Más recientemente, hablar de legionarios, en el deporte –por ejemplo–, implica pensar, en el caso de los futbolistas, en aquellos que han salido a enrolarse en equipos de lugares lejanos de su país natal, casi siempre en ligas más competitivas, desarrollando así un nivel superior al de la mayoría de sus paisanos. Para las competencias internacionales, esos legionarios son convocados obviamente a conformar la columna vertebral de la selección nacional. Los “legionarios modernos” no militares pueden convertirse en los mejores exponentes del deporte, la ciencia, el arte o la cultura de su tierra.
Pues bien, Guatemala ha conformado últimamente un nutrido y particular grupo de legionarios. Nombres tan prominentes como Carlos Vielmann, Erwin Sperisen, Javier Figueroa, Alfonso Portillo, Juan Ortiz “Chamalé”, Waldemar Lorenzana Lima y sus hijos, Armando Llort, Walter Overdick, Mario Ponce, Mauro Salomón Ramírez y varios más, han generado más titulares que cualquier deportista o científico guatemalteco legionario, conformando así una selección con la que nuestro país tendría todos los elementos para ganar una competencia mundial de primer nivel en categorías como corrupción, trasiego de drogas o limpieza social. Por supuesto, hay quienes opinarán que cada uno es un caso distinto, y que el principio de presunción de inocencia, hasta que no queden totalmente en firme las sentencias que se dicten, es una garantía procesal que tampoco debemos olvidar.
Sin embargo, el aspecto que quiero señalar acá es que cada uno de los mencionados, con sus distintos matices, goza en nuestro medio de una admiración que se convierte en adulación por parte de sectores sociales que, como en el caso de Portillo, no son precisamente insignificantes. ¿Qué subyace en la psiquis colectiva de guatemaltecos y guatemaltecas que están dispuestos a manifestar a favor de un Chamalé o de un Lorenzana para pedir su liberación; a escribir cientos de comentarios a favor de la limpieza social planificada y ejecutada por altos funcionarios de administraciones gubernamentales anteriores; o qué motiva las lágrimas de cientos de personas, cuando esperan la sentencia de un Portillo, conformando inclusive un “frente portillista” que volvería a ungir, a ojos cerrados, a su máximo líder como Presidente de la República?
Realmente, estamos en un país en donde la imaginación genial del gran Gabo se queda atrás. Desde connotados constitucionalistas hasta oportunistas politiqueros se congratulan porque al ex presidente le dictaron condena a 70 meses de privación de libertad porque “sólo” se le había probado el enriquecimiento ilícito y lavado de activos de 2,5 millones de dólares y que era “prácticamente inocente”, pues quedaba libre de cargos en otros casos que implican cifras mucho mayores. Cientos de usuarios de redes sociales se alegran de que la cúpula de seguridad que está siendo juzgada en países europeos haya planificado y llevado a cabo la ejecución extrajudicial de al menos diez privados de libertad, puesto que se le estaba dando muerte “sólo a un puñado de asociales, cuya vida no vale ni un centavo”. Y lo peor es que si alguno de estos flamantes integrantes de esta prestigiosa selección se lanzara de nuevo a competir por un cargo de elección popular, podría convertirse al menos en alcalde, diputado o presidente…
En un país donde el genocidio puede ser negado por decreto; en donde una Fiscal General que tuvo la valentía de luchar frontalmente contra la impunidad de los crímenes del pasado y del presente fue obligada a cesar en su cargo, so pretexto del cumplimiento de los plazos establecidos en la Constitución Política de la República, pero donde el gobernante de turno se arroga la potestad de promover el retorcimiento de nuestra Carta Magna para prolongarse en el poder, esta selección de legionarios sigue gozando de un “enorme pegue” entre sus porras y barras bravas, convirtiéndose en el fiel reflejo de por qué estamos como estamos.
Mientras no se comprenda la dimensión que representa que un ex presidente de la República esté siendo juzgado y haya admitido su culpabilidad por robar a manos llenas, junto con la mayoría de personas que integraron su gabinete de gobierno; mientras no se entienda que matar a sangre fría –aún si es dentro de un centro de privación de libertad– es matar y que eso conlleva un aumento de la espiral de violencia exacerbada y que es un delito aquí y en cualquier parte del mundo; mientras no se razone que los barones del trasiego de droga son delincuentes, aunque ocupen vacíos en la prestación de servicios estatales y le lleven a la gente medicinas, trabajo y circo; mientras no se infieran las razones por las cuales este tipo de especímenes son declarados “inocentes” en cortes nacionales, pero encontrados culpables en cortes internacionales; mientras sólo queramos seguirles echando upas y porras a estos anti héroes, el ejemplo de los mismos motivará a que aquí en nuestro país más y más grupos quieran seguirnos vendiendo cuentas de colores cada cuatro años para seguir delinquiendo, lucrando con los recursos del Estado y hundiendo a nuestro país cada vez más. Ojalá esa reacción colectiva no llegue demasiado tarde.
* Politólogo graduado en la Universidad de Viena, Austria. Escribe sobre temas de DDHH, Seguridad, Justicia y Paz, así como análisis político nacional e internacional. Profundamente comprometido con las transformaciones estructurales que necesita nuestro país.
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