Son las mujeres también un objetivo de guerra, se les quitan sus hijos, se les quitan hasta no saber nunca más de ellos, y a veces, como en Guatemala tuvieron que casarse con sus violadores, vivir en hoyos a la espera de soldados en tiempo de recreación y placer mandada por el Estado.
Es una lógica de guerra que continúa, es una lógica de Estado que se hereda a la ciudadanía. En Argentina de la dictadura, las mujeres eran capturadas por pensar diferente, las enviaban a campos de concentración, en donde de más está decir que eran retenidas sin razón alguna, no había necesidad de decir nada, la razón del Estado bastaba. Ahí eran violadas frente a sus compañeros. Eran torturadas, desde el momento en que eran desnudadas en público. Las mujeres embarazadas eran humilladas, sometidas a torturas, a entregar y no volver a ver a sus hijos, que luego de la dictadura se sabría que vivían con militares. En Colombia, una mujer fue violada por paramilitares a los 15 años, en una casa de su pueblo, uno de los hombres con pasamontañas era un amigo de infancia. A los años, cuando huyó de ahí, fue violada otra vez, –ahora por la “violencia común” que nada tiene de común cuando el Estado enseña a violar, violando o permitiéndolo– y busca la manera, 12 años después, de decirle a su hija quién es su papá.
Más cerca de Guatemala, en El Mozote mataban mujeres después de violarlas, mataban a sus niños porque “un niño muerto, un guerrillero menos”. En San Salvador Atenco, en el 2006 cuando se acompañó demandas sociales y se repudió la violencia y prepotencia del Estado mexicano para resolver conflictos, se arrestó a más de 200 personas, entre ellas alrededor de 50 mujeres. Mujeres que fueron violadas por agentes de seguridad pública. Hoy, 11 de ellas mantienen una demandan en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos contra el Estado mexicano por tortura, porque después de estar encarceladas por meses y al salir las llamaban “las violadas de Atenco”, supieron que la violación como estrategia de Estado es una manera de torturar a las mujeres y la sociedad las estigmatiza, como cuando era una estrategia para grupos insurgentes.
Acá en Guatemala, están las mujeres que hacen parte de “Flor de Maguey”, mujeres que fueron violadas sistemáticamente en la región ixil, hasta el punto de poner nailon debajo de la cama. “Apenas respiré otra vez por la tristeza”, por el dolor, por lo apabullante del sufrimiento. Mujeres todas que fueron llamadas putas, fáciles, que fueron rechazadas por todos, que cargaban la culpa y la suciedad ajena.
Pero ellas son las valientes, vaya si son valientes. Son todas mujeres que han “derrotado al silencio”, como dijera Luis Sepúlveda de las mujeres que conoció. El coraje de sus testimonios frente al presidente que fue condenado por genocida, la voz clara para decir que si aún recuerdan y lloran por lo que vivieron, siguen vivas para contarlo, para denunciarlo, para pedir justicia. Es ese grupo de valientes que construyen nuevas realidades para las que venimos atrás, herederas de Estados y sociedades cómplices de violencia hacia las mujeres y hoy vistan como botín del macho-amigo, del macho-novio, del macho-académico, del macho-cura, del macho-funcionario, del macho-Estado... Son mujeres a las que intentaron quebrarles su voluntad, romperlas desde la violencia, pero que siguen de pie, dignas. Reconocen la violencia simbólica que pudre el cuerpo y el alma, que niegan la libertad y la alegría de ser plenas, y la combaten con su historia, y con sus luchas presentes.
Yirleis, Rosario, María Laura, María, Julia, Norma, Margarita, María Eugenia, Angelina, nombres de mujeres sobrevivientes y valientes. “Sí somos valientes, y nos toca voltear la culpa”, y la estrategia y al Estado, y la violencia, y voltear la realidad de hoy. He llegado a pensar que las mujeres de Guatemala, de Latinoamérica, de todos los lugares en donde las historias se repiten, son quienes darán a la vida otro sentido y otra forma de ser.
Gracias a estas mujeres y a la experiencia que Actoras de Cambio compartió conmigo.
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