De allí que las industrias extractivas hayan cobrado marcado interés, determinando el sesgo de las principales decisiones de orden público.
Hay negocios de negocios. Ese epicentro se está moviendo hacia apuestas de mayor escala. Ahora interesan los canales. Centroamérica se mueve peligrosamente a poner en venta territorios completos; franjas completas donde alcaldes, terratenientes, operadores gubernamentales han descubierto una nueva y gran forma de hacer negocios. Lo que otrora fue un objetivo público de carácter geopolítico, unir los dos océanos aprovechando las condiciones geográficas de la región, ahora pasan a un nuevo atractivo: los territorios se pueden privatizar y a un interior se pueden edificar inmensos espacios para crear nuevas expresiones de poderío desde actores no convencionales. No por gusto los sectores económicos tradicionales son escépticos.
Ese tipo de nuevas apuestas requiere e incrementa exponencialmente en la medida que los gobiernos deseosos de aprovechar su paso para crear nuevos modelos de enriquecimiento, se prestan fácilmente para jugar a prestanombres, a intermediarios de un nuevo modelo económico de alta rentabilidad, que derramará beneficios en zonas depauperadas y movilizará, si las cosas salen bien, nuevos actores políticos con recursos y capacidades de movilización de nuevos capitales sociales.
Los gobernantes de Nicaragua, Honduras y Guatemala se parecen por su carácter pragmático, por sus deseos de consolidar proyectos políticos a costa de lo que sea para lo cual no importa aliarse con quien sea. Está visto que el “modelo” nicaragüense parece funcionar. Sandinismo, empresariado e iglesias son las hacedoras de una alianza que reditúa importantes beneficios; las diferencias se pueden diferir cuando hay incentivos mayores.
En Honduras, donde reina la total anarquía, ciertos actores quieren sacar leña del árbol caído. Al fin y al cabo los márgenes del gobierno son tan débiles que le será preferible aprovechar los negocios para llevarse algo al cambio de la ingobernabilidad que campea.
En Guatemala, la propuesta de declarar la idea del canal como de “utilidad e interés nacional” quiere ser un primer paso que allane caminos mayores. El Congreso se apresta a ser el gran facilitador de un conjunto de negocios oscuros que calienta la mano por cascada, donde los alcaldes de las supuestas regiones a beneficiar juegan a escuderos. Recordemos que esa idea del canal ha ganado posicionamiento durante el actual gobierno, a pesar que los intentos por hacer avanzar la idea provienen de los anteriores tres períodos. Las condiciones de viabilidad se empujan velozmente en la actualidad; valorar los riesgos no importa, cuando lo que está entre manos traerá beneficios de envergadura.
La moda por los canales se ha puesto en discusión, primariamente, preguntándonos la viabilidad de los elefantes blancos cuando en Panamá se trabaja activamente por la ampliación del histórico canal. Nicaragua, Honduras y Guatemala se han movido hacia la promoción de canales interoceánicos, en lugar de aprovechar de otras formas lo que sucede en las tierras de los famosos tamboritos. La respuesta de tales operaciones riesgosas está en que persiguen objetivos distintos. Las operaciones en Panamá son de tipo convencional, son las arcas públicas las que aumentarán con la ampliación. Los otros proyectos, solo disponibles en papel y sin estudios de viabilidad a profundidad, persiguen procesos de acumulación bajo esquemas privados, que expolian los recursos naturales a granel, donde aparecen como posibles financistas actores desconocidos, que en realidad más parecen testaferros de peligrosos capitales emergentes.
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