento, que es tiempo para ella. Criar a sus hijos ha sido la herencia al mundo, y ahora quiere disfrutarse. Sin dejar de ser la persona que nos llama la atención, que nos cuida la dieta, que está pendiente de la hora en que llegamos, mi mamá está segura de saber cuál es la vida que quiere de ahora en adelante. Ese saber y decidir por ella misma, es uno de los regalos más grandes que yo recibo, tal vez sin ella saberlo. Estoy segura que asegura mi felicidad como mujer.
Una mater – revolución es indiscutiblemente necesaria para aquellas mujeres que soñamos con ser madres algún día. Reconozcamos en nuestras abuelas y en nuestras madres, voces no siempre escuchadas, una historia de lucha callada pero feroz. Ahora debe ser fuerte y siempre feroz.
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